Pedro Sánchez anda de gira por los periódicos, las radios, las televisiones, un poco despechugado, un poco estrellón vestido de fleco o de escay, como una motomami de la Moncloa, como un Bisbal con disco nuevo o viejo, que siempre es el mismo por muchos discos que saque. En entrevistas de divancito o de cama de agua, que eso pareció la de Wyoming, Sánchez se entrega a la seducción de canalillo, al muslaqueo, a la distancia corta de la colonia de bingo, que ahora él es “cercano” como el otro era campechano. Yo, la verdad, ante tanta desesperación por tener foco para sus morritos (Sánchez es más Yurena que Bisbal), me acuerdo de la última campaña, del susto de su propio partido, del horror de sus barones ante la sobreexposición de Sánchez, el protagonismo de Sánchez, el pavoneo de Sánchez, que les espantaba a los votantes como un zorro doble, un zorro con abrigo presumido de zorro. Pero eso es justo lo que hace ahora, sobreexponerse y guiñarnos un ojo loco de Marujita Díaz, con más dedicación y brilli-brilli que nunca. No parece algo muy inteligente, pero es que un narcisista no puede hacer otra cosa.

Sánchez todavía quiere seducirnos, incluso tirando de pura huevera, diciéndole a Wyoming que lo mismo no lleva calzoncillo, o que le puede dar una vuelta en el picadero del Falcon, mientras le brillan los dientes como una bola de discoteca y la bragueta como un Colt. Yo pensé que hubiera sido mucho más sensual decir aquello de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba, que cuando hace calor él mete la ropa interior en la nevera, esa neverita del Falcon, tintineante y agresiva como una espuela. Pero yo creo que Sánchez es poco sutil en la seducción, es obvio como todos los guapos, que terminan, como él, dando ese cansancio de guapo. De todas formas, lo que se le olvida a Sánchez, y a su equipo que está ya entre el salto de cama y el salto del tigre, es que no se puede seducir con estos truquitos de soltero de crucero a quien ya te conoce demasiado bien. Y el españolito, claro, lo conoce demasiado bien como para irse con él, a estas alturas, a la duna escondida o a la furgoneta tapizada.

En Moncloa están muy satisfechos con eso de que el presidente vaya apareciendo tanto, dando la cara de guapo o poniendo el puchero de político incomprendido

Leíamos el otro día aquí que parece que en Moncloa están muy satisfechos con eso de que el presidente vaya apareciendo tanto, dando la cara de guapo o poniendo el puchero de político incomprendido, incluso en los medios en principio más hostiles, donde Sánchez no puede tirarle al presentador los tejos, o la ceja como un bumerán, pero sí explicarse. Sánchez cree todavía que el españolito no lo ha entendido, cuando lo que ocurre es que lo ha entendido perfectamente, que a Sánchez se le entiende todo. Ahora que el votante lo ha calado, esa maniobra de intentar hacernos creer que lo hemos malinterpretado todo, que nos hemos tragado bulos y maledicencias, es tomar al personal por tonto, y eso es peor que volver a querer ligarnos enseñándonos el pecho de lobo y el calzoncillo de seda y topos en los sofás de doña Inés de Patrimonio Nacional.

Ahora se ha empeñado en convencernos, por ejemplo, de que ese famoso mal dormir suyo con Podemos es un bulo, y hasta nos lo sacan en La Sexta, en su colorido expositor de bulos como de rosquillas. Pero sólo hay que ver el vídeo un poco antes del corte que nos trae el pastelero. “Yo hoy podría ser presidente del Gobierno”, empieza. Y no lo era porque no quería coalición, porque le quitaría el sueño la coalición. Los ministerios que menciona son ejemplos para magnificar ese horror de la coalición, para que entendamos su contundente no. Como el ministerio de Hacienda, que difícilmente entraría en una negociación con un grupo minoritario. Pero sí los puso en vicepresidencias, en Trabajo, en Consumo, en Igualdad, en Derechos Sociales, en Universidades, manejando presupuesto y políticas sensibles (recuerden el ‘sólo sí es sí’, la ley de vivienda o la idea de intervención de precios o de supermercados públicos), y hasta poniendo en duda el mismo imperio de la ley. Pero no, sólo le quitaba el sueño Hacienda, Seguridad Social o Energía, así que otra vez al sofá, a caer rendidos ante esa hazaña de Tenorio.

Cuanto más se explica Sánchez, en un ejercicio como de último retorcimiento, como un contorsionista que ya se toca el culo con la nariz, más se le ve el cartón, el truco. Ahora ya está renegando incluso del feminismo de su ministra inventora del feminismo, como si acabara de despertar de su sueño sin insomnio y se hubiera encontrado a Irene Montero persiguiendo con escopeta de patos a jueces machirulos y fachas, y a Pam arreando al personal con el vibrador como si fuera el rodillo de amasar de las suegras o de los Picapiedra. Pero Sánchez, no sé si dormido o despierto, alabó la ley del ‘sólo sí es sí’ como “una gran conquista del movimiento feminista”, “una ley de vanguardia”, y hasta pedía “sensibilidad” a los jueces. Para lo demás, incluido lo de Bildu, Sánchez tiene el último recurso y la última copa del cambio de criterio. Como si la gente no supiera distinguir eso de la ausencia de principios. Y al sofá otra vez.

Sánchez está de gira por los medios, como si fuera Bárbara Rey contando su historia de amor, necesidad, patriotismo, sacrificio e inevitabilidad. Aún deben de parecerle pocas entrevistas éstas que está haciendo con magreo o con nudo en la garganta, que ahora se ha hecho youtuber o algo así. Sí, ahora Sánchez se retransmite él mismo en unos streamings de conversaciones con ministros o sólo con el espejo, ese espejo de Alsina en el que él se ve como el burlador de España, repitiendo rimas, trucos y sofá con más tradición que éxito. Ha llegado al autoerotismo definitivo de guapo que es la autoentrevista, aunque ya había llegado al narcisismo definitivo que es la autopolítica. Sánchez, pillado, desesperado, se abrillanta la tableta o el sable, menea las pestañas y nos dice, a la cara y en pelota, que no es lo que parece. Aún quiere llevarnos al huerto, pero el país está resabiado y los tenorios de güisquería muy pasados de moda.