Han sido tres meses de mirarse sin tocar. La frontera infranqueable ha sido vírica, pandémica. Mañana la derribarán, a menos simbólicamente, el lehendakari Urkullu y el presidente Miguel Ángel Revilla, “si nada se tuerce”, advirtió el jefe del Ejecutivo vasco. Será la antesala del pistoletazo de salida a la ‘nueva normalidad’ en Euskadi y Cantabria que se activará este viernes. Lo hará con tres días de adelanto sobre el final previsto para la tercera fase y que ambos mandatarios han justificado en razones económicas, vecinales, estacionales, culturales… Al fin y al cabo, para muchos, Cantabria, en particular el oeste de la comunidad, se ha convertido en una suerte de ‘cuarta provincia’ vasca.

El lehendakari querría haber sellado ese derribo del Estado de Alarma adelantado con todas las Comunidades limítrofes, pero sólo Cantabria ha accedido. Son decenas de miles los vascos que estaban pendientes de la decisión. A esta hora, en cientos de hogares vascos ultiman su viaje a la ‘libertad’ estival. No importará tener que sufrir las retenciones kilométricas que acompañan a vacaciones, puentes o fines de semana soleados para superar los apenas 30 ó 50 kilómetros que separan, a través de autovía, Vizcaya y las principales localidades cántabras frecuentadas por vascos.

La historia reciente de las últimas décadas registra más miradas políticas y visitas institucionales desde Euskadi a Navarra que hacia el vecino del oeste. La sociedad vasca en cambio, la vizcaína en particular, hace muchos años que puso los ojos y sus ahorros en Cantabria. El ‘boom’ inmobiliario de comienzos de los 2000 disparó la demanda de segundas viviendas, -aberraciones urbanísticas y medioambientales incluidas-, donde miles de familias vascas invirtieron en una comunidad cercana, más barata y con costumbres similares.

A pocos días del inicio del verano y el final de las ‘clases on line’ de los niños, en numerosos hogares vizcaínos se buscan ya las llaves de la casa de Castro Urdiales, del apartamento de Laredo, o del dúplex de Noja. El deseo de desplazarse a Cantabria en muchos casos ha sido irrefrenable. Durante el confinamiento el director de emergencias sanitarias de la Sanidad Pública vasca tuvo que dimitir tras ser descubierto -y sancionado- entrando en su vivienda de Castro, saltándose la prohibición de desplazamiento.

A la ikastola desde Castro

La relación entre Cantabria y Euskadi acumula otros muchos prismas además del méramente lúdico. La cercanía de Bilbao con municipios como Noja -80 kilómetros-, donde sus 2.500 habitantes en invierno pasan a 70.000 en verano. La inmensa mayoría de sus casas están deshabitadas gran parte del año. En muchos casos se trata de viviendas de reciente construcción. Nueve de cada diez pisos son segundas residencias, casi siempre de un propietario de origen vasco. Noja es la localidad de España con un mayor porcentaje de segundas residencias en su municipio, el 95%.

Ocurre algo similar en Castro –apenas 35 kilómetros- o incluso en Laredo -57 kilómetros- donde muchos ciudadanos vascos se han instalado ya de modo definitivo, convirtiendo en vivienda habitual lo que estuvo llamado a ser segunda residencia. Los pueblos cántabros han sido una opción atractiva a los elevados costes de los pisos en Euskadi. El año pasado el precio medio del metro cuadrado en la capital vizcaína rondó los 2.500 euros, en Castro, los 1.750 euros. El auge de residencias en las localidades cántabras que han inundado los vascos alcanzó la cima en torno al año 2008. Un fenómeno que hizo que localidades como Castro hayan disparado en sólo dos décadas su población, pasando de 18.500 habitantes en 2000 a 32.000 en la actualidad. De ellos, sólo la mitad es oriundo del municipio.

Escuchar hablar euskera en Castro ha dejado de ser una sorpresa. Muchas familias llegaron a plantear la posibilidad de instalar una ikastola, que por el momento no ha prosperado. En Vizcaya cada vez son más los centros educativos que incluyen entre sus rutas de autobús paradas en localidades cántabras. También crece el número de familias castreñas que no dudan en matricular a sus hijos en colegios de Euskadi en lugar de centros escolares cántabros, en algunos casos con el horizonte de aprender euskera de cara a una futura oposición en la Administración vasca. El propio presidente Cántabro, Miguel Angel Revilla, se desplazó a Bilbao para matricularse en la Universidad pública vasca para licenciarse en Económicas.

Lo que inquieta en el Ayuntamiento de Castro, por ejemplo, es que muchos de ellos se resisten a empadronarse en el pueblo. La inmensa mayoría no lo hace pese a las campañas que en forma de descuentos en el IBI, en las cuotas de actividades municipales o de las tarjetas de aparcamiento ha promovido con poco éxito el Consistorio.   

Refugio de guardias civiles y ertzainas

En algunos casos la necesidad de familias residentes en Euskadi de instalarse en Cantabria no respondía a razones económicas ni de ocio sino de mera supervivencia y seguridad. Durante los años 90 la amenaza de ETA sobre agentes de la Guardia Civil, la Policía y la Ertzaintza hizo que muchos agentes destinados en el País Vasco decidieran residir en la vecina Cantabria. En el caso de los agentes de la Policía Autonómica Vasca la Ley vasca de Policía les obligaba a residir en Euskadi y les sancionaba con no abonar sus desplazamientos por razones laborales. No fue hasta 2010 cuando el Gobierno vasco, bajo la presidencia de Patxi López, modificó la ley y permitió a los agentes residir en zonas limítrofes.  

Es evidente que en Cantabria viven muchos vascos. También se da la circunstancia inversa. En el corazón de la comarca de las Encartaciones, en Vizcaya, existe una pequeña localidad de apenas 300 habitantes, Villaverde de Trucios, que pertenece a Cantabria, nada que ver con la cercana Turtzios. En este pequeño enclave cántabro, ubicado en la zona minera vizcaína, a 30 kilómetros de Bilbao y 80 de Santander, hubo un tiempo en el que muchos vecinos reclamaron un referéndum para consultar su posible anexión a Euskadi. Sentencias de la Justicia y del Tribunal Constitucional han dejado sellado que pertenece a Cantabria.

El atractivo que muchos cántabros ‘transfronterizos’ ven en vincularse con el País Vasco responde a las diferencias en aspectos como la Sanidad o la mejor renta per cápita de la que gozan los vascos. EL PIB por ciudadano de Cantabria rondaba en 2018 los 23.800 euros, frente a los 33.200 de Euskadi. El riesgo de pobreza extrema es otro de los indicadores que refleja las diferencias, del 8,6% en la sociedad vasca, de más del doble, el 19,9 en la vecina Cantabria.

Sanidad

La cercanía geográfica y la mejor valoración que en términos generales tiene la sanidad pública vasca frente a la cántabra hace que anualmente miles de ciudadanos residentes en localidades cántabros sean asistidos en Osakidetza. Hospitales como el de Cruces están mucho más cerca de Castro que el de Valdecilla de Santander. Cerca del 20% de los residentes de Castro –muchos de ellos vascos- siguen acudiendo a la sanidad vasca para ser atendidos.  

Una relación social y económica fluida al calor de la autovía que mejoró de modo notable la conexión entre ambas comunidades a partir de su inauguración en 1995 pero que sin embargo no ha seguido el mismo camino en materia ferroviaria. La apenas una hora de ruta por carretera que supone desplazarse entre Santander y Castro se multiplica por tres si se recurre al tres. En noviembre de 2019 Revilla y su partido PRC reclamaron medidas que permitieran acortar los tiempos.

El viernes, Euskadi y Cantabria volverán a mirarse cara a cara, a abrazarse y a profundizar la relación de buena vecindad que ha definido la convivencia entre ambos. La economía lo demanda y la sociedad lo necesita, han justificado Revilla y Urkullu. Mañana lo escenificarán y el viernes lo permitirán.