Félix Bolaños, ministro de las cajoneras, las estolas y el chocolate de cura de Sánchez, ha tenido con el papa Francisco un encuentro ecuménico, místico y gremial, como dos serafines o dos frailes que se cruzan, más colegueo que veneración o diplomacia. Félix Bolaños, ministro de las palanganas, los fajines y las cantatas de Sánchez, enseguida ha reconocido el Vaticano como una Moncloa proyectada en el Cielo y en la eternidad, se ha reconocido él como camarlengo guardián de anillos, llavines, morales y magisterios, y sobre todo ha reconocido en Pedro Sánchez a ese Santo Padre rodeado de hervores de consagración, frufrús bizantinos y zureos de pobre. Bolaños ha dicho que Sánchez y el papado de Francisco son “equiparables”, y yo creo que ha vuelto pensando en ponerle a Sánchez un papamóvil, en ponerle al colchón monclovita un baldaquino hasta el Cielo, y en ponerse él un bonete, que yo creo que es lo que le ha pegado siempre, que hay a quien le pega un bonete como hay a quien le pegan los marabúes.

Yo diría que el sanchismo es una religión como de Palmar de Troya, y que Sánchez es su papa pequeño, increíble y sin pudor

Uno creía que teníamos presidente por los pelos, pero resulta que tenemos papa por la gracia de Dios o por cooptación de los demás santos, ese panteón de descalabrados suspirantes y satisfechos, que la verdad es que Sánchez tiene bastante de eso. Ahora entiende uno que a Sánchez no le funcione la política, que es que, simplemente, él no estaba en las cosas de la política, sino en las cosas del alma, en las cosas de la fe, en las cosas del otro mundo, muy ido de ojos vueltos, levitaciones mañaneras y mortificaciones chorreantes, ahí en el Congreso como en una parrilla de mártir. El papa Francisco no está para arreglar nada, sino para aportar consuelo a lo irremediable y esperanzas futuras y aleatorias a lo probable (lo peor de Dios es que es indistinguible del azar). Si se dan cuenta, es justo lo que hace Sánchez. Incluso lo hace como el papa, que parece siempre quieto y siempre luchando, como si librara la batalla definitiva contra el mal dentro de sus frunces, dentro de su túnica, dentro de su ropa de cama o dentro de sus párpados, que lo mismo está luchando que dormido.

Según nos ha descubierto Bolaños, ministro de los botafumeiros, los palios y las cuberterías de hisopos de Sánchez, nuestro presidente no sólo es un papa, sino que es un papa bueno (Sánchez puede terminar también en dulce del pueblo, como Pío Nono o Yolanda Díaz). No todos los papas son buenos, a pesar de tener la misma inspiración, el mismo jefe, la misma encomienda y el mismo libro. Pero el papa Francisco es bueno, o sea tiene buenos deseos, buenas palabras, tranquilos llamamientos a la paz y al diálogo, que casi parecería un perroflauta si no tuviera los grandes balcones del Cielo y las grandes bóvedas de la Historia para decir lo que otros dicen en el banco del parque o subidos a una caja de botellines. Es una bondad cercana a la flojera, es una bondad de calceta, una bondad mirona, satisfecha y autorreferente, o sea una bondad muy sanchista. Eso sí, que sepamos, el papa Francisco no negocia con el Diablo a la vez que predica el amor y el hablar bajito, como sí hace Sánchez con los que quieren destruir no ya España, que es una entelequia, sino el Estado de derecho.

Pedro Sánchez, con saya de ángel o de cristo de pueblo, con mando personal y jurisdicción católica (o sea, universal), con ejércitos flamígeros y coros de pobre, con lujo convertido en justa dignidad, con las llaves del Cielo y del Infierno como las de una gaveta, con ceremonias y discursos a la vez de autoridad y de impotencia, con infalibilidad hasta en las contradicciones, igual que el mismo Dios; Pedro Sánchez, reverberante en las obviedades y desertor en la acción, hinchado intercesor ante el azar y mondo sepulturero en la fatalidad, humildemente grandioso y grandiosamente humilde; Pedro Sánchez, en fin, quizá sí puede ser equiparable a un papado, como ha dicho Bolaños hablando como un limpiabotas de las sandalias del pescador. No sé si al papado de Francisco exactamente, que uno tampoco los distingue muy bien, un poco como las sectas de la izquierda. Pero Bolaños tira de lo que hay, tampoco va a hacer comparaciones con papas difuntos o papas eméritos, que sería como ir preparando los zapatos rojos para el entierro político de Sánchez (algunos papas se han enterrado con sus tradicionales zapatos rojos, como si se enterrara la Dorothy de ese mago de Oz que es Dios).

Félix Bolaños, que ha volado como una monja de Sánchez a ver a otra monja del papa, esas monjas de banderín del Vaticano o de la Moncloa, quizá quería hacer la pelota de sacristán pelota, pero no se ha dado cuenta de que uno no se compara con apóstoles de Dios sin parecer idiota, ido o al menos desesperado. Pero Bolaños, queriendo ser pelota o queriendo ser santo con escoba en la Moncloa, como un san Martín de Porres con gafa de Alfonso Guerra, va a tener razón. Yo no diría que Sánchez es como el papa Francisco, porque este papa, más o menos progre o más o menos folclórico, al menos parece coherente con su Dios como parece coherente con su Maradona. Yo diría que el sanchismo es una religión como de Palmar de Troya, y que Sánchez es su papa pequeño, increíble y sin pudor. Ese presunto Santo Padre que tiene que rebozarse en oros, querubines, humaredas, latines y monjas de gafa gorda para perpetrar estafas así en la tierra como en el cielo.