Gabriel Rufián, que gasta bolsillos hondos de vendedor de peines o de cuchillos, sacó en la tribuna del Congreso unas balas de mentira, unos cartuchos sin bala, de fogueo, de proyección que se dice, pólvora en plástico rojo, como un artículo de broma de ésos que comprábamos de niños y que parecían venir todos de una chispeante y caligráfica China de broma. En el Congreso, Rufián había montado de nuevo su tienda china o su circo chino, que otras veces ya nos había sacado una impresora o unos grilletes, así entre las paradiñas del discurso que hace él y que son como pases mágicos de mago chino (toda su magia se queda en eso, en la pausa y en levantar una ceja como una cimitarra sobre un Sánchez o un país por aserruchar). Rufián sacaba los cartuchos, rojos como soldaditos de plomo sin plomo, los ponía en fila, no sé si amenazadora o ridículamente, como juguetes de sex shop, y decía que eran balas como el que nunca ha visto una bala, y que eran de la valla de Melilla, con temperatura de muerto en vez de temperatura de polvos picapica. A Sánchez hasta le asustaron. Los dos le dan más importancia al atrezo que a la ruina y a la tiranía.

Rufián no puede romper con Sánchez, Sánchez no puede romper con Rufián, así que las balas de plástico y la dignidad de plástico rebotan unas en otras y todo se queda igual

Rufián va con juguetes como Hamlet va con calavera o como un payaso va con saxofón. Casi todo lo que dice Rufián son falacias lógicas y amenazas sutiles, como conversaciones con la suegra, y eso necesita siempre algo de puesta en escena o el truco queda demasiado evidente y expuesto. De ahí esas pausas como de fumador (él fuma sus sermones igual que Sara Montiel fumaba sus canciones) y, de vez en cuando, el juguete o cachivache que distrae, enfatiza y él se imagina que, sobre todo, sorprende y rinde. Es como cuando Iván Redondo sacó sus piezas de ajedrez en el programa de Évole, solemne como un maestro zen que va a enseñarnos algo maravilloso con conchas o palitroques, y lo que pasa es que justo en ese momento nos damos cuenta de que es tonto. Los cartuchos de fogueo, dispuestos como si estuvieran recién sacados de cráneos arenosos y recién recogidos de la misma valla de Melilla (las armas marroquíes son raras, arrojan los cartuchos enteros, como si dispararan a puñados), más que una patraña fácilmente descubierta han sido un poco el ajedrez tonto de Rufián. Y eso hacía olvidar incluso a los muertos de la valla, como se nos olvidan los discursos de Rufián apenas se disipa su sombra chinesca sin que sepamos todavía si era un águila o un conejo.

Lo de Rufián es complicado, pretende ir de demócrata defendiendo una república censitaria de la raza o de la ideología, pretende ir de útil limitándose al chantaje y pretende ir de follonero siendo un mandado. Pero lo más complicado es que tiene que sostener a Sánchez, que es a su vez el único que sostiene ahora al independentismo, y seguir siendo ese castigador de esquinilla y barbería. Eso son muchas camisetas que buscar, son muchos aros de humo que besar, son muchas coreografías que montar, y siempre viene bien un poco de material de apoyo, como esa ayuda didáctica del cartucho de fogueo que le quedaba como si un Rambo pacifista hiciera un estriptis. Esquerra no va a romper con Sánchez, que Sánchez es lo único que le queda, así que Rufián tiene que sobrecompensar y sobreactuar. O sea que para plañir más convincentemente, Rufián pensó que tenía que matar otra vez a los muertos de Marruecos, siquiera con supositorios. 

Rufián, que va siempre con riñonera o con quiosco, sobreactuaba montando como un fusilamiento de circo de pulgas, pero, claro, Sánchez le correspondía simétricamente alzando un dique de dignidad antibala que llegaba hasta el techo del Congreso, que es como una armadura de Juana de Arco. Al templo de la palabra, venía a decir el presidente que no la tiene, no se traen balas (Sánchez no se dio cuenta de que no eran balas), que ya están las de Tejero en el techo del Hemiciclo, herido y curado a la vez para siempre en la memoria, como en el kintsugi japonés. O algo así, vamos. Rufián no puede romper con Sánchez, Sánchez no puede romper con Rufián, así que las balas de plástico y la dignidad de plástico rebotan unas en otras y todo se queda igual, o sea planeando la próxima reunión de Sánchez con Aragonès, a la que no sé si acudirá Rufián con pistola de agua o con tragabolas. El paripé no es sólo de Rufián, sino que a eso juega todo el cúmulo Frankenstein, interdependiente y teatrero. Hasta Bildu se ha puesto lamentoso sin dejar de ser seco, como un adagio tocado con sus troncos, y sobre todo sin dejar de ser ambiguo: fíjense que lamentan “todas las víctimas” (las suyas más que nada), que dicen “sentir su dolor” (o sea, el dolor equivalente y equiparable por los suyos), y que aseguran que aquello “nunca debería haberse producido” (sin duda porque deberían haberles dado la razón antes, más o menos como ahora). 

Rufián escenifica mazmorras de peluche, Bildu escenifica dolor sin arrepentimiento ni perdón, Podemos escenifica sintonía o envidia, Sánchez escenifica escándalo contenido e infinita comprensión, y todo sigue igual, todos ahí luchando o sosteniéndose mutuamente, como la escultura coral de algún mito griego. Si hay que montar el fuerte Comansi en la tribuna del Congreso, o sacar a Tejero como se saca el caballo de bastos, o hacer que asome una lagrimita en Mertxe Aizpurua como en un palo seco, o volverse de Yolanda, esa bandolera en unicornio, pues se hace. Las balas, los decretos o los arrepentimientos de broma; los muertos, la ruina y las tiranías de verdad… La entente sanchista no se ha roto por los mapas, las mentiras y los muertos de por aquí, se va a romper por los mapas, las mentiras y los muertos de por ahí.