Lo de Marruecos le debe de parecer a Sánchez un encuentro entre dos reyes redorados y enmantados, como un fastuoso encarte de naipes. La verdadera realeza española es republicana, rojales y prêt-à-porter, y hereda la democracia no sólo con palacios y funcionarios sino con iglesia y teología, como la monarquía británica. De entre todos los reyes del pueblo, de la pana y de los Goya que hemos tenido aquí, Sánchez es desde luego el Rey Sol, el que ha hecho de su persona luisismo, religión y moda de costura, y el que ha sabido reducir todo el Estado a su cama espumosa y con dosel, alta, chepuda, lujosa y turística como un elefante indio. Mohamed VI, la verdad, es sólo el rey de un Bizancio de miseria y cáscaras que apenas reina sobre teteras y siervos que le hacen de silla porque son más baratos que las sillas. Pero Sánchez es el rey de la democracia, el rey de Europa, el rey del tipito y de la historia, esa historia que él escribe o reescribe cada día como un diario de adolescente, con mariposas en las íes. Esto debe de estar repitiéndose nuestro presidente mientras el rey Mohamed, no sólo rey de Marruecos sino rey de Sánchez, lo convoca desde el babuchófono.

Sánchez, rey del pernil estrecho y la manga ancha, más rey que un rey y más chulo que un ocho, rey de los progres que ya es más que el Dios de los ejércitos (ni siquiera Dios, decía santo Tomás, puede hacer que lo que ha sido no haya sido o que una contradicción lógica no lo sea); Sánchez, con agenda secreta, séquito de bailarinas moras de don Mendo (Albares quedaría picarón tras un velo) y avión de jaspe; Sánchez, en fin, a pesar de toda la corte de tertulianos, palanganeros y pincernas, va a Marruecos convocado, a dar el parte, a dar las gracias o a dar la razón a Mohamed VI, como si sólo fuera un paje con lujo de sota. O sea, que en realidad son otros dos naipes los que se encartaban, no los dos reyes barriga con barriga, barba con barba y borla con borla. Sánchez, más que un rey, es un mandado con la joyería y la dignidad prestadas, que todos los que han pasado por aquella cama palaciega y muy encharcada de la Moncloa le han ido dando algo para el ajuar. Lo de Sánchez en Marruecos no es el encuentro o el cruce de dos monarquías pseudorreligiosas, como dos abanicos en un elegante minué, sino la simple ceremoniosidad de un recadero real.

Todavía no hay quien entienda el flechazo romántico con Marruecos, que en realidad a uno le parece más bien el garrotazo cromañón con Marruecos. Y ya va a hacer un año de aquello, de aquella epifanía en el desierto o de aquel huevo de Colón de Sánchez que consiguió poner el Sáhara bocabajo y en la mesilla de Mohamed VI como un relojito de arena. Un año, y aún no sabemos qué ha recibido España a cambio del misterio geográfico, diplomático, económico y moral que hay en ese acuerdo en el que, de nuevo, como con Puigdemont, Sánchez lo da todo a cambio de nada. Lo único que hemos constatado es una nueva obligación como navideña de que Sánchez vaya todo emplumado y perfumado a ver a Mohamed VI, ese personaje curioso y grimoso, mezcla de rey absoluto y Barriguitas de Famosa. Habrá que asumir que Mohamed VI, rey niño en dodotis o rey universitario de juerga por París, tiene en su mano blandita un poder o un chantaje equiparables al de Puigdemont, que hasta parecen exigir las mismas maneras, pleitesías, besapiés, humillaciones y misterios. Seguramente no lo sabremos nunca, salvo que nos lo cuente el Mosad si un día se harta de este Gobierno lleno de propalestinos de tetería. 

El rey Pedro y el rey Mohamed hacen por Marruecos como un ajedrez de terracota y tongo. Sánchez se desplaza como en alfombra mágica, con parafernalia heráldica y monárquica de póliza del Estado, pero en realidad no es rey ni de su colchón, que parece una pensión muy transitada de viajantes, soldados, cuernos y pesetas de Franco. Tampoco sé yo ya el papel verdadero que juega en la política marroquí Mohamed VI, rey absentista o apóstata que parece haber dejado su reino a clanes y validos mientras se dedica a la juerga como si fuera un Nicolas Cage parisino, baidaní, monegasco o egipciaco de Las Vegas. Quizá ninguno de estos dos reyes de baraja o de minué reina más que en estos ajedreces de mármol o de jabón, pero parecen satisfechos con el ritual y el lujo mientras el Marruecos de Mohamed VI y la España y hasta el PSOE de Sánchez siguen cierto hermanamiento en la miseria humana, moral, material y democrática en la que los han abandonado sus reyezuelos.

De camino a Marruecos, mientras volaba ya digo que heráldicamente, Sánchez declaró que “tiene todo el tiempo del mundo”, como lo que cantaba o recitaba Manolo Otero con sensualidad setentera, una cosa entre el teléfono erótico y John Travolta de bajón. Sánchez siente que tiene todo el tiempo del mundo, aun con el país desgobernado y devastado por gorrones y pretendientes, como Ítaca sin Ulises. Sánchez quizá se veía o se ver par de reyes, y no sé si nuestro César, “marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos”. Pero esto de Marruecos sería, si acaso, un encuentro grotesco entre dos reyes de órdago y taberna, absentistas, señoritos y amorales. Aunque Sánchez aún podría aprender de Mohamed VI, que por lo menos sigue teniendo siervos para que le hagan de silla. Sánchez hace mucho que es la silla o el colchón de sus socios o de media España, como aquellas pensiones con cocido de gato y hervores de sábana, o al revés, de las traseras de la Gran Vía.