Sánchez ya sólo puede ir donde no lo abucheen, así que una gira propalestina tiene mucho más sentido que irse a Dos Hermanas a anunciar pisos piloto, de ésos con cartelón y promesa de secta, mientras los obreros de la construcción le dedican gritos y silbidos de lejos, como a una hembra jamona. Sánchez puede terminar ganando el Nobel de la Paz así, huyendo de España, yéndose a las guerras o a sus cenáculos, posando con el casco ladeado, como un tanguista de la guerra, o con cóctel de embajada, como un agente secreto buchón, todo por no estar en la calle, por no entrar en el campo de visión de un albañil, como un canalillo o canalón. Hay que reconocer el Estado Palestino, o lo que haga falta, antes incluso que reconocer que a su socialismo lo apedrean los obreros con sus chuscos y, sobre todo, antes que reconocer que el Estado Español ya sólo es un bárbaro banquete de tribus de barca, choza o palafito al que convida nuestro presidente con dinero de todos. Palestina puede parecer incluso cercana o asequible, y a lo mejor a Sánchez lo que le gustaría sería dedicarse a salvar todo el planeta por etapas, con gadgets ambulantes y conferencias ambulantes, como Bill Gates.

Sánchez se va de gira internacional por olvidar España, que es un poco como cuando el albañil se va al bar por olvidar la obra, la suegra o al propio presidente del Gobierno que se le presenta en el tajo con revuelo de periodistas, porteadores, peinadoras, coqueterías y dramas, como una dama de cine mudo. A Sánchez le espera una Europa incrédula, ambigua o precavida con el asunto palestino, asunto irresoluble, cree uno, mientras siga siendo una guerra santa, que es exactamente lo que es. Pero sobre todo a Sánchez le espera una Europa extensísima y lentísima, llena de aeropuertos encerados, burocracias quebradizas y lagos de espejos sobre los que no se puede caminar deprisa; llena de salones sucesivos y autoridades ceremoniosas que se visten de gala o de faena como de buzo; llena de mesas con pata de león que hay que mover como pirámides y de tinteritos goteantes que hay que mover como nitroglicerina; llena de papeles con costumbre de convertirse en piedra gótica antes de que les caiga el rayo de una firma. Un paraíso lento, lejano, silencioso y despejado, como la luna sin albañiles.

Sánchez no va a necesitar llegar a Palestina, ni arreglar lo de Palestina, y desde luego no es algo que vaya a resolver ahora alguien que huye de un currito con el casco ladeado, como cuando el presidente se pone casco, o huye de Puigdemont como de la suegra con rodillo

Sánchez no va a necesitar llegar a Palestina, ni arreglar lo de Palestina, que dura no ya desde 1948, ni desde el origen del Imperio Otomano, sino desde Abraham, y que desde luego no es algo que vaya a resolver ahora alguien que huye de un currito con el casco ladeado, como cuando el presidente se pone casco, o huye de Puigdemont como de la suegra con rodillo. Sánchez no va a necesitar ni que se hable de Palestina, mientras no se hable de España, que es de lo que se trata, o él esté lejos de España, donde sólo los muertos no lo abuchean y aun así se tiene que disfrazar de minero o encalador, como en Cuelgamuros, por si al final lo reconocen. Y es que en Europa aún puede pasar por político, por estadista, por bailarín o por torero, o sea que tiene su público hecho de ignorancia, romanticismo o curiosidad, como casi todo lo español. Sí, quizá lo único que le queda a Sánchez es el mundo, que aquí cuando sale a la calle nos parece la furgoneta del tapicero, entre la propaganda, la pereza, el fastidio y la estafa.

Sánchez podría dedicarse a Palestina o a la Antártida, que lo que ocurre es que tiene que huir de España, por ser todavía algo o por parecer que hace algo. Aquí ya sabemos lo que es y vemos que no hace nada o no puede hacer nada, sólo obedecer a los que lo mantienen en la Moncloa como dentro de un pulmón de acero. No es que Sánchez quiera arreglar el mundo igual que el puzle de un mapamundi loco por una pieza suelta, que nadie puede creer esa ingenuidad. Es que necesita que pase el tiempo y no puede estar mientras en la calle, recibiendo tarterazos y tuercazos, ni siquiera en el Congreso, donde sus socios lo humillan haciéndole sacudir el plumero y el traserito sumiso como una criadita francesa. Necesita que pase el tiempo como pasan los salones y los carritos por los salones, y para eso tiene toda la Europa versallesca y todo el mundo irresoluble. Sánchez cree que puede irse a Europa y volver como un hombre de las estrellas, habiendo pasado mil años para los curritos y todo el olvido para España.

Hay que reconocer el Estado Palestino, ya ven, cuando ya no reconocemos ni el Estado en España, tomado por subasteros y codiciosos como en la decadencia de Roma. En realidad nada está en su mano, ni Palestina ni España, y Sánchez podría dedicarse no ya a dar conferencias con micrófono de Shakira, sino a navegar en yate todo el tiempo. Puede que sea lo que haga cuando también en Europa se den cuenta de quién es (quizá cuando miren los dineros europeos). Pero aún no está destruido en Europa como está destruido en España, así que puede matar el tiempo allí, entre grandiosas podredumbres vienesas o venecianas, e incluso aprovechar alguna fiesta para decir que el sionismo también es fachosfera. A Sánchez le queda poco más que eso, matar el tiempo en el búnker de la Moncloa, con la bicicleta estática presidencial, o matar el tiempo en las viejas y lentas cancillerías, los viejos y lentos minués o los viejos y lentos vagones de armisticio de la vieja y lenta Europa. Lo mismo, entre tanta lentitud y tanta coba, Sánchez termina ganando el Nobel de la Paz por huir de los chistes de albañil y las verdades del barquero.