Recodamos estos días el aniversario del asalto al Capitolio de Washington. Al ver las imágenes es difícil olvidar el asombro que causó aquel acontecimiento en todo el mundo. Fue un desgarro que superó los límites geográficos de Estados Unidos. Era el triunfo de la deslegitimacion de la democracia, de las fake news y la realidad alternativa en la que Trump había convertido su presidencia. Una muestra de cómo se pueden socavar las instituciones democráticas desde dentro. 

Según la ONG estadounidense Freedom House, durante el año 2020 el 75% de la población mundial apreció un deterioro significativo de sus derechos y libertades, algo que se produjo en países autoritarios --China y Bielorrusia— pero también en democracias como Hungría y EEUU. Como consecuencia de esta deriva, ya hace un año que tan sólo una quinta parte de la población mundial vivía en países que podían considerarse ampliamente libres. Esta brecha se ha reducido en la actualidad. 

Por primera vez en las últimas dos décadas, 2020 se convertía en un punto de inflexión a partir del cual hay mayor número de regímenes autocráticos en el mundo que regímenes liberales o democracias. Con esta premisa trabajábamos durante el pasado año en el informe de DDHH y Democracia en el mundo elaborado por el Parlamento europeo, dossier que he tenido la oportunidad de liderar. Una vez concluido 2021 la tendencia se acentúa o, como titula el informe del V-dem Institute, la autocratización se vuelve viral.  

Mientras tanto, la pandemia sanitaria ha generado otra pandemia global: el miedo. El covid-19 ha aumentado la incertidumbre y el temor ante grandes retos como la transición climática y la revolución digital, y todas las consecuencias que de ellas se derivan para nuestras vidas, porque hacen a nuestras sociedades más vulnerables. El miedo genera desconfianza y este sentimiento no ha dejado de instrumentalizarse por el pensamiento reaccionario en todo el mundo al tiempo que se utiliza como pretexto para recortar derechos y libertades desde Hungría a Brasil, de China a Rusia, de India a Egipto. Las democracias liberales tienen la enorme responsabilidad de luchar contra esta combinación de miedo y desconfianza y a la vez desenmascarar a los que han encontrado ahí el cobijo perfecto para su avance totalitario.  

Se abre 2022 con un calendario electoral en el que los regímenes autoritarios buscarán consolidarse y mejorar su reputación internacional; pero también en las democracias liberales el autoritarismo concurrirá a las urnas, como en el caso de las elecciones en Francia con el candidato de extrema derecha Éric Zemmour, o las elecciones de mitad de mandato en EEUU, donde el apoyo electoral que obtengan los candidatos pro-Trump será decisivo a la hora de evaluar las aspiraciones del mismo para volver a la Casa Blanca en 2024.

Todas son elecciones cruciales: de ellas no saldrán sólo gobiernos para los próximos 4 o 5 años, sino que moldearán coaliciones internacionales y marcarán el camino de quién liderara los cambios, los miedos, la incertidumbre y, al fin y al cabo, nuestros derechos y libertades en el siglo XXI. 

Por eso debemos contrarrestar las palabras de los que este año volverán a ocupar los atriles de los foros internacionales con discursos a favor de modelos autocráticos alternativos que se reclaman como más estables, económicamente deseables y garantes de la paz social. Voces provenientes de estados autocráticos como Rusia y China, pero también Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Egipto. Países con los que la UE y sus estados miembros mantienen importantes relaciones comerciales y, por ende, diplomáticas, sin dar en muchas ocasiones ninguna batalla para combatirlos. 

La UE tiene que saber primero explicar de una forma más eficaz a sus ciudadanos y al resto del mundo por qué la democracia es el modelo que protege más y mejor los derechos de sus ciudadanos a la vez que puede proporcionar estabilidad y prosperidad. Debemos ser conscientes del hostigamiento y la erosión que sufren las sociedades democráticas, y también de nuestra fragilidad, de nuestra posición ahora minoritaria en la escena global. 

En segundo lugar, frente a la complicidad o el silencio, la UE debe respaldar a la sociedad civil de los países no democráticos: saber acompañar verdaderamente a tantas personas decididas a jugarse la vida, a ir a prisión, a sufrir un acoso continuo por defender la democracia.

Tanto la idea más genérica de la autonomía estratégica como la llamada Brújula Estratégica -que ocupará el centro del debate político en materia de exteriores en los próximos meses- no conducirán a nada si no se abordan desde una perspectiva integral. No podemos hablar de la Europa de la Defensa sin hablar de la Europa de los Derechos Humanos y la Democracia. Cómo articular las contradicciones, los valores y el apoyo concreto –político, diplomático y financiero-- a quienes se juegan la vida por la democracia será uno de los grandes retos de la UE en 2022. 

Y para ello, en tercer lugar, la UE también tendrá que dar pasos valientes a nivel interno que garanticen una coherencia sin la cual es imposible alcanzar el papel geopolítico al que aspira. La deriva autoritaria de Polonia y muy especialmente de Hungría, frente a la realidad de los fondos europeos, ha tenido como consecuencia algo que sus gobiernos no buscaban: la creación del primer mecanismo del Estado de Derecho de la Unión, que se inaugura como instrumento preventivo que condiciona la financiación al respeto a los valores europeos. 

Es quizá más oportuno que nunca recordar la idea de Albert Camus de que las tiranías no se construyen sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre los fallos de los demócratas: en 2022, la democracia se la juega. Y en su defensa, todos  -representantes públicos, ciudadanos, empresas- tenemos una responsabilidad histórica.

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Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos.