La cesta de la compra de Yolanda Díaz, que es como la cesta de Caperucita, no es posible llevarla así, cantándola y columpiándola mientras se olvidan las leyes, la economía y la prudencia igual que se olvida una moña en el prado. Más o menos esto han venido a decirle Luis Planas, Nadia Calviño y Margarita Robles, que parecen guardabosques del Gobierno ante el botellón populista de la vicepresidenta. Pero es que Yolanda ya no ejerce de ministra, ya no es Gobierno sino una especie de amazona a pelo que, más que para impartir justicia lírica, galopa como aquella chica del caballo de Terry para publicitarse a sí misma a contraluz. Robles le dice que esos asuntos no son de su competencia, Calviño le recuerda que perjudicaría a las empresas y a la economía, Planas le aclara que sería ilegal, pero el que no dice nada es Pedro Sánchez. ¿Será insolvencia o mala fe?

Yolanda Díaz, con su cesta toda de requesón y hombrecitos de jengibre, ya no es ministra sino monjita o infantita de cucharón de sopa, ese hisopo de la izquierda, ese marquesado de la izquierda. Yolanda ya no es ministra de su ramo sino benefactora con mantilla, a lo Evita, o Caballero del Cisne, o, ya lo decíamos, esa Caperucita ingenua / heroica que cruza el bosque de los lobos y los señores con puro trasatlántico para rescatar a una ciudadanía que se ha encamado con la bolsa de agua caliente y gatos en la barriga. Como dice Robles, el asunto no es de su competencia, y, como dice Planas, el que sí tiene la competencia, esos topes de Yolanda, un poco como cierres de bote de mermelada con trapito, ni siquiera serían posible fuera de los cuentos (y eso que también tenemos ministerios de los cuentos, como castillos de Disney llenos de fantasía y ratones). Pero Yolanda no puede estar encerrada en un ministerio, que es como si una santa se quedara emparedada en su hornacina. Tampoco a Sánchez le sirve Yolanda ahí, como si fuera Garzón, ministro de un escobero de bingo.

Las competencias de Yolanda abarcan ecuménica y evangélicamente todo el católico mundo, porque ella aspira a ser presidenta, no ministra de un ficus ni cajera del mes

Las competencias de Yolanda abarcan ecuménica y evangélicamente todo el católico mundo, porque ella aspira a ser presidenta, no ministra de un ficus ni cajera del mes. Esto Sánchez lo sabe, lo permite y lo apoya. Sánchez no dice nada sobre la cesta de Yolanda, sobre la búsqueda de esa cesta fundamental, sagrada e imposible, como un Santo Grial con ajos, porque quiere a Yolanda donde está y a cierto Gobierno serio también donde está. Sánchez no ve un Gobierno dividido o peleado o ingobernable, sino un Gobierno expansivo y abrazante que le puede conseguir votos útiles. Esos votos son ahora los de la extrema izquierda, los de esa otra izquierda de pequeño poni de Yolanda, los del socialista clásico, ese socialista suscriptor, y hasta del centrista espantado por lo rancio como por la cabeza disecada de un ciervo. El propio Sánchez ha adoptado un tono y una iconografía pablistas (un día se dejará coleta, aunque le quede, a él sí, como al vizconde de Valmont), yo creo que confiando en que el resto del espectro ideológico útil lo tiene más seguro. Entre su pablismo de guapo, el yolandismo que abraza a los pobres como a unicornios y a los árboles como a osos panda, y lo que queda del moderado seriote, más el Frankenstein incorrupto, Sánchez hace sus cuentas.

Calviño, Planas y Robles ponen en su sitio a Yolanda Díaz, pero resulta que es el sitio donde Sánchez quiere que esté Yolanda, como también quiere que Calviño, Planas y Robles estén donde están. Lo que para muchos es confusión, para Sánchez es sólo equilibrio y diversificación. Hay un socialismo serio, ése donde están Robles con su reloj de cuco y su barco de botella, y Calviño con su gran calculadora de manivela como un Ford T, y Planas con sus cartapacios con toda una peluca judicial de polvo encima. Este socialismo puede parecer todo lo contrario a Sánchez, pero es puro Sánchez. Es tan Sánchez como el revoloteo de abejita Maya de Yolanda, como el podemismo pablista con Iglesias y sin Iglesias, como el Sánchez Superman, el Sánchez atlantista y el Sánchez dulcinista; como el Sánchez, en fin, que puede ser cualquier cosa y la contraria, preferiblemente a la vez, o sea con alarde, con virtuosismo. Yolanda Díaz, con su cesta de Jauja de chóped, de violetera de altramuces, de seco socorro de los pobres, de miss de la vendimia, de lavandera de zarzuela, ya no es ministra ni tampoco una diosa del cereal, sino más bien una pastorcita de villancico, con viandas que le riman a ritmo de catecismo. Lo de la cesta de la compra lo arreglarán la competencia y la subida de tipos, no su propuesta de convertir la economía en cooperativa de compotas y garbanzada comunal. Aun así, ella se apropiará del mérito, como si hubiera hecho una danza de la lluvia económica brincando con su capacho. La verdad es que Yolanda Díaz no es tanto la rival de Sánchez como su adelantada, por eso ejerce de virreina por gremios, hórreos y cocinas. Es cierto que el presidente anda ahora muy ocupado haciendo castings ciudadanos que están entre casting de milagros de cojo, casting de película de hobbits y casting porno. Pero el casting también incluye a Yolanda Díaz, haciendo de Caperucita, de guerrillera, de madonna, de enfermera con caldito o de molinera con grano. Por eso Sánchez no dice nada.