Sánchez y Feijóo se han reunido, han posado como tenistas, juntos y separados a la vez, han estado más de tres horas en la Moncloa removiendo la cucharilla almorávide del café, pero no han salido ni con un CGPJ nuevo ni con una ley orgánica nueva, sino que han salido con un cura, González Pons. Pons no salió ni optimista ni pesimista, sino con una esperanza parecida a la resignación y una providencia indistinguible del azar. “Nos hemos dado una última oportunidad. Todo aquel que en esta vida haya tenido una pareja y se haya dado una última oportunidad sabe de lo que estamos hablando”. Estamos hablando del desastre, porque las parejas que se dan últimas oportunidades suelen estar condenadas al fracaso salvo que un cura las ate con la estola como con la cuerda de la campana. Pons parecía un poco ese cura que quiere salvar el matrimonio pero no está muy convencido de su éxito, como conociendo que Sánchez gusta de dejar pisotones en el CGPJ y en todas las administraciones como pelos en el lavabo y cuentas en el bar.

Yo creo que Pons, con eso de las últimas oportunidades y la pareja, no le ha puesto a la cosa romanticismo sino, al contrario, una especie de ultimátum teológico. Como el cura, Pons parece decirnos que no hay que creer en el amor sino en el matrimonio, en que el matrimonio sobrevive al amor y, lo que es más importante, incluso al asco, y que hay que pensar en los hijos, en la herencia del estanco familiar y en la decencia pública. O sea, que Sánchez y Feijóo no tienen que quererse, que eso es cosa de adolescentes o de hippies, sino sostener la institución, que en este caso es el Estado. Pons, desde luego, sería un cura tío de Feijóo o algo así, que lo mira a él como al abandonado en la relación y a Sánchez como a un díscolo travoltín. Pero me gusta ese ultimátum, que no es teológico sino cívico, aunque esté dirigido a Sánchez y Feijóo sólo parezca aquí un ama de casa de pasapuré y calceta.

Como el cura, Pons parece decirnos que no hay que creer en el amor sino en el matrimonio, en que el matrimonio sobrevive al amor y, lo que es más importante, incluso al asco

Sánchez y Feijóo, pareja sentimental o sólo artística, novios de campamento o de carpa de circo, pareja de Hollywood o de Tennessee Williams, parece que han empezado una pelea en la alcoba de pijamas y reproches de la Moncloa y amenazan con terminar entre abogados matrimonialistas, mesas de empalizada y naufragios con chistera. Para unos, el PP bloquea el acuerdo como Vilma Picapiedra cerraba la puerta. Para otros, el que hace imposible el acuerdo es Sánchez, que se va de jueces, de fiscales y de altos funcionarios como el que se va de putas, que ya sabemos cómo se las gasta el pícaro señorito. El caso es que urge que se arreglen, de corazón o sólo de paripé, con Cupido, con cura, con suegro o con contable de gafas sudorosas.

El conflicto es grave, antiguo y complicado, como el amor/desamor de los poetas y las pastorcillas o de los frikis y las animadoras, pero hay algunas cosas que sabemos con certeza. Sabemos que desde Felipe hasta Sánchez, más aún con las modificaciones de Sánchez, la ley está concebida para que los partidos se repartan a los miembros del CGPJ, sean estos más o menos conscientes, puros o venales. Sabemos, salvo que seamos bobos, que el objetivo no es que la democracia, así como fresca ventolera popular, penetre en esas salas de visillos y ojales del Poder Judicial, sino intentar controlar en la medida de lo posible los altos tribunales para los casos que afecten a los partidos. Sabemos que es el PP el que quiere que los partidos dejen de elegir a los miembros del CGPJ, aunque lo quiere tarde y con desmemoria, que ellos también han jugado a los cromos y a arrancar alas de seda negra a los jueces, como a moscas o cabareteras.

Entre otras cosas, también sabemos que todo eso de cumplir la Constitución (en realidad se refieren a la ley orgánica, la Constitución se seguiría cumpliendo con los jueces eligiendo a los jueces), todo eso que dice Bolaños como un pomposo levita con levita, no hay manera científica de asegurarlo. O sea, que no se puede asegurar el acuerdo como no se puede asegurar el amor. No hay acuerdo porque el PP no acepta lo que propone el PSOE, o no hay acuerdo porque el PSOE no acepta lo que propone el PP, que es algo en principio equivalente, algo que sólo se distingue cuando sale Bolaños con el pelo tieso y las narices infladas, o cuando sale Feijóo con cara de rellenar la quiniela, esa cara que también tenía Rajoy. Equivalente, claro, salvo que ya sabemos cómo se las gasta el pícaro señorito.

Hemos llegado a esta situación, la de ver terciar a un cura o ver peligrar las instituciones como la vajilla, porque la ley es malintencionada y torpe. Sin embargo, la actitud de Sánchez me parece coherente, o sea quiere controlar el CGPJ y el TC como quiere controlarlo todo, y eso es algo evidente, conocido y vulgar, como el comportamiento del marido tabernario. El misterio en esta pareja o matrimonio desparejado, algo así como el misterio de la fidelidad, es por qué el PP, ahora, quiere que los partidos dejen de elegir a los jueces del CGPJ. Será porque se les ha aparecido de pronto Montesquieu con candil, o quizá porque ahora estarían en minoría. En este caso, o su objetivo es cambiar otra vez la ley luego, lo que les descalificaría para siempre, o están pensando en algún bien mayor o, más bien, en evitar un mal irreparable: por ejemplo, que Sánchez coloque a jueces indepes o iliberales en el TC, lo que acabaría con nuestra democracia.

Después de la reunión de Sánchez y Feijóo en una especie de lago congelado del amor o de la guerra, lo único que sabemos es que no han acordado nada, salvo intentar acordar, intentar intentarlo, bajo la admonición de Pons, que se coló en la Moncloa como un cura que se cuela a la hora de la merienda, o del simple sentido común. Pons no salió ni optimista ni pesimista, simplemente estaba entregado a la providencia y a la resignación. Como los demás, ve que Sánchez se vuelve a perfumar de Floid en el baño y coge la puerta, mientras Feijóo se queda rellenando empanadillas o algo así. Sí, esto urge arreglarlo, pero ya conocemos al pícaro señorito…