Nos dicen las encuestas que el efecto Feijóo se modera o se desinfla, aunque tampoco cree uno que Feijóo tenga que ser un cohete, como no lo fueron Rajoy ni Aznar, que al final ganaban las carreras o las guerras como en autobús de La Sepulvedana. Uno nunca ha visto a Feijóo como estrella ni como petardo, y creo que ha llegado todo lo alto que podía llegar en este tiempo alguien con su levita y su jersey de lana gorda, todavía mojados del tendedero almodovariano del pueblo. En cambio, Sánchez, Podemos, Yolanda Díaz, Vox, sí tienen que ser un cohete, un sprint, un arrebato, un zafarrancho contra los ricos, contra los fachas o contra el paisa, algo que nunca se puede mantener demasiado tiempo porque la realidad suele ser más fuerte que el entusiasmo. La ventaja estratégica que uno le ve a Feijóo, al PP, a esta derecha de reloj de colegiata o de comodita, es que va a su ritmo pero suele llegar a la hora de la misa, o sea de gobernar.

Las encuestas, igual que los videntes de pañuelo pirata y pulseras de cascabeles, suelen decirle a cada uno lo que quiere oír, aunque saquen el mismo ahorcado o el mismo loco sobre el tapete. Que Feijóo se desinfla o que Feijóo gana, que Sánchez resiste o que Sánchez pierde, todo esto es a la vez verdad y promesa, matemática y adivinación. Ahora las cartas dejan a Feijóo descendiendo con su abrigo mojado y a Sánchez aguantando en su búnker lleno de esbirros y mancuernas, y es algo que no da para un augurio pero sí para una apuesta. A uno no deja de sorprenderle que esto del efecto Feijóo moderándose o desinflándose en el fondo significa que un señor soso, novatillo, adehesado, que no está en el Congreso, que se enreda en su jersey y en sus decisiones, aún le gana a toda esa gran maquinaria de pistones a vapor de los ministerios y de los presupuestos, presupuestos que son como rotativas de dinero calentito, panificado y popular, como los churros callejeros.

Sánchez aguanta porque tiene un Gobierno imperial lleno de doblones y galeones, una carroza de tirar muñequitos de miga de pan y una chequera en blanco que no va a pagar él sino el país

Esto parece que va ahora de apostar por la liebre o por la tortuga, por el Sánchez atlético de sí mismo o por el Feijóo con gafa y chaleco de carey, pero el cuento ya lo conocemos. Ya sabemos qué pasa cuando el PSOE gobierna durante una gran crisis y el PP se limita a estar ahí, mirando el reloj de estación y apuntando cosas con un lápiz mojado con la lengua, como un carpintero o un albañil taciturno y quinielista. Ya sabemos lo que ocurre cuando se agota la caja del dinero gratis, del oro de chocolate que viene con vellocino ministerial y patrocinio socialista como un doblón que viene con silueta de Borbón. Ya sabemos lo que ocurre cuando se acaba esa otra caja de pesetas rubias y negras del franquismo, las de jugar a la brisca de las trincheras o al bingo vecindón ideológico. O sea, que hay datos aquí para apostar más allá de la velocidad o la aerodinámica que nos dejan las encuestas, en la que todos salen movidos o descabezados, como en esas fotos que nos hacíamos en los autos de choque.

Sánchez aguanta porque tiene un Gobierno imperial lleno de doblones y galeones, una carroza de tirar muñequitos de miga de pan y una chequera en blanco que no va a pagar él sino el país en varias condenas generacionales, como las bíblicas, de ésas que se aplican en múltiplos de siete. Pero lo de Sánchez no es sólo la economía de repartir dinero de achicoria, de abrir y tapar zanjas de Keynes o Zapatero, de endeudarnos a todos para seguir él en la Moncloa como en la ruleta. Lo de Sánchez es también la subasta del Estado entre los declarados enemigos del Estado. Lo de Sánchez es también el fin inevitable y chisporroteante de su credibilidad, que es como el fin de su corta mecha, que dura lo que duran en alcanzarlo la realidad y las contradicciones. A uno le sigue pareciendo que los bonos para llenar o vaciar trenes y las ayudas en mano como los duros en mano son poca cosa para equilibrar todo esto, de ahí la ventaja de Feijóo, aunque camine con cayado o con los calcetines mojados.

Feijóo afloja, yo creo que como la derecha se suele aflojar esos tirantes de Fraga de vez en cuando, pero Podemos y Vox aflojan mucho más, y Sánchez sólo planea en camisa sobre las corrientes cálidas del dinero europeo, el dinero fiado o el dinero inventado. Yo diría que el PP afloja un poco por costumbre, como si parara para la meriendita o para el Ángelus, mientras las otras flojeras indican, cree uno, que el votante se ha cansado de experimentos y de populismos coheteros y verbeneros. Podemos vuelve a ese 10% que hace revolución con la litrona desde que se inventó la litrona o hace revolución con el pelo desde que se inventó el champú, cosa que enfurece mucho a Pablo Iglesias, que culpa a complots y contubernios de lo que sólo es un melancólico y cíclico milenarismo de la izquierda. Vox, por su parte, se va revelando más folclórico, inútil, contraproducente o macarra que salvador. La única incógnita es Yolanda Díaz, si acaso ella va a ser capaz, como decía yo ayer, de volver a recoger en su ruló o coche con sombrillita de Penélope Glamour a esos despistados, perdidos o ingenuos que siempre quedan.

Las encuestas se mueven entre el caos estadístico y el caos emocional del españolito, y uno sólo puede apostar, más que extrapolar y más que adivinar. Feijóo ha pagado novatadas, ha torpeado, ha rectificado, se ha dejado atrapar por su propio anuncio de lavalanas o por el de Sánchez, se le ha visto arrojado y se le ha visto débil. Pero con su maleta de cuerda, su lápiz apurado como una colilla y sus dudas de banderillero en Atocha, aún gana al Apolo o quizá sólo Ícaro de la Moncloa. Y, según dicen los números, gana más apartándose de Sánchez que arrimándose a él. Nadie espera que Feijóo sea un cohete sino una especie de carricoche antiguo, lento, incómodo, seguro en su tembleque, con una carrera más de costumbre y milagro que de vértigo. Feijóo se desinfla, pero a Sánchez, Superman de pandorga, yo le veo la mecha corta, y los otros que quedan, después de todo, van sobre sus hombros puntiagudos. Uno, ya digo, sólo puede apostar, pero me parece que la realidad va a pillar a Sánchez antes de que los halcones o el reloj pillen a Feijóo.