Resulta que el circo era nuestra política en general, no tanto Ramón Tamames, allí en un escaño como con mesita de noche, entre la razón y la asfixia, con vivísima máscara funeraria, sal de caspa en la solapa como una sal de almuerzo de pensión, y hablando un poco a vapor o entre vapor, igual que un jefe de estación antiguo. Al final, el esperpento que decían, ese esperpento españolísimo de Callejón del Gato con niño muerto o señor cocido, en realidad sólo se refería a la crueldad física con Tamames, un anciano con abultamientos de erudición o pañal y hasta reloj de estación, y que no pegaba entre unos políticos de tipito, soliloquio, matraca, topicazo y propaganda. Quiero decir que Tamames se limitó a leer su censura con lentitud y estrictez de prospecto y a guardarse las gafas como un astrolabio esquelético, mientras que Sánchez se extendía en el tiempo y el vacío como un pregonero del mayo florido, optando por el agotamiento para tumbar a un viejo, y Yolanda Díaz usaba la oportunidad para presentar su propio proyecto o para presentar la primavera, que decíamos ayer.

Sánchez se había traído el “tocho”, que dijo Tamames con el más académico de los lenguajes, y con ese tocho quería atizar o dormir al candidato, a nosotros, al tito Berni o a las encuestas

El espectáculo de Tamames leyendo como cosiendo o cosiendo como leyendo, y luego replicando sólo con un par de apuntes, evidencias y maldades, como un suegro de los de antes, no era nada al lado del espectáculo natural de nuestro parlamentarismo. El presidente del Gobierno estuvo una hora y cuarenta minutos hablando de los bosques o de su propio desodorante de pino, que él tiene algo de presidente de chicle mentolado. Sánchez se había traído el “tocho”, que dijo Tamames con el más académico de los lenguajes, y con ese tocho quería atizar o dormir al candidato, a nosotros, al tito Berni o a las encuestas. “¡Es que usted viene aquí con un tocho de 20 folios preparados para hablar de cosas que yo no he dicho!”, se quejaba Tamames riñendo con su reloj de estación, antiguo y tipográfico. Tamames, que habla mejor que lee y regatea mejor que recita, apuntó que en una hora y cuarenta minutos Asimov te explicaba la República romana y también el Imperio. Sánchez, sin embargo, parecía que no había salido de su bañera. Ese chapoteo autoerótico y adolescente que es la política, eso era más circo que Tamames sostenido por sus gafas como un palillo sostiene un disco chino.

El presidente censurado, o la náyade que se sentía interpelada desde los frescos manantiales de la izquierda, lo que hacen es sacar el tocho que les han dado los asesores y meterlo como bibliazo, como publirreportaje, como bombo o como nana, mientras no se contesta nada ni se dice nada; sólo se pregona tu propia voz como se pregonan melones durante hora y pico, que es mucho tiempo para estar sonando a melón, algo así como estar sonando a campanazos de tu cabeza o de tu barriga. Esto ya ocurre normalmente en nuestro parlamentarismo, pero con Tamames allí, con agobio de vejiga como el de un reloj de arena o una cuenta atrás de artefacto explosivo, ya parecía además una táctica militar de desgaste o de tortura. El Sánchez silvícola vendía sol, nuevo progreso a pedales y vieja derechona de ricino, a la vez que dormía largamente en sus bosques como un fauno. Esperaba, más que convencer a nadie, que Tamames se rindiera, y quizá por eso no fue demasiado agresivo. Sí fue agresiva Yolanda Díaz, que parecía una diva en el día de un ensayo general de función o de boda (ella, por fin, se va a casar consigo misma, después de muchas dudas sobre el amor propio o el amor ajeno).

La vicepresidenta también estuvo nada menos que una hora y cinco minutos proponiéndose como lideresa de los derechos, las libertades, la justicia y las hadas, sin más que repetir mucho esos aleteos y palabras, esas cuantas palabras que tienen ellos como conjuro o como glosario. Las palabras de la izquierda son pocas o son las justas, que ya vimos antier a Yolanda repitiendo frases enteras de aquel Pablo Iglesias de los buenos tiempos, antes de que se fuera al podcast como la que se va al convento. Yo creo que Díaz estaba en su propia moción de censura, anidada a la de Tamames, y que al darle las gracias a todo el Gobierno, como en los Óscar, sólo ejecutaba venganzas o despedidas. La verdad es que Díaz no le está haciendo a Iglesias una moción ni un envite, sino que le está haciendo un cover. Así que lo dio todo en el escenario, desde luego, toda la garganta, toda la cadera y todo el repertorio. De nuevo, Tamames le recomendó síntesis, pero eso es como recomendarles modestia y contención a estos políticos de ahora, que son como raperos.

La moción de censura, en fin, no fue ni tan divertida ni tan sanguinaria. Lo hubiera sido más si Tamames hubiera replicado con un poco más de saña y de fuerzas. Se le veía con argumentos, bibliografía y guasa, pero después de las horas introductorias y de las horas de pícnic sanchista, su chaleco o su cuerpo habían tomado forma como de acordeón abandonado en el escaño por ese Abascal que cada vez parece más un cíngaro con acordeón. No hubo en realidad una moción, sino muchas. La de Tamames era como una canita al aire intelectual y canallita. La de Abascal era un intento de volver al candelero sin que saliera detrás el Yunque y de recuperar la derechita cobarde que esconde a Feijóo bajo el jersey. La del PP era como el ejercicio definitivo para quedarse de perfil, otra vez, entre la necesidad y la coherencia. La de Sánchez era otra bañera con espuma (todo en él es una bañera con espuma), y la de Yolanda era como una puesta de largo de la primavera pubescente, impaciente y estallada. Pero ya dije yo en su día que de esta moción era más interesante la pedagogía que las consecuencias.

Sin ventrílocuo con chaqué ni milagro en el velatorio ni muerto en la concha del apuntador, la moción fue sobre todo pedagógica. Llegó un señor de fuera, como desembarcado de un dirigible, lento pero efectivo, con celo por el tiempo como prisa por coger el tren, y nos dimos cuenta, más que nada, de que el Congreso está vacío incluso cuando suena, como esa campana que parece. Y esto ya ha merecido la pena, como merecía Sánchez censura, reproche y hasta que lo viéramos en todo su esplendor y sus prioridades cuando tiene todo el tiempo del mundo en la tribuna como en la ducha.

Yo no me atrevo a aventurar quién acabó más satisfecho. Puede parecer que Sánchez y Yolanda, que empiezan su campaña un peldaño por arriba. Lo que pasa es que Sánchez ya no tiene más bosques que enseñarnos y Yolanda no tiene más izquierda que inventarse. Aunque diría que el que salió más contento fue Tamames, que fastidió a todos un poco por igual, como la verdad, como el revisor o como el suegro, y dejó a todos rascándose la cabeza mientras él se iba, lenta y redondamente, con su tranquila prisa caligráfica, a orinar o a pillar el último tranvía, sabiendo que él podría ser mejor presidente que Sánchez