La película de suspense que ha protagonizado el presidente ha tenido un final previsible. Pedro Sánchez se queda.

La irresponsabilidad que denunciamos en estas páginas cuando el pasado miércoles comunicó por X (antes Twitter) la decisión de suspender su agenda durante cinco días para aclarar junto a su esposa si merecía la pena seguir o no al frente del Gobierno, ha quedado constatada con su comparecencia de este lunes. Lo más importante de lo que ha dicho es que él y Begoña Gómez pueden soportar la campaña de insidias que vienen sufriendo "desde hace diez años", recogiendo así el titular de un periódico que se ha puesto al servicio de la causa como si de verdad lo que estuviera en juego en España fuera la democracia.

Sánchez, eso sí, hizo una representación de altura. Dramatizó su dolor, mantuvo unos minutos en vilo a la audiencia, nos hizo pensar que había decidido irse y que estaba dispuesto a dejarnos huérfanos de su liderazgo. Su inesperado giro, al comunicar que había decidido quedarse, merece la pena verse una y otra vez, como los regates de los galácticos.

Se postuló el presidente como referente para esa España que quiere acabar con la política del fango, enfermedad que afecta a toda Europa y que tiene su origen en la derecha y la extrema derecha, con sus terminales mediáticas como lanzamisiles contra la decencia.

Lo que ha hecho Sánchez desde su anuncio del pasado miércoles demuestra que no está a la altura de lo que se debe exigir a un presidente de Gobierno

Lo que no nos dijo el presidente es cómo va a liderar ese movimiento, que, según dijo, requiere de la movilización de la mayoría de los españoles. Se entendería su razonamiento si hubiera anunciado la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones, que serían en la práctica un plebiscito sobre su persona. Pero no. Estamos como estábamos.

Ha sido un amagar y no dar. Ha provocado un drama colectivo en su partido, ha llevado hasta el paroxismo la aclamación de algunos de sus líderes, a los que les ha hecho creer que se marcharía, pero, al final, ¿para qué? Ha insinuado que el Comité Federal del sábado y la concentración de militantes en Ferraz (12.000 personas me parecen muy pocas ante la envergadura del reto para el que habían sido convocados), han sido elementos fundamentales para inclinar su decisión final hacia la continuidad. Es como si su necesidad de cariño se hubiera visto colmada.

Pero Pedro Sánchez no es un simple funcionario que ha decidido tomarse unos moscosos para discutir con su esposa un asunto doméstico. Es el presidente del Gobierno. No puede jugar así con el país, por mucho que haya sufrido en la intimidad por los supuestos ataques a su esposa.

¿Para qué se reunió con el Rey si había optado por seguir como hasta el pasado miércoles? ¿Qué les dijo a los empleados de Moncloa cuando los reunió antes de su comparecencia?

Lo siento. No se puede jugar tan frívolamente con la máxima responsabilidad a la que puede aspirar un político. Lo que ha hecho en los últimos días es la mejor prueba de que Pedro Sánchez no está a la altura de lo que se debe exigir a un presidente de Gobierno.