El Partido Popular ha elegido el peor momento, aunque no se podía prever y es verdad que las cosas tienen vida independiente y estallan cuando estallan, pero dicho figuradamente, ha elegido el peor momento para abrir la crisis de descomunales dimensiones que se han vivido estos días en el partido.

Ayer jueves Rusia desató un ataque masivo contra Ucrania. Se desconoce en qué momento se detendrá si es que ese momento llega en algún instante porque las trazas del ataque desplegado ayer permite sospechar que está dispuesto a invadir el país en su totalidad.

Los más altos responsables de las democracias de Occidente se reúnen para decidir hasta dónde poner en marcha las sanciones contra los intereses rusos, sanciones de índole económica y financiera fundamentalmente porque el presidente norteamericano ya anunció que no contempla una respuesta militar a la acción de Moscú.

Los altos mandos de la OTAN están en estado de alerta máxima porque no es seguro, ni mucho menos, que una respuesta armada no vaya a ser el segundo escalón de la reacción de las democracias occidentales a una provocación como ésta en la que Vladimir Putin se salta las leyes internacionales y los tratados suscritos para invadir la soberanía de una nación que él quiere para la “gran Rusia”, el sueño zarista que nunca dejó de palpitar en el ánimo de los rusos.

Estamos ante una crisis de dimensiones desconocidas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. España ya no es el país neutral destrozado por los efectos de la terrible guerra civil padecida hasta 1939. Al contrario, es un socio activo y fiable de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

El presidente del Gobierno de España se verá en los próximos días en la tesitura de apoyar en estas circunstancias dramáticas decisiones trascendentales que sin duda van a provocar consecuencias directas sobre la vida de los españoles. Y necesitará comunicar a los distintos grupos políticos, para pedirles su apoyo, el contenido de las decisiones que como dirigente de su país vaya a adoptar.

Mientras los dirigentes de las democracias occidentales miden la respuesta conjunta, en España estamos sin un jefe de oposición asentado

Pero resulta que el jefe de la oposición, el líder del partido que más tarde o más temprano habrá de tomarle el relevo al actual presidente, no está. No es que se haya ido, es que ha perdido ya su capacidad para liderar a su partido y a los muchos millones de españoles que le respaldan.

Pablo Casado no ha presentado su dimisión. No sólo no la presentó ayer. Es que tampoco va a renunciar el martes que viene ante la Junta Directiva Nacional, un auditorio extraordinariamente representativo de las distintas sensibilidades de su partido, de los distintos territorios y de los distintos niveles en la escala de cargos existente.

Pues no, Casado va a renunciar en abril. Eso quiere decir que desde ayer y durante las próximas cinco semanas, mientras los dirigentes de las democracias occidentales miden la respuesta conjunta que hay que darle al líder comunista, en España estamos sin un jefe de oposición asentado y con la autoridad consolidada como para que su apoyo al presidente, que lo obtendrá, tenga el peso que en estas circunstancias debería serle exigible.

Y es que Pablo Casado se está marchando pero Alberto Núñez Feijóo no acaba de llegar.

Y así vamos a estar hasta el primer fin de semana de abril mientras el Este de Europa arde por los cuatro costados y la sombra de una nueva guerra mundial se instala en el ánimo de muchos ciudadanos de este continente.

Y todo para que Pablo Casado -que en estos momentos es ya como un pato cojo, que es como llaman en EEUU al presidente saliente en el último tramo de su mandato- se despida como corresponde a su dignidad y trayectoria.

Algo que no discuto en absoluto pero creo que, dadas las terribles circunstancias internacionales, una despedida ante los casi 400 miembros de la Junta Directiva Nacional habría sido tan digna y tan honrosa como la que le puede proporcionar hacerlo ante los asistentes al congreso extraordinario. 

De modo que durante más de un mes, mientras Putin pone en pie de guerra al continente, el Partido Popular de España va a sobrevivir con un líder demediado al frente y con el otro, el que ha de venir, esperando en la puerta.

Éste es un grave error que deja al PP enfrascado de modo lamentable en el estudio de la dimensión de su propio ombligo.