Si Felipe González tuvo detrás a un intelectual quevedesco, con espadín y todo, o sea Alfonso Guerra, Pedro Sánchez ha tenido a una quinqui, que es más castizo, más arrabalero y lo mismo hasta más democrático. Adriana Lastra era algo así como una macarrilla de BUP, que a veces la macarrilla llegaba incluso a delegada de clase, con descaro, pequeñas revoluciones o plantes y el manejo del tabaco rubio como el manejo de la navaja. Yo ya he dicho que Adriana Lastra era el boxeador chato de Sánchez, ese personaje con tirita en la cara que está siempre cerca para dar caña mientras el jefe se pasea con botines comprando manzanas por el barrio, o algo así que parece Sánchez. En la lucha contra Susana, votando no a Rajoy, de portavoz parlamentaria o de celadora del PSOE, ahí ha estado Lastra mascando chicle y explotando la versatilidad del concepto de derechona con cara de poner supositorios o arrancar muelas. Ahora Lastra dimite y es como si se fuera el gigante triste o agrio de todas las bandas.
Casi nadie en política deja sus cargos por la razón que dice, normalmente te liquidan sin dejar pistas ni marcas, así que eso es lo de menos"
Adriana Lastra ha dimitido por detrás de velos femeninos de salud, demasiado femeninos quizá para alguien que hablaba de la mujer con la pata quebrada que la derecha iba a traer junto con otros anublados. Pero casi nadie en política deja sus cargos por la razón que dice, normalmente te liquidan sin dejar pistas ni marcas, así que eso es lo de menos. Lastra estuvo con Sánchez desde el principio, en ese corazón bunkerizado del sanchismo en el que prima, sobre todo, la fidelidad, el aguante y que no te importe romper narices o que te la rompan. A Lastra la hemos visto repartir hostias institucionalizadas y orgánicas, como panificadas en alguna fábrica de obleas del sanchismo, así que seguro que no la han dimitido por blandengue. También la hemos visto aguantar los resultados de las andaluzas como si sólo hubiera sido una estocada de ópera, y aun revolverse con orgullo, agresividad y gorgoritos, así que tampoco ha sido por haberse rendido o cansado. A uno sólo le queda que haya fallado en la fidelidad, que hay quien dice que ya conspiraba para sustituir al Sánchez perdedor. O que ha fallado en la utilidad, objetivo supremo de Sánchez. En todo caso, parte hacia ese lugar como un cementerio de mascotas en el que están Ábalos, Carmen Calvo o Iván Redondo en cajitas de zapatos.
No sabemos con certeza por qué Lastra ha dimitido y no se ha pedido simplemente la baja, pero quizá merece irse con el misterio, el silbido, el medio sombrero de sombra y la media luz de farola del cine negro o quinquillero que hacía. Lastra subía a la tribuna del Congreso como para ametrallar a la oposición desde un estribo acharolado, después de que el jefe hubiera hecho discursos contra la crispación, sobre arrimar el hombro (Sánchez no quiere oposición, sino cariátides), o sobre tender la mano (Sánchez siempre tiende su mano, que es de usar, lavar y tender como un servilletón de mesón). En realidad Lastra iba del cine americano al cine de Los Chichos con total comodidad, o sea que era el poli malo, la macarrilla de los autos de choque, el esbirro con los nudillos vendados y la porra en manteca, o la estanquera de Vallecas, cuando hiciera falta o todo a la vez. Yo creo que le gustaba verse como un Alfonso Guerra sin gracia pero le salía Robert De Niro en Taxi driver, o quizá al revés.
La derechona de Lastra tenía la carnalidad de sombra y sangre de los monstruos, iba más allá de la metáfora y llegaba al escalofrío en la nuca o al arañazo en la espalda"
Adriana Lastra era dura, cruda y reojiza como una carnicera, lo era con la oposición y lo era con el propio partido, porque lo suyo era más bien una opción estética, como la del solitario gruñón. Pero, sobre todo, Lastra era la otra cara del sanchismo, la cara que nos desempalagaba de Sánchez o nos desenmascaraba a Sánchez. No era lo mismo apelar al dóberman, como todos desde Guerra, que sacar al dóberman, o sea a Lastra. Quiero decir que la derechona de Sánchez aún es una viñeta, pero la derechona de Lastra tenía la carnalidad de sombra y sangre de los monstruos, iba más allá de la metáfora y llegaba al escalofrío en la nuca o al arañazo en la espalda. Por eso yo creo que Lastra alcanzó su cumbre en las elecciones andaluzas, con esa derecha de Santa Compaña que se iba a llevar los derechos de las mujeres y las propias mujeres, y contra la que el pueblo tendría que luchar en la calle, con antorchas y bieldos, como se hace con el mal puro. Igualmente, su sanchismo se declaró ahí no sólo ideológico, sino ya teológico, con ese Sánchez que era la causa final de todo bien e incluso de todo mal, o sea que hasta Moreno Bonilla había ganado gracias a él.
Adriana Lastra, malota de catálogo como la ropa de cuero de catálogo, quinqui por rumbas sanchistas, sacerdotisa roja entre fuego castigador y purificador, dimite por una cosa o por otra, pero el caso es que nos quedamos sin la que nos desempalagaba de Sánchez y nos desenmascaraba a Sánchez. Bolaños diría que intenta algo de macarreo, pero es como cuando los empollones intentábamos saltar el plinto. Tampoco ve uno en ese papel a Patxi López, que ya es un emérito para discursos, misas y comidas, ni a Antonio Hernando, que sólo parece un poeta de ateneo que cambió de musa o de amada (de la abstención a Rajoy al sanchismo rendido, mismamente). Ya no habrá detrás de Sánchez una quinqui, un chato, un gigantón triste y patibulario o una tabernera con garganta de hiel y pistolita de nácar. Seguramente ya no habrá nada más que Sánchez. Si acaso, Yolanda, que creo que se irá acercando cada vez más al sanchismo, o el sanchismo a ella. Casi agradecía uno la política sucia, sincera y amarga, por escapar de tanta política sucia, hipócrita y sonriente.
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