A Bertín le había fallado Pablo Iglesias, y eso que está de gira por los medios quejándose de los medios (él, un producto de los medios, como El Risitas). A Bertín le había fallado también Pedro Sánchez, que no quiere arriesgarse a meter la pata cuando tiene una campaña muy controlada, del estilo perfume de Antonio Banderas (la España que quieres es la de Banderas como yerno y como presidente, seguramente). Así que a Bertín le quedó un programa con las tres derechas como si fueran Las Supremas de Móstoles. Las tres derechas recibidas en el museo del jamón o el mesón del torero que es ideológicamente la casa de Bertín. Tomados así, en comandita, Bertín, Casado, Rivera y Abascal lo que parecía era que iban a montar una caseta de la feria de Sevilla o a alquilar una casa pantojil para el Rocío.

Se diría que Bertín lo que quiere es convertir a los entrevistados en gente como él, perfectamente prescindible

“No soy periodista y no lo pretendo”, aclaraba la voz en off de Bertín al principio. Él lo que quiere es “sacar a la persona detrás del político”, cosa que está muy bien si uno quiere al político como compadre o cuñado, aunque el votante preferiría información relevante para poder votar. De todas formas, quizá el votante español ya es más fan o más mirón que otra cosa. Bertín nos muestra a los políticos como no nos sirven, friendo huevos o jugando al waterpolo o enrollando la manguera. Se diría que Bertín lo que quiere es convertir a los entrevistados en gente como él, perfectamente prescindible y extrañamente relevante, y a veces lo consigue.

Con algo de coro de Julio Iglesias y algo de merienda de amigos del oso Yogui (Casado trajo el mismo cestillo) comenzaron a llegar los invitados que, a pesar del montaje canticoral, por supuesto nunca coincidieron y fueron avinados, ajamonados y enchalecidos individualmente. A Abascal lo recibió así: “Pensé que ibas a venir a caballo”. Y lo curioso es que no sonó nada a sorna. Abascal trajo pimientos rellenos de quinoa que le había hecho su mujer, como la fiambrera de un currito. Abascal cocina poco o nada, pero, un poco como en la política, lo suyo es colocar el revuelto ideológico de forma que quede patriótico. Colocó un pimiento “gualda” entre dos rojos y sintió que había cumplido su misión. Abascal no sólo puede hacer patria con un pimiento, sino que da la impresión de que podría gobernar con un pimiento (del color adecuado). Casado trajo chuletón de Ávila, y Rivera, empanada cutre. El documental podría haberse llamado “el hombre y la barbacoa”, “el hombre y el descorchador” o “el hombre y su cuñado”. Faltaba algo, una gorra de béisbol o el carrusel deportivo.

La gran habilidad del programa está en esperar que el invitado se tome ya dos copitas de vino y pase por la decoración y por el álbum de familia para llegar a las preguntas políticas. Casado se fijó en que Bertín tenía una bandera de Venezuela en la nevera y ambos se pusieron en plan madre patria, con el corazoncito sentimental o familiar en Venezuela o Cuba y ese tono como el de aquel programa de 300 millones con Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina. Bertín funciona muy bien como casa de la Patria y fogón del Imperio. Llama a la hermandad de las gentes de orden y de buena chacina. Casado nos descubrió a su abuelo encarcelado por Franco por ser de la UGT y aprovechó para llamar a la “reconciliación” y a la “concordia”. También nos confesó su acercamiento con el matrimonio Iglesias porque Casado también tuvo un pequeño prematuro. Las redes del PP y Cs recogieron mucho la faceta familiar, ese perfil como americano de candidato en Utah, de sus líderes. Así es como se presenta un candidato cuando sólo tiene una cocina para explicarse.

El vino se bebía lentamente pero aquello seguía siendo como un First dates con toda España

Rivera confesó que echa de menos Barcelona y el mar, recordó que era buen estudiante, su afición al deporte, su juventud de hacer la tarea en la trastienda de sus padres, y contó el acoso a su familia en Cataluña. El vino se bebía lentamente pero aquello seguía siendo como un First dates con toda España. Eso del político intentando enamorarte con su cotidianidad, con su despertador y con su pelusa de calcetín es algo que empobrece el debate político, pero Bertín seguía intentando engancharnos a un confesionario con tinto de consagrar.

A Casado y a Rivera se les notaba sueltos, con tablas de político, con ganas de empatizar, con la simpatía del vendedor. Abascal es distinto. Abascal estaba hablando con Bertín pero era como si hablara con un guardia de tráfico. Abascal es huraño, distante, envarado. Es como un segurata oscuro, de mente torturada, con una timidez algo siniestra. Viene de Amurrio (Álava), viene de la época dura de ETA (intentaron matar a su padre tres veces), pero eso les ocurre a muchos políticos vascos y no por eso se les ha quedado esa mirada sin sonrisa, de pozo vietnamita, de Rambo afilando cuchillos en solitario con sus fantasmas. Su discurso es simple, el del pimiento patriótico, y su pose la de un Batman torero. Así que tiene también una conversación como de Batman, lacónica, esquiva, siempre con reojos. Bertín le preguntó cómo le iba la campaña y dijo que muy bien, “más relajado que los demás”, que creen que él “está desaparecido” mientras ellos van “como pollo sin cabeza”. Era un poco de manspreading político, esa postura de pernil ancho de Vox. Yo creo que Abascal hace bien en no hacer entrevistas porque su discurso es de púlpito, es arrojadizo, está ahí como engatillado, y no funciona bien en el diálogo. Dijo que “no necesitan a los medios de comunicación”, que “llegan mejor a la gente con las redes sociales”. Yo creo que sólo sabe manejarse en el frontón de su propia dogmática y no es que los medios le tengan manía, es que no tiene sustancia y no podría aguantar una entrevista que no fuera ésta de Bertín entre torreznos.

Aburrieron mucho haciendo de campechanos Casado y Rivera, y Abascal haciendo de trampero del Oeste, pero las preguntas políticas tampoco tuvieron ni novedad ni profundidad. Casado quiso quedar bien con Aznar y con Rajoy, a pesar de la purga que está haciendo en el partido. Su proyecto de Gobierno sería hacer las reformas importantes en 100 días y “aguantar las protestas de la calle”. Dejó claro, por supuesto, que “no se puede dialogar con quien quiere romper España”. Nada que no supiéramos. Admitió la corrupción como causa del desinflamiento del PP, junto a la crisis y Cataluña, pero haciendo borrón y cuenta nueva, como suele pasar (eso de que “quien la hace la paga” se lo hemos escuchado igual a Susana). Lo de la España de los balcones y la política transversal ya se lo habíamos oído, aunque quizá no con la lengua ya algo pastosilla del vino amigable. Habló algo brumosamente del 155, que unos han “demonizado” como otros han “sacralizado”. Está deseando pactar con Cs y con Vox se podrían entender si admiten un acuerdo similar al de Andalucía.

Vox es un aliado incómodo y a Rivera se le atraganta, aunque intente disimularlo

Rivera se declaró “liberal, constitucionalista y español”, a pesar de que Cs empezó como un partido antimitológico y debería saber que las patrias no adjetivan, que “español” no denota cualidad para bien ni para mal. Cuando Bertín le preguntó “por qué no se fían de él ni a izquierda y derecha”, contestó que “porque son libres”. Negó que les cueste hablar de Vox, sino que “ellos tienen su proyecto”. Vox es un aliado incómodo y a Rivera se le atraganta, aunque intente disimularlo. También Sánchez se le atraganta. Él no tiene vetado al PSOE, sino “a este PSOE de Sánchez”. Tanto que echarlo “es una necesidad nacional”. Se mostró partidario de que el 155 no se hubiera levantado y dijo que “no puede haber un rincón de España donde no esté presente la Constitución”.

Abascal confesó que lo de que lo llamen extrema derecha “le da igual”. “Vamos muy bien”, dijo. Insiste en que nada en su programa les acerca a esas etiquetas pero que les dediquen esas descalificaciones le confirman que han puesto “nerviosos” a sus enemigos políticos. Su pragmatismo recuerda al de Podemos. Lo importante es llegar al poder o al menos dar visibilidad no tanto a una política como a una visión. Defendió sus fobias más polémicas, la LVG como poco práctica y contraria a la presunción de inocencia, y aseguró que la izquierda “ha sustituido la lucha de clases por la lucha de géneros”.

Bertín les preguntó a los tres si eran feministas y Casado y Rivera contestaron igual: “Si el feminismo es X, sí”. La X tampoco era tan diferente. Abascal hizo una especie de panteísmo de género para no declararse “ni feminista, ni masculinista ni machista”. Llegó a decir que “la bandera de los gays es la de España” y hasta contó que tiró de la silla una vez a un compañero de clase por un comentario homófobo. El olor a pólvora lo redujo a que la gente pueda defenderse en su casa, con un jarrón, con una escopeta de perdigones o con el arma para la que tenga licencia. Ya sabíamos que no pedía el Oeste, sólo el símbolo del arma como protector del hogar, señalando la debilidad del Estado. Abascal podría admitir que un hijo le saliera izquierdoso (lo de que los hijos “salen” lo dijo Bertín pero estaba en la atmósfera de la casa, del día y del personaje) pero no que “se volviera contra su Patria”. Casado y Rivera entienden incluso el independentismo, pero no que se defienda fuera de la ley. Abascal, sin embargo, no comprendía que alguien no quisiera ser Español, y ponía su cara de duro antiguo, en plan moneda, y en plan Alatriste. Lo que podríamos considerar un fallo, una prueba de que Vox es populismo y antipolítica, o sea el carácter sentimental o intestinal de su discurso, está claro que lo ellos lo toman como positivo.

El programa no nos reveló mucho, aparte la personalidad retraída y extraña de Abascal, que a mí me sorprendió y me preocupó, como si fuera un taxidermista huérfano y huraño. Sí diría que, con ese Bertín que es una especie de símbolo con jamonera del entendimiento o la esperanza de las tres derechas, se vio la posible sintonía entre ellas, aún desconfiada, todavía con matices o con notables diferencias o manchas o agujeros. Una sintonía que no daría para entorpecer un gobierno aunque no sé qué tipo de gobierno permitiría. La restitución de la legalidad en Cataluña y la reconducción económica del país les une. Esa cosa de Abascal, no sólo su discurso sino esa carga siniestra que parece portar, no sabemos lo que podrá condicionar o limitar. Todos terminaron como vaqueros mirando la puesta del sol a través del aspersor del jardín. Es difícil no quedarse con lo folclórico si te han llenado el programa, la caseta de feria, la carriola de la derecha, de folclore y salchichería.