Y la gran pitada se produjo, como no podía ser menos. ¿O qué esperaba de un público mayoritariamente conservador y de algunos miembros incluso de los militares que participaban en el desfile? ¿Que guardaran un respetuoso silencio ante las tropelías que está haciendo con la Constitución? Porque no valieron de nada, si es que la explicación de la distancia con el público tiene otro sentido que el de las obras en La Castellana, la distancia entre los líderes políticos y el público.

Eso es no conocer a la gente que acude a actos de esta naturaleza, desde luego muy alejados de las filas de Podemos o de las filas de Sumar. Este es un público mayoritariamente conservador al que nunca gustarán los enjuagues de los indultos, de la desaparición del delito de sedición o la rebaja de los delitos de malversación de caudales públicos, y menos si es para obtener los apoyos de unos señores que deberían estar en la cárcel y no viviendo a cuerpo de rey en Waterloo desde hace seis años.

Ese no es el público al que le haga gracia que, para seguir en el poder, Pedro Sánchez estire la Constitución como un chicle y luego venga a decir que la ley de amnistía es perfectamente constitucional porque si lo hubiera sido, no se habría rechazado varias veces a lo largo de los trabajos constitucionales. Y mucho menos que se haga en favor de una sola persona en exclusiva, aunque favorezca de paso a varios miles de los separatistas catalanes.

Lo que quiere decir Sánchez es que le gustaría que el PP no existiera, lo mismo que Vox

Pero no tiene el menor sentido que Pedro Sánchez acuse particularmente al PP y sobre todo, a Alberto Nuñez Feijóo de los pitos que van dirigidos exclusivamente a él porque es el autor personalísimo de todos los desmanes que llevamos viendo desde que es presidente.

Ya dijimos ayer que Sánchez tenía miedo de los espacios abiertos y de las opiniones libres, exactamente el espacio en el que se desarrollan las Fiestas Nacionales y el homenaje a las Fuerzas Armadas.

Lo que quiere decir Sánchez es que le gustaría que el PP no existiera, lo mismo que Vox, pero con tildar a ese partido de ultraderechista se queda más a gusto. El problema es el PP, que le ha ganado las elecciones pero que no puede gobernar porque no admite cesiones tales como las que se dispone a hacer el actual presidente del Gobierno en funciones.

Pero son muchos los que apoyan al PP, muchos cientos de miles, varios millones de hecho, a los que no les gusta lo que está haciendo el presidente. Muchos de los que le pitaban ayer y los que le decían "que te vote Txapote" serán votantes del PP, pero de ninguna manera puede acusar directamente al partido conservador de alimentar esa protesta ciudadana.

Las protestas ya las protagonizaron en la manifestación de la plaza de Felipe II de Madrid, justamente antes de que se produjera el intento de sesión de investidura de Feijóo en el Congreso de los Diputados. Pero lo de ayer escapa a su control, salvo que se quiera silenciar la libre opinión de una parte del público allí presente.

Ahora, eso sí, el PP se va a oponer "con todos los instrumentos de un Estado de Derecho" a esa amnistía de la que ya vamos sabiendo algo pero de la que todavía lo ignoramos todo en su redacción final.

Sobre todo, sabemos para qué va a conceder la amnistía a unos individuos que no se arrepienten de lo hecho y que ya tienen el panorama despejado para volverlo a hacer porque se ha privado al Poder Judicial de los instrumentos punitivos que le permitieron en 2019 arrancar un juicio modélico que fue retransmitido al mundo entero.

Ese juicio no podría volver a repetirse en este momento. Pero sí existen instrumentos que todavía perviven en el panorama jurídico español para por lo menos intentarlo.

Pero esto no tiene que ver con la adjudicación al PP de la responsabilidad de unos silbidos y de unas frases que se emitieron ayer por la mañana ante la presencia de Pedro Sánchez en la tribuna de autoridades.