Sánchez llegó a Kiev como un explorador con monóculo y hamaca, para respirar la sombra de la guerra como si fuera la de un platanero de sombra. Forrado de trapo y metal, igual que una cubertería, se paseó por Borodyanka, ciudad que la guerra de Putin ha convertido en pecio, en ciudad submarina en el aire, con siglos de ruina en unos días. Ante los edificios como colmenas reventadas o ánforas rotas, hogares de insectos o de cangrejos que se han comido la vida y la civilización humanas, Sánchez parecía uno de esos adolescentes que van a los cementerios, entre ángeles como lechuzas o al revés, por la promesa de una experiencia o un amor góticos. Pero no es cosa de Sánchez, todos los que son ajenos a la guerra parecen no ya ridículos sino obscenos cuando se les lleva a verla como a ver un acuario. No es malo ir allí a declarar solidaridad, siquiera con cesta de pícnic de Yogui o de Monet. Lo malo es que aquí sus socios, mientras, montan conferencias de paz, paz putinesca, claro, o sea paz de los cementerios.

Sánchez, respetuoso y “conmovido” pero algo ajeno, como si en vez de la guerra pisara lápidas de iglesia o de alcaldes olvidados, prometió a Zelenski más armas, equipamiento y colaboración en la investigación de los crímenes de guerra. Podemos, sin embargo, celebrará este viernes en Madrid una “conferencia por la paz” junto con más izquierda española y europea, izquierda que va de la hoz al posavasos pasando, por supuesto, por el republicanismo de la raza y del adoquín de Esquerra y los macabros y gráciles cementerios ajardinados de Bildu. Para Ione Belarra, a la que se le van poniendo ojos y ademán de mascarón de proa desmontado, de sirena de tiovivo en el camión, la paz en este conflicto es algo que no hemos considerado con suficiente interés.

Belarra y los suyos, ahí desde el tapetillo, desde las calcomanías y desde los pianos llenos de velas, como ataúdes, consideran que hay que dar un impulso político, multilateral y diplomático a la guerra. Suena a convencer a Putin con un cursillo de mindfulness o de nueva masculinidad, haciéndole pintar acuarelas de nenúfares o moldear vaginas como pórticos góticos. Pero ni siquiera en la izquierda más bongosera creo que sean tan tontos como para creer que hay una solución política, multilateral, diplomática y ecofriendly para tal ambición de dominio, de matanza y de crueldad. La única solución política, multilateral, diplomática y ecofriendly sería la rendición total ante Putin. Una rendición que, aplicando su razonamiento, habría que extender a Finlandia, Suecia, las repúblicas bálticas y yo no sé si acaso llegar a Ibiza. 

Podemos y los suyos montan una conferencia de paz como esos que montan un cumpleaños de mascotas

Podemos y los suyos montan una conferencia de paz como esos que montan un cumpleaños de mascotas, totalmente ajenos a las mascotas y, en este caso, totalmente ajenos a la paz. La paz de Podemos y los suyos puede parecer la de uno de esos teóricos del vergel con taparrabos y trueque de tomates, o la de un bobo del Imagine y del collar hawaiano como método de resolver conflictos. Pero la paz de Podemos se parece sospechosamente a la victoria de Putin, a la rendición ante Putin, a entregar Ucrania o Europa entera como ese collar hawaiano, todo buena voluntad y agua de coco, y a aceptar que un estado mafioso y asesino doblegue los derechos humanos y el derecho internacional. Esto es lo que ha ido diciendo Iglesias desde su nube y sus pantuflas, como el Dios de José Luis Martín en El Jueves. Si fuera por Podemos, toda Ucrania sería ya de Putin, como una de las cajitas de rapé del Kremlin, qué yo me imagino a Putin coleccionando allí cajitas de rapé y bolsas de agua caliente.

La paz es muy fácil, basta con rendirse al más fuerte, o al más insistente. Lo que es más complicado y duro es que la paz sea justa. Resulta espeluznante ver que la teorización de esta paz del cobarde, del derrotista, de la evitación del conflicto y del sitar en pelota llevaría a esta izquierda florero a rendirse ante el macho dominante o ante el capitalismo brutal. Tendría que rendirse retrospectivamente hasta ante Franco, convertir a sus gloriosos maquis en harekrishnas y reducir a su Che Guevara a Eugenio. En realidad, como ya hemos dicho alguna vez, esta izquierda nunca ha sido pacifista, y ahora no es que elija la paz por encima de la guerra, sino que elige a Putin por encima de la democracia liberal, que es el enemigo común. Tras la paz putinesca, ellos volverían a su guerra de clases, su guerra de sexos y su guerra tropical y revolucionaria, ésa que les decora las camisetas, los abrebotellas, las nalgas y a veces las cuentas.

Sánchez llegó a Kiev como si llegara con sombrillita a la guerra, pero ofrece ayuda y armas mientras sus socios montan una conferencia de paz como un castillo hinchable para Putin. A Sánchez, ligón con chaleco antibalas y convoy de escolta, como si fuera Tony Stark, lo veía yo un poco raro, pero ya digo que todos quedan mal cuando van de invitados y de mirones a la guerra, donde todo lo humano o lo vivo parece arrancado pavorosa y brutalmente, como raíces de árbol. Sánchez ya ha olvidado que él tampoco quería mandar armas, que son cosas feas y poco progres, como muñecas Barbie o entradas de los toros. Pero Sánchez lo olvida todo. Ya hasta ha olvidado que sigue gobernando con Podemos. Y también con Bildu, los de los alegres jardines colgantes de muertos. Con una conferencia de paz montada por Bildu debería quedar claro que esa paz sólo puede ser la de los cementerios.