Durante los años que viví en El Cairo me acostumbré a la percepción de estar siendo vigilado. Era una sensación más bien etérea, un presentimiento contra el que trataba de luchar porque sabía que, aceptarlo e incluso llegar a pensarlo fríamente, solo alimentaría la autocensura, el miedo o la huida. Y no estaba allí precisamente para callar lo que veía y lo que me contaban las únicas víctimas de todo esto, los egipcios que soñaron otro país y recibieron la amarga recompensa de la cárcel, la muerte o el exilio. Cuando en junio de 2021 me instalé en Madrid, me costó meses sacudirme los recelos de estar bajo vigilancia y las precauciones que solía tomar para tratar de esquivarla.

Así que cuando la periodista Begoña P. Ramírez me llamó el martes, no me sorprendió saber del informe que llevaba mi nombre, encargado por los servicios de inteligencia de Emiratos Árabes Unidos, la monarquía del golfo Pérsico que más petrodólares ha dedicado a arruinar cualquier tentativa de democratización en Egipto, una de las grandes esperanzas de la Primavera Árabe que germinó en 2011 y se marchitó años después aplastada por la complicidad de muchos actores, dentro y fuera del país.

“¿Cuánto te pagan?”, me lanzó una española residente en El Cairo

Tampoco es la primera vez que me señalan como supuesto simpatizante de los Hermanos Musulmanes. La primera ocasión que deslizaron tal acusación fue meses después del golpe de Estado cuyo décimo aniversario se cumplió a principios de este mes. Acaeció en la fiesta de la Hispanidad, en el jardín de la embajada española en El Cairo. “¿Cuánto te pagan?”, me lanzó una española residente en el país. Lo hizo con ese gesto henchido de ira que vería reproducido en muchos otros rostros durante cerca de una década. Luego supe que aquella señora tenía vínculos probados con el régimen que las revueltas de la plaza cairota de Tahrir habían puesto en jaque. Me reconforta pensar que a principios de aquel mismo año me habían apuntado justo por lo opuesto: ser un detractor de los Hermanos. Al fin y al cabo, ejercer el periodismo tiene algo de equivocarse de bando, de apostar siempre por el lado más débil.

En Egipto terminaron ganando los de siempre: el poder en la sombra que patalea para evitar el naufragio y acaba saliendo a flote, pagando sin el más leve remordimiento el coste de llevárselo todo por delante. Los egipcios viven hoy mucho peor que hace una década, bajo el yugo de un caudillo que solo sabe recetar que se aprieten un cinturón al que no le quedan ya agujeros que perforar en mitad de una profundísima crisis económica y una represión atroz, no vista en época de Hosni Mubarak. Los vencedores impusieron su ley, la misma que aplican con puño de hierro en Emiratos y otras monarquías absolutas del golfo Pérsico, regadas por el maná del oro negro. La “terapia de choque” que asfixió y descuartizó a Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul.

En Egipto terminaron ganando los de siempre: el poder en la sombra que patalea para evitar el naufragio y acaba saliendo a flote

El dossier de Abu Dhabi Secrets es una montaña de informes de supuestos miembros y simpatizantes de los Hermanos Musulmanes a lo largo y ancho de 18 países, encargados por el espionaje emiratí, elaborados por la agencia Alp Services y desvelado por una investigación de la red de medios European Investigative Collaborations, a la que pertenece infoLibre en España.

De él han sido víctimas políticos, periodistas e incluso funcionarios de la ONU. Un millar de europeos fue objeto de informes para certificar sus supuestos lazos con la Hermandad Musulmana, un movimiento políticamente reformista y moralmente ultraconservador que, fundado en Egipto en 1928, llegó al poder en 2012 en las primeras y únicas elecciones presidenciales democráticas del país y fue desalojado y salvajemente perseguido tras un año marcado por los errores propios y el choque de trenes entre militares e islamistas, con jerarquías tan similares como incapaces de compartir el poder por el bien de una sociedad hoy rota.

El espionaje masivo en suelo europeo demuestra que estos monarcas sin escrúpulos llevan tiempo entre nosotros

Abu Dhabi Secrets constata lo que ya sabíamos los periodistas que vivimos en Egipto y sufrimos las campañas de difamación y los ataques desde 2013: las casas reales de Emiratos, Arabia Saudí o Bahréin se aplicaron a fondo para que la mudanza democrática fracasara en la tierra de los faraones porque la vía política y no violenta de los Hermanos era una amenaza de primer orden contra sus propias poltronas, contra los pilares de unos regímenes basados en los privilegios de unos pocos elegidos y el maltrato continuado al resto.

El espionaje masivo en suelo europeo -más de 160 españoles estuvieron bajo el radar emiratí- demuestra, además, que estos monarcas sin escrúpulos llevan tiempo entre nosotros. Se sientan en los palcos VIP de nuestros estadios de fútbol; compran en las boutiques más selectas de París o Milán; veranean en Marbella o cazan en los confines de una finca extremeña. Disfrutan entre nosotros de la libertad que niegan a sus súbditos. Ahora empezamos a saber que también aquí aplican los métodos que sojuzgan a sus siervos, que han convertido el callejero de sus ciudades en un desierto para el más ligero ejercicio de libertad individual o colectiva: aquí como allá vigilan, espían, fisgonean en lo ajeno y etiquetan sin prueba alguna a quienes no comulgan con sus autocracias.

Empezamos a saber que también aquí aplican los métodos que sojuzgan a sus siervos: vigilan, espían, fisgonean en lo ajeno y etiquetan sin prueba alguna a quienes no comulgan con sus autocracias

La diferencia más obvia es que en Occidente sus métodos no llevan aparejadas las condenas a muerte que las conclusiones de un informe chapucero pueden dictar en sus dominios. En Egipto aprendí que hasta la más burda acusación de un vecino -elaborada a partir de la envidia, la ambición o las rencillas nunca saldadas del todo- puede desatar un infierno y no vivir para contarlo. Basta una publicación en Facebook o un vídeo en Tik Tok para ganarse pasaje hacia una larga temporada entre rejas.

En un país, el nuestro, inmerso en una anodina campaña electoral -que avanza a golpe de un puñado de efectistas eslóganes y polémicas vacías-, ningún candidato a la presidencia del Gobierno hablará de los riesgos crecientes de un espionaje desbocado pese a que hasta los mismísimos ministros padecieron las intromisiones de Pegasus, siempre con idéntico remitente: dictadores obsesionados con las libertades ajenas; atemorizados por lo que cuentan de ellos; sumidos en el pánico por las consecuencias de que su pueblo conozca que el rey está desnudo.

Las alfombras rojas que desplegamos a su paso son una traición a los seres humanos enviados a sus centros de tortura, que salieron de ellos cadáver o cuyo rastro perdimos para siempre

Los aspirantes a presidente tampoco abordarán las mil y una pieles que han adoptado las monarquías árabes para desplegar sus tentáculos por nuestra sociedad: desde las sucursales mediáticas hasta los clubes deportivos. A nadie parece interesarle que sus acciones, jamás espontáneas, son una seria amenaza a las libertades que nos definen como sociedad; que nos permiten disfrutar del tesoro de ser razonablemente libres.

Miren a su alrededor por un instante. Los aficionados de los clubes de fútbol los reciben con los brazos abiertos. Pocos son los que reparan en la inmensa letra pequeña: sus inversiones en el deporte europeo sirven para blanquear a miles de kilómetros su represión, para limpiar las manos manchadas de sangre que, mientras leen estas líneas, aprietan la soga sobre activistas, periodistas, abogados o disidentes. Les ríen la gracia, ingenuos e ignorantes. Les fascina y ciega su opulencia hortera, por muy oscura que resulte su génesis.

Como si su felicidad efímera no se construyera sobre la enésima cesión en la lucha por las libertades públicas y los derechos humanos que son la razón de ser nuestras democracias imperfectas. Las alfombras rojas que desplegamos a su paso son una traición completa a los seres humanos enviados a sus centros de tortura, que salieron de ellos cadáver o cuyo rastro perdimos para siempre. Es una puñalada en el corazón de los defensores de derechos humanos y sus familias que hemos dejado solos en la orilla sur del Mediterráneo, incapaces de conectar su tragedia con el drama de quienes huyen hacinados en precarias barcazas que sucumben al mínimo envite del mar.

Mis compañeros de oficio egipcios, sirios, libios, palestinos, emiratíes o saudíes han pagado un precio más elevado

A diferencia del mío, que solo sirvió para que una agencia de detectives suiza se embolsara 10.000 euros, otros informes sí han cosechado en el mundo árabe el propósito por el que fueron pergeñados: arruinar vidas o directamente segarlas. Esta semana la revelación de Abu Dhabi Secrets me ha devuelto esa sensación incómoda de haber sido un afortunado. He podido salir, más o menos indemne, de todos los percances porque nací en el lugar y el tiempo correctos.

La cruda realidad es que a los emiratíes les salió barato mi informe. En cambio, mis compañeros de oficio egipcios, sirios, libios, palestinos, emiratíes o saudíes han tenido que asumir el precio más elevado. Y lo han pagado caro. Por cada uno de ellos, por los que agonizan en prisiones infectas, tienen prohibido viajar fuera de las fronteras de su país o se han resignado a vivir un doloroso e inimaginable exilio interior, tendremos que seguir batallando. Que las líneas rojas que cruzaron no queden impunes. Que no se salgan con la suya, también aquí.