Las izquierdas que se querían unir en Andalucía han terminado al final separadas otra vez, por vehemencia, por burocracia, por pasotismo, por purismo o por convenciones burguesas como la de la hora. O sea, como siempre en la historia de la izquierda. Yo creo que era imposible unir a una izquierda que ya se había dividido antes como en peñas gastronómicas o en casetas, cosas como Andaluces Levantaos, Iniciativa del Pueblo Andaluz, Adelante Andalucía, Por Andalucía y todo ese rollo de coro rociero o mesón típico con un perol con cadena en la puerta, como en la entrada de una tienda de legionarios romanos. Ahí no se veía vocación de unidad, sino de propiedad o superioridad, la de tu círculo, la de tu disidencia, la de tu particular purismo de la izquierda, de Andalucía o de la receta del ajoblanco. Yo no veía ahí una coalición ni una solución, sólo la feria de siempre de la izquierda, entre la flor y el churro.

La izquierda andaluza, en medianoches de feria o de armisticio, alcanzó un acuerdo como de tratantes de ganado, de palabra y apretón, pero al final no llegaron los papeles de Podemos. Pudo ser una torpeza, o que la fuerza de la historia se impuso a su intención, que quizá fuera sincera y agónica. La izquierda sigue siendo como bizantina, tiene que amarrar muchas cosas en el cielo y en sus gorritos para empezar con los asuntos de la tierra, o quizá es al revés. Ponerlos de acuerdo es como poner de acuerdo a las sectas cristianas, no sólo habría que consensuar una teología sino una jerarquía, un santoral y un ejército. Aun así, puede haber acuerdos concretos, pero siempre quedan como bajo una llama temblona de traición o de duda. Yo creo que fue en ese temblor cuando sonaron las campanas y desapareció el acuerdo como un zapatito de cristal.

La izquierda está hecha de disidencias de teología y moral

La izquierda está hecha de disidencias de teología y de moral, es lo más parecido que hay a la religión, o quizá sea realmente una religión, con pobres bienaventurados, crujir de dientes y mesías en borriquillo y arpillera. Si la izquierda ya es bizantina, aún más lo es la andaluza, que cree que todavía está en la tierra santa de la izquierda, que Andalucía está todavía en su novecento. Y puede que no esté muy lejos de la verdad, porque después de los señoritos franquistas vinieron los señoritos socialistas, así que en Andalucía quizá hay un barbecho de casi un siglo y por eso ante el posmarxismo cuántico de Somosaguas gente como Teresa Rodríguez parece una bandolera o una siux. Aunque Teresa vaya por su cuenta, aún hay que poner de acuerdo a los viejos comunistas de tabaco negro y pulgares negros, a los andalucistas de greca y minarete, a esos perroflautas que hay por allí que son como Piyayos de la izquierda, y además las franquicias nacionales, Podemos y Más País, o sea los resultadistas, los posibilistas, los gramscianos, los populistas que son, si hace falta, todas las izquierdas y ninguna.

El fracaso de esta coalición demediada, despodemizada, indistinguible quizá entre tanto nombre de caseta que sabe al mismo potaje, quizá no esté tanto en ese destino de la izquierda que los condena al cisma y la disidencia, como en el sketch de los Monty Python. Me refiero a que estas izquierdas que desde el principio se dividieron en patriarcas, ortodoxias, herejías, cruzadas, santos descalzos y santos con diadema, quizá no se puedan poner nunca de acuerdo, pero sí pueden decidir ir juntas a las elecciones, a la guerra o a la feria, cosa que ya han hecho. Sin embargo, para un acuerdo de la izquierda, me doy cuenta, debe haber una de estas siglas, ortodoxias o burocracias claramente hegemónica. Nada como un poder incontestable para atemperar las disidencias. Y esto es lo que no hay ya en la izquierda. No ya en la Andalucía en barbecho o la Andalucía comanche, es que no lo hay en España. 

Podemos ha sido estos años esa izquierda / izquierda hegemónica, tragándose incluso a IU con todas sus linotipias, todos sus compañeros del metal, todos sus baúles del abuelo y toda la pelusa de gato teológica de Julio Anguita. Pero ya no lo es. La covacha universitaria de Podemos se ha revelado una gran parodia, un gran camelo, inútil en el poder y para el poder, tanto que su fundador y santo patrón se fue del Gobierno para convertirse en influencer de ninis y de funcionarios de verdejito y revolución. El resto de las izquierdas, más o menos exóticas, puristas, delimitadas o santeras, ya no confían en Podemos, que ha perdido el báculo y el oráculo y ahora significa sólo decadencia, derrota, desgobierno y anuncios de puritos ideológicos mientras aquel jefe carismático sorbe mate como un colacao de niño caprichoso y cruel. Por eso cuesta llegar a los acuerdos, porque Podemos es una marca perdedora, maldita, tóxica, y entre las dudas de unos y la última vanidad de los otros les sorprende el reloj de carillón como en una cena con asesinato.

La izquierda andaluza, que es una feria de cachivaches y sentimentalismos, no se une ni se desune por destino o por torpeza, ni por ponerse nombres tontos de coro de ama de casa. A la izquierda española le cuesta unirse ahora porque ya no manda nadie, de Podemos sólo quedan teleñecos de palquito y ministerios ya enrollados en el desván, como alfombras. Lo que espera la izquierda, por supuesto, es a Yolanda Díaz. Ya ha dicho Díaz que su proyecto “no tiene nada que ver con lo que hemos visto [en Andalucía]”. Cierto. En cuanto haya otro mesías, las diferentes sectas, dogmas o maneras de hacer el gazpacho más puro y obrero de la izquierda se acomodarán. Incluso puede que Teresa Rodríguez se acomode. La izquierda sabe reconocer al mesías verdadero porque ha seguido a muchos, que dirían los Monty Python. Eso sí, Yolanda no heredará nada diferente a lo que siempre hubo en la izquierda. Así que la feria de la izquierda volverá, tarde o temprano, con sus mil peñas de mil purismos, su tómbola, su salchichería y su reyerta.