Sociedad

Una década nómada: más de 100 techos prestados y un presupuesto de 300 euros al mes

De habitaciones en barrio obreros a apartamentos en París, Praga o Nueva York. La singular ruta nómada de Sergi Bellver

Caravana donde Sergi Bellver pasó una temporada en Samos (Lugo).

Caravana donde Sergi Bellver pasó una temporada en Samos (Lugo). SERGI BELLVER

Surgió de una conmoción o, para ser más exactos, de varias que se sucedieron en el lapso de tres años. “Desde un desahucio a finales de 2009 hasta la fatídica Nochebuena de 2012”, replica Sergi Bellver cuando se le interroga por las razones que les llevaron a ser nómada. Una década después de aquella decisión radical, ha pasado por más de un centenar de casas o habitaciones prestadas con un presupuesto reducido al mínimo, apenas 300 euros dedicados a “las pocas servidumbres” que les siguen uniendo al resto de mortales.

“Hasta el desahucio había tenido una vida más o menos convencional, con trabajos normales. Entre esos dos instantes de 2009 y 2012, me quedé sin un duro y todos los ligazones emocionales se fueron a pique. Fue un proceso de caída”, rememora Bellver (Barcelona, 1971), autor de Blanco móvil (Aguilar), el libro que relata la biografía de “un náufrago que, de repente, se ha dado cuenta de que está muy bien en la isla, separado del bullicio y el ruido para encontrar lo que tiene que decir”. “No había tantas cosas a las que renunciar porque no tenía propiedades ni un gran trabajo ni ahorros”.

Una trashumancia obligada por las circunstancias y el convencimiento de que “vivir el presente”, más allá de un eslogan, es “la única forma de veras sensata de estar en un mundo a menudo tan imprevisible, despiadado y caótico como el nuestro”. Un periplo cuya cifra exacta de techos ha dejado de contar y que van “de lo precario a lo opulento y de lo onírico a lo insólito”. De habitaciones en barrio obreros de hijos que ya volaron del nido a apartamentos en París, Praga o Nueva York, un cortijo andaluz o una vieja caravana plantada en un prado.

Una Nochebuena fatídica

Sergi Bellver en el delta del Ebro.
Sergi Bellver en el delta del Ebro. SERGI BELLVER

“En aquella Nochebuena tuve que elegir entre dar marcha atrás y buscar una vida como fuera o insistir en lo que había emprendido en serio: ser escritor”, comenta Bellver desde su morada actual, un cuarto prestado en Madrid. “Es uno de esos siete u ocho sitios a los que vuelvo cada cierto tiempo”, admite quien ha acomodado el paso de su vida sencilla, volcada en la escritura, a los ofrecimientos de techo que le llegan. “Existen ciertos condicionantes. Al buscar viviendas que estén desocupadas, resulta más fácil encontrarlas en medios rurales. Son segundas residencias de personas que están en la ciudad o casas de abuelos o padres que ya no están”.

En ese deambular dentro y fuera de España, Bellver -”un acróbata sin red”, como se describe él mismo- fue probando su capacidad de adaptación y también las vibraciones de los espacios en los que hizo un alto. En algunos, su presencia sirvió para que la finca no pareciera abandonada o para que alguien pudiera cuidar de plantas y animales o quitar las malas hierbas.

En dos lugares, reconoce, no pudo escribir ni una sola línea. “El primero es Calahonda, una urbanización entre Marbella y Málaga. Era como estar en Crematorio, la novela de Rafael Chirbes. Te das cuenta de la cantidad de espacios fantasmas que ha producido la burbuja inmobiliaria”, narra. “Es el tipo de lugares donde a veces encuentro sitio de sobra, pero se trata de colmenas de edificios pensados para las vacaciones o para jubilados británicos en los que, de repente, en invierno hay cuatro personas habitando un bloque de 80 viviendas”.

Escritorio prestado de Sergi Bellver en Vallgorguina (Barcelona)

De arriba abajo e izquierda a derecha, dos gatos en el escritorio prestado de Sergi Bellver en Vallgorguina (Barcelona); vista de un cortijo en Carmona (Sevilla); Bellver en un selfie en el Pepe Botella del barrio madrileño de Malasaña; y caravana donde pasó una temporada en el proyecto O Couso, en la localidad de Samos (Lugo).

Nueva York completa su mapa de los puntos más complicados de su concienzudo nomadismo. “Me alienó bastante la sociedad estadounidense. Fui incapaz de escribir el libro que había apalabrado pero me traje una idea de relato distópico, apocalíptico y oscurísimo. Los lugares influyen para mal”, indica Bellver, que ha compartido techo con obreros, jubilados o aristócratas. “He observado como ornitólogo a muchas clases de personas”.

Vivir con lo mínimo

“Como yo lo entiendo y lo hago, el nómada no es solo un viajero. Para moverme constantemente, así como los nómadas buscaban mejores pastos para su ganado, yo busco tiempo para escribir. Es el deseo de buscar algo que te falta si te quedaras quieto en un lugar”, arguye. “Se necesita bastante independencia, fortaleza mental para adaptarte a los cambios y haberte entrenado en la austeridad. Cuantas menos cosas necesitas, más aprendes a utilizar las que tienes y más libre eres. La libertad absoluta en este mundo capitalista es muy difícil, pero te puedes acercar bastante a ella si te acostumbras a vivir con lo mínimo”.

Habitación de Bellver en Budapest, donde escribió parte de su novela.
Habitación de Bellver en Budapest, donde escribió parte de su novela. SERGI BELLVER

Una máxima que también traslada a las mercancías que le acompañan en el tránsito. “Aprendí a cargar con una maleta de 10 o 12 kilos y con lo puesto. Tiene el tamaño de una cabina de avión y es bastante versátil. Lo que me quepa ahí no me lo llevo”, detalla. “Las pocas cosas que me quedan, ropas de invierno y verano y unos cuantos libros, los tengo en cajas en el almacén de un amigo en Barcelona. Después de aquella Nochebuena malvendí la mitad de mis libros”.

De la mínima expresión vive también su presupuesto. “Vivo más o menos con 300 euros al mes para comida, transporte y pagar el móvil. Solo me compro ropa cuando lo necesito. Casi nunca como fuera. Antes podía vivir con 250 euros. Si consigo ahorrar o recibo algún pago, me hago un homenaje”. “Pero el sistema te atrapa. Al menos necesito una cuenta bancaria. Es, junto al móvil, la única servidumbre que tengo”.

De la incertidumbre a la soledad

Camino de los once años de condición nómada, confiesa haber pagado el peaje de su modo de existencia con austeridad, incertidumbre, soledad y extrañamiento. “La incertidumbre de buscar casa es lo que peor llevo porque te quita energía”. ¿Y cómo observa una vida errante las otras vidas que encuentra en ruta? “Lo que veo es que el sistema o como queramos llamarlo nos atrapa en muchas cosas que creemos que elegimos pero que realmente no hacemos, especialmente si estás atado a un círculo laboral, familiar y personal y en ciudades como Madrid o Barcelona donde la vida es muy cara. Veo a mucha gente como hámsters corriendo en la rueda y algunos, en el fondo, desearían bajar de esta rueda y otros no se dan cuenta o están bien”.

El viaje también le ha llevado hasta otros que “dieron el paso al lado” aunque Bellver se considera parte de la obra, “sabiendo o participando de esa gran comedia humana como un apuntador o guionista”. “He conocido a otra mucha gente que vive al margen de la supuesta norma como una comuna hippie de veganos en un bosque de Galicia. Están fuera aunque el sistema siempre nos afecta de alguna manera salvo en el caso muy radical de náufragos y ermitaños mucho más bestias”. Como otros que apostaron por ir a contracorriente, Bellver asegura tener nomadismo “para una temporada”. Su sueño de vida sendentaria es “una cabaña en el bosque o una caseta en el pueblo”. “Si no hay un cambio drástico, mi vuelta a la vida sedentaria será en un pueblecito”.

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