La historia reciente de la democracia chilena está plagada de singularidades. En 1988 un plebiscito puso fin, en paz y de manera democrática, a la dictadura de Pinochet. Treinta y un años después, tras años de crecimiento económico y estabilidad institucional, en 2019 un estallido social causado por la inequidad y el malestar de la ciudadanía puso en jaque al país. La salida fue totalmente política: iniciar un proceso constituyente que reemplazara la Constitución de 1980 impuesta por el régimen militar.

En el plebiscito de entrada de 2020 un 78% de los chilenos señaló que quería una nueva constitución. En 2021 se eligieron los constituyentes que redactarían la nueva carta magna y en esa elección la derecha sufrió la mayor derrota electoral de los últimos 50 años. El resultado fue que la izquierda dura, sumando a listas independientes de corte populista y a grupos indígenas beneficiados de escaños reservados, conformó un bloque sumamente poderoso, que pudo lograr acuerdos en la construcción de la nueva constitución excluyendo al centro – cada vez menor – y a la alicaída derecha.

Esa posición de ventaja en una oportunidad histórica llevó a este grupo a darse una serie de gustos personales que les terminarían por costar muy caro. Sin atender a los llamados de la ciudadanía, que pedía a gritos construir un país en base al sentido común, la estabilidad y la paz social, el grueso de los constituyentes optó por una constitución de revancha a la de Pinochet.

Quisieron refundar el país, pero como siempre soñaron ellos y no como quería el país"

Quisieron refundar el país, pero como siempre soñaron ellos y no como quería el país. Embriagados después de tres  victorias contundentes – a los mencionados plebiscito de entrada y la elección de constituyentes se les sumó el triunfo de Gabriel Boric en las presidenciales de 2021 – actuaron durante un año como si la carrera del plebiscito de salida ya estuviera ganada. Desarrollaron una propuesta extensa, compleja y llena de contradicciones. A las críticas las llamaron traiciones o noticias falsas.

El debate se tornó complejo. Muchos de los que votaron por poner fin a la constitución anterior comenzaron desencantarse cada vez con más fuerza de la nueva propuesta y empezaron a utilizar consignas como "Esta no, otra si", "Una que nos una" o "Rechazo por amor a Chile". 

¿Qué era lo que más se criticaba del texto? Principalmente que desunía al país. Socialmente, pero también territorialmente, otorgando autonomías potentes a pueblos originarios. También que podía llevar a Chile a un caos social, proponiendo un sistema político único en el mundo, que disminuía los poderes del Senado, dejándolo como un elemento decorativo y que limitaba la autonomía del poder judicial. Se le reprochaba además al texto su nula preocupación por el crecimiento económico, haciendo difícil la inversión extranjera y propiciando expropiaciones al precio que decidiera el Estado y no el mercado.

A este escenario se sumó que durante el proceso, el Gobierno de Boric rompió la tradicional prescindencia de los gobiernos en las elecciones y haciendo uso de su investidura se transformó en el principal líder de la campaña del apruebo, aunque él evidentemente negó esta acusación. Boric libremente ató el destino de su gobierno al del texto de la propuesta constitucional, y esa doble dimensión se transformó en la tormenta perfecta para la izquierda. 

A las críticas que sufrió la propuesta de Constitución se sumaron los problemas del Gobierno: grupos terroristas de corte indigenista en el sur del país; inmigración descontrolada en la frontera norte con Perú y Bolivia, una crisis económica producto de la pandemia; una inflación inusualmente alta y con el narcotráfico y la delincuencia azotando los principales núcleos urbanos formaron un coctel nocivo que generó desafección y angustia en los votantes. Cualquier Gobierno habría sufrido en ese ecosistema. El de Boric no fue la excepción y su baja aprobación a meses de haber asumido, golpeó también a la propuesta constitucional.  

El plebiscito de salida del pasado domingo 4 de septiembre fue decisivo y claro. Con una participación histórica, con más de 13 millones de personas votando gracias a la inscripción automática y el voto obligatorio, la opción del "rechazo" alcanzó un inesperado 61%. Ni en sus peores pesadillas, ni los constituyentes ni Boric, sospecharon un resultado tan negativo. La realidad fue mucho más dura que lo que anticipaban las peores encuestas. 

Boric sintió el golpe y para negociar con la derecha sacrificó a dos figuras claves de su gobierno: los ministros Giorgio Jackson e Izkia Siches. Con el gobierno de rodillas electoralmente, el poder ha vuelto al Congreso. Y será en ese espacio donde se defina el futuro constitucional de Chile.

Este caos electoral del plebiscito de salida obligó a la izquierda a negociar con la oposición de cara a un nuevo proceso constitucional, algo que no les agrada en lo más mínimo"

Tan devastadora fue la elección para algunos líderes del proceso que simplemente optaron por el silencio. Fue, a todas luces, un merecido baño de humildad. Los que quisieron ser los nuevos padres de la patria terminaron siendo los rostros de la más grande de las derrotas. Tras la fiesta, alguien tiene que pagar la cuenta y esta a la izquierda chilena le salió muy cara.

Este caos electoral del plebiscito de salida obligó a la izquierda a negociar con la oposición de cara a un nuevo proceso constitucional, cosa que no les agrada en lo más mínimo. Pero tendrán que hacerlo aunque les duela, porque lo que los chilenos eligieron fue decirle "no" a esta constitución mal hecha, pero "sí" a una nueva carta magna que una a todo el país. Ese llamado – el del plebiscito de entrada- continúa vigente y las fuerzas políticas no pueden desoírlo. 

Veremos cuantas sorpresas más nos da la ciudadanía de Chile. A la fecha no han sido pocas. Lo que si sabemos es que esta historia aún no ha llegado a su fin.


Benjamín Fernández es periodista y Magíster en Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile.