Sánchez ya está de presidencia de turno europea y ha salido como una gobernanta a arreglar el mundo igual que si fueran centros de mesa, que a lo mejor su diplomacia es eso. La política internacional de Sánchez se reduce, en realidad, a habernos vendido a Marruecos por una tetera y a prestarle a la OTAN el Museo del Prado para que aparque allí los tanques y a los consortes de los estadistas, con algo de meninas endomingadas. Así hace política exterior cualquiera, regalándolo todo por una foto o yendo como de infantita de gira, besando banderas como niños o niños como banderas, cargando en los brazos flores como niños o niños como flores, oliendo coronillas de políticos o de niños, que cuando Sánchez abrazaba a Zelenski era como si abrazara a Peter Pan o a Pablo Motos. Todo mientras encera los palacios con su presencia y habla de la paz en el mundo, la buena voluntad y tal, como si la presidencia europea fuera de Ana Obregón. Aun así eso viste mucho, sobre todo cuando Sánchez habla inglés, que también es como un inglés de la Obregón, de estrellaza manchega perdida en Hollywood y rescatada por Zelenski como por el Equipo A.

Sánchez no se esperaba esta presidencia europea en medio de una campaña de supervivencia, pero le va a servir para hacerle de carroza de infanta y de liceo francés. En la escena internacional, la verdad, nosotros sólo ponemos mesones cervantinos y algún tanque de cemento que antes hay que desenterrar, limpiar y mover como la Dama de Elche. Pero tenemos un presidente principesco o directamente regio (yo creo que Sánchez lo que quiere ser es rey) al que ya le podemos decir campechano, y que hace como nadie discursos olímpicos y coreografías con palomas, niños, cadetes, viejetes, caderas y soperas. Sánchez quiere ser Europa por Europa, donde consideran al español un poco africano, como en Cataluña, y quiere ser Europa por España, donde el europeo sigue siendo una especie de sueca alegórica. En todo caso, quiere que le sirva de nuevo escaparate fuera y de nuevo escaparate dentro, que el problema es que ya se está quedando sin escaparates.

La campaña de Sánchez es sólo Sánchez, y si le sirve salir con Trancas y Barrancas imaginen salir con Zelenski, hermanados por la injusticia y la ceniza, o con los prebostes europeos, a los que se dispone a agasajar y a impresionar con todo el aparataje que guardamos aquí para los guiris, algo así como una paella picassiana, aún mejor que la paloma picassiana, más esa cosa de presidente bandido que tiene Sánchez. Después de visitar a Zelenski, por sentirse como cuando el emperador romano visitaba las fronteras con los bárbaros, marcando territorio civilizado, Sánchez recibe en Madrid a Charles Michel, presidente del Consejo Europeo al que no conoce nadie, pero eso no es lo importante. Luego, recibirá a Ursula von der Leyen, que sí nos suena y le suena a Sánchez, concretamente le suena a dinero, a nuestra tía de Alemania o por ahí con joyerío y poderío austrohúngaro o zarista (llegado este punto, Sánchez confunde todo lo europeo, igual que confunde a Franco con cualquier aviador o poetastro de rotonda).

Lo que importa no es lo que se haga, lo que se acuerde ni lo que se recite, que Sánchez no va a arreglar nada, ni siquiera los centros de mesa en las cenas de gala. Lo que importa es que Michel, Von der Leyen y los que vengan después ya no parece que vienen con la calculadora o con la lupa, a buscar dónde han terminado los dineros europeos, sino que vienen a despachar aquí con Sánchez. Vienen con media reverencia y media peluca empolvada a visitar a nuestro presidente como a Luis XIV, que me los imagino esperando o incluso departiendo con él mientras se hace vestir lenta y sagradamente, como una Virgen sevillana, entre palanganas, barberillos y costureras. Lo que importa es que la Moncloa del sotanillo y de las gafitas de Bolaños, esas gafitas como de zurcirle pololos a Sánchez, ya es algo así como la nueva Roma (Europa lleva desde Roma buscando volver a ser Roma). O eso se cree Sánchez.

Después de borbonear por las televisiones, Sánchez puede borbonear por esa Europa que sigue siendo lo que quedó de un reparto de tierras y alcobas de las monarquías

Sánchez hubiera querido disfrutar de la presidencia europea de otra manera, pero esto, ser Europa en la agonía o en la despedida, es muy europeo y a Sánchez también le sirve. Después de borbonear por las televisiones, Sánchez puede borbonear por esa Europa que sigue siendo lo que quedó de un reparto de tierras y alcobas de las monarquías. Y puede ir de europeo, el más europeo de los europeos, él que es incapaz de ir de español. Sánchez lleva ahora como una toga grecorromana o quizá un manto napoleónico o carolingio, va de corazón jónico de la Europa civilizadora. Y eso que él ha contribuido a la peor peste histórica de Europa, los nacionalismos. Y ha hecho jocoso coro con sus socios a la hora de negar el mismísimo imperio de la ley, que vaya manera de honrar la herencia política democrática. Y hasta ha ido haciendo trumpismo por los medios, marcando trumpismo como marcaba antebrazo fit.

Sánchez recibe a Europa como un presidente encamado, o hace una Europa de ballet como un presidente princesito. Aquí y allí sin duda les hablará del peligro que se cierne sobre España y sobre Europa. Esa amenaza que no es él mismo, la del caos de una democracia y un Estado subastados, sino la de un gallego tibio, soso y bienqueda, Feijóo, asimilado a una ultraderecha que apenas consigue ser folclórica comparada no ya con la que hay por Alemania, Austria, Hungría, Polonia o Italia, sino con la que tenemos por Cataluña y Euskadi. A Sánchez ya no vienen a visitarlo las musas, ni la fortuna, ni siquiera Tezanos. Ya no vienen a visitarlo ni los indepes, que se sentaban en aquel sofá blanco como a un banquete de pasteles de nata. Pero viene a visitarlo Europa entera mientras él espera como a caballo, para que lo pinten, que cuando se acaben las entrevistas en televisión ya sólo faltará que lo pongan en el Prado. O que lo fiche el Equipo A.