Para acatar la decisión del TC el sanchismo se vistió de entripado y luto, como si se les hubiera muerto el padre en la cena de Nochebuena, que algo de eso había, un Sánchez atragantado con el turrón o con la guinda del pavo ahí tendido en la alfombra. Entre luz de árbol de Navidad mojado y luz de tanatorio encerado, salieron Meritxell Batet en el Congreso y luego Ander Gil en el Senado, que parecían los dos, con esa cara de mirar tristes por la ventana con nevadón, un poco los anti Bing Crosby y Frank Sinatra del momento. Era una institucionalidad de espumillón, como de belén de la Zarzuela, buscada pero fallida, porque los dos sólo eran portavoces de Sánchez, o sea que traían de nuevo el argumentario de Puigdemont, entre guerrillero y arlequín, las intromisiones en el Poder Legislativo, el atropello a la democracia y otras variantes falaces y penosas del populismo. Sí, era gravísima la cosa: Sánchez va a tener que tramitar las leyes como debe hacerse, y no como le venía bien a él, o sea cantando en la ducha o bailando en la escalera como el Joker con su traje berenjena.

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