Si un extraterrestre aterrizara en Madrid estos días, no preguntaría qué hay en el Museo del Prado o dónde está la Plaza Mayor sino quién es ese MAR del que todo el mundo habla.

MAR, como se conoce entre los iniciados a Miguel Ángel Rodríguez, jefe de Gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha convertido para Pedro Sánchez, para el PSOE, sus socios de Gobierno y para todos los medios que simpatizan con la llamada causa progresista en el Darth Vader de los que viven en el lado oscuro, una especie de siniestro Rasputín que le ha sorbido el seso a Isabel Díaz Ayuso y que se dedica a difundir bulos y a amedrentar a periodistas.

Quien crea que esa imagen de malo malísimo no le deja dormir a MAR se equivoca. Él entiende la política como un combate de boxeo. No rehuye el cuerpo a cuerpo, sino que lo busca porque al enemigo hay que ganarle, si puede ser por KO.

Recuerdo que en la campaña para las elecciones autonómicas de mayo de 2021 (en las que el spin doctor del candidato del PSOE, Ángel Gabilondo, era nada más y nada menos que Iván Redondo) escribí un artículo en el que decía que MAR seguía al pie de la letra la tesis de un viejo asesor político británico: "Hay que golpear primero, golpear más fuerte y seguir golpeando". Me escribió un whatsapp y me dijo que se sentía identificado con ese lema.

MAR es de Valladolid (como Oscar Puente, ¿qué tendrá el Pisuerga?) y en sus años mozos militó en partidos de izquierda. Trabajó para El Norte de Castilla y fue asesor de José María Aznar en la Junta de Castilla y León; luego fue jefe de comunicación del Partido Popular y dirigió la campaña electoral de 1996 que llevó al líder del PP a la Moncloa. Después asumió la secretaria de Estado de Comunicación, cargo que ocupó hasta 1998. Después pasó por la empresa CARAT España, escribió varios libros e intervino durante un largo periodo en tertulias de radio y televisión. No fue hasta 2019 cuando, una casi desconocida Isabel Díaz Ayuso, le nombró jefe de su campaña.

Es decir que pasó más de veinte años (de 1998 a 2019) sin ocupar cargos políticos y viviendo de su actividad privada, pero, eso sí, siempre identificado con el PP y muy cercano a Aznar, lo que no le perdona ni la izquierda ni los independentistas. Incluso muchos en su propio partido le dieron por muerto. Se equivocaron.

Tal vez, si la política moderna hubiera ido por derroteros más plácidos y menos turbulentos Rodríguez seguiría ganándose la vida como escritor o tertuliano. Pero la llegada al poder de Pedro Sánchez le dio la oportunidad de poner en valor sus habilidades.

No es MAR un loco o un aventado. Sino que entiende que en política los tuyos te piden leña y hay que saber darle al contrario donde le más duele. Díaz Ayuso asumió de su mano el rol de la mujer que con, su aspecto de fragilidad, podía decir las cosas más duras contra la izquierda. Esa estrategia de confrontación total, de no eludir los golpes, le dio un resultado extraordinario, logrando casi una mayoría absoluta en 2021 y mayoría más que sobrada en 2023 (70 escaños sobre un total de 135).

Las bravuconadas del jefe de Gabinete de Ayuso han sido utilizadas por el Gobierno y los medios afines para que no se hable de lo importante: que el amnistiado Puigdemont amenaza con repetir lo que hizo en 2017

Su consolidación como figura emergente del PP causó celos en la cúpula del partido en tiempos de Pablo Casado. Esos celos no eran ajenos a sus relaciones personales. Génova entró en bucle paranoico y vio la mano de MAR detrás de una supuesta operación para asumir el liderazgo del partido. La crisis estalló en febrero tras conocerse que desde el partido se había contratado a una empresa de detectives para espiar a la familia de la presidenta de la Comunidad de Madrid. En lugar de amilanarse, Ayuso respondió con un durísimo contraataque. Después, Casado se suicidó en directo en una entrevista con Carlos Herrera en la que afirmó que el hermano de Ayuso se enriqueció mientras morían miles de personas por el Covid.

Esta parte de la historia conviene tenerla presente, porque es la pieza clave del relato del PSOE según el cual Casado fue defenestrado por "denunciar la corrupción de Ayuso". Si eso fuera cierto, el PSOE tendría que haberse querellado contra la Fiscalía Anticorrupción, que archivó la causa contra el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

La verdad da igual. Pedro Sánchez afirma de forma reiterada que Feijóo no se atreve a pedir la dimisión de Ayuso porque teme que le pase lo que a Casado. Ese mensaje lo repiten como loros los ministros y líderes socialistas sin importarles mucho si esa versión se corresponde con lo que realmente pasó en 2022.

Hace unos días, en plena tormenta por el caso Koldo, elDiario.es publicó la noticia sobre el posible fraude fiscal del novio de Ayuso. El viernes, la titular del juzgado 19 de Madrid incoó diligencias contra Alberto González Amador (pareja de Ayuso) y otras cuatro personas por dos presuntos delitos fiscales y un delito de falsedad.

El asunto de González Amador huele bastante mal. No sabemos como acabará, pero, en principio, los datos que ha puesto sobre la mesa la Agencia Tributaria apuntan a burdos artificios para pagar menos impuestos.

Tras la publicación de la noticia, el Gobierno se lanzó en tromba contra Ayuso. La ministra de Hacienda reveló datos que no tenía por qué conocer sobre González Amador y, lo peor de todo, la Fiscalía filtró conversaciones entre el abogado de éste y el fiscal que lleva el caso, vulnerando de manera flagrante su derecho de defensa. Ya escribí sobre ello hace una semana.

Ayuso reaccionó en una rueda de prensa, tras un Consejo de Gobierno de la Comunidad, hablando de "cacería" y afirmando que era Hacienda la que le debía a su novio 600.000 euros. Nunca debió meterse en ese jardín. Ella no tiene por qué saber cómo son las declaraciones del impuesto de sociedades de su pareja. Es el problema de González Amador con el Fisco, no el suyo.

Después vino la conversación con amenazas de MAR con la periodista de elDiario.es Esther Palomera, que fue difundida por su medio a toda pastilla. Y luego, la difusión de que periodistas de El País y de elDiario.es acosaban a vecinos de la presidenta de la Comunidad de Madrid para obtener información sobre la presunta compra con dinero negro del piso que comparte con su pareja.

¿Errores propios de alguien que se ha tomado el ataque a Ayuso como algo personal, o más bien la estrategia de actuar como escudo para que se hable mal de él y dejar a la presidenta de la Comunidad en segundo plano?

No sabría responder a esa pregunta. El caso es que, en tiempos de bronca, las formas de MAR pueden serle rentables a su jefa y al PP de Madrid. En frente no hay precisamente monjitas de la Caridad, sino verdaderos mamporreros de la política. Mientras las descalificaciones de Puente sean aplaudidas por su partido, mientras María Jesús Montero se atreva a echar mano de un bulo para tirárselo a la cara a Núñez Feijóo (a cuenta de un supuesto trato de favor a una empresa para la que trabajó su esposa), todo estará permitido.

Es el Gobierno el primero que tiene que dar ejemplo de fairplay. Y no sólo no lo hace, sino que alimenta la trifulca.

Mientras en Madrid analizamos con grandes titulares las subidas de tono de MAR, Puigdemont presume en el sur de Francia de haber puesto de rodillas a Pedro Sánchez y amenaza con repetir lo que hizo en 2017, pero esta vez mejor. A mi eso me parece mucho más grave que el presunto fraude fiscal del novio de Ayuso o las bravuconadas de MAR. Así que, Sánchez, por el momento, ha logrado lo que quería. Que no se hable de lo importante.