La luna, pozo de todos los poetas, primer hielo de la ciencia y primer espejo de los dioses, también puede ser el misterio más grande para un futbolista. El futbolista, hipnotizado por todo lo redondo, puede tener con la luna un rapto de hambre filosófica o licántropa o de queso, o un antojo de risa tonta (la luna parece llena de helio), o incluso un compromiso publicitario, una de esas campañas que te descolocan con un enigma o un disparate para después venderte una zapatilla zen o un desodorante para ligar muchachas en racimo, ya desmayadas de amor y helenismo.

Lo de Iker Casillas aún no se ha identificado cuando escribo, así que parte de la gracia de este artículo consiste en hacerlo colgado de esa luna movediza como Harold Lloyd de un reloj. Trabajo en fin, ahora, con lo que supongo, con lo que me invento y con lo que decía su famoso tuit: que estaba en una cena con amigos (quizá bajo el cielo de cubata del verano, en el que la luna es la rodaja); que, a cuenta del próximo 50º aniversario de la “supuesta” llegada a la luna, discutían si habíamos llegado de verdad o no; que lanzaba por ello una encuesta para saber qué opinaba el personal, y que él, para orientarnos o despistarnos, afirmaba no creerlo.

Con la luna como refresco, como plato o melón de postre, o como balón que se le resbaló entre las cachas, Casillas descolocaba el universo rudamente, igual que un Copérnico con manoplas o que su primo Iker Jiménez con pala y bruma de cementerio. La encuesta, cuando la miro, a falta de 8 horas para terminar, va así: el 60% cree que sí se pisó la luna y el 40% cree que nos la colaron.

La luna, pozo de todos los poetas, primer hielo de la ciencia y primer espejo de los dioses, también puede ser el misterio más grande para un futbolista

Cuando lean ustedes esto, lo mismo ya ha salido el anuncio de la colonia o de la marca de calzoncillos espartanos o de la ONG de dar pena o esperanza, y le vemos otro sentido. Estoy casi seguro de que al final Casillas nos dará una lección de humildad, humanidad y hasta de cosmología, siquiera para vender maquinillas de afeitar. Pero, de momento, a mí me queda ese 40% colgado de una luna que a lo mejor les parece un imán de nevera de Dios, solamente. Y me queda también la inspiración poética de ver la luna de tantas maneras, que tampoco quiere uno ponerse astronauta coñazo todo el tiempo ni todo el artículo.

Todos tenemos muchas lunas, la verdad. Yo tengo la luna del campo y del mar, como una cebolla chinesca que sale de la naturaleza. Yo tengo la luna del amor de verdad o de mentira, de besos con sabor a cocacola o a hueco de sombra, en ambos casos. Yo tengo la luna poética como el yunque de Lorca, el Lorca del falso gitanismo que se cae con su otra luna neoyorquina, mismamente. Yo tengo una luna de Meliés, que es de merengue como los payasos. Yo tengo una luna de jazz, que es de papel, y una luna de Wagner, allí en la proa con Tristán e Isolda. Y también tengo aquella primera luna científica, la luna del diccionario de la escuela, entre banderas de países y prismas de Newton, y de aquella enciclopedia larga y negra que me llenaba todo el salón como un tren de vapor, y cuyas láminas me explicaban las misiones Apolo como otro tren de juguete por el espacio.

Todos tenemos muchas lunas, la verdad. Yo tengo la luna del campo y del mar, como una cebolla chinesca que sale de la naturaleza

La luna de la ciencia, a la que quería llegar, supongo, al final. La luna, las lunas de Carl Sagan, las de su libro Cosmos, que leí de chaval como entre canicas del universo. Carl Sagan, que me enseñaba que la ciencia (¡y la vida!) necesita imaginación pero también escepticismo; que sin imaginación no podemos ir a ningún sitio pero sin escepticismo no podemos distinguir lo real de lo falso. Utilizando ambas cosas pisamos la luna, claro que sí señor Casillas (o señores publicistas); claro que sí, gente de ese triste 40%. Ya nos hubieran avisado los rusos de lo contrario, sin ir más lejos. Pero las pruebas, más mucha guasa, ya se las pusieron en Twitter. No hay que insistir mirando el dedo que señala, ya saben.

La luna de Casillas, que es a lo que yo iba desde el principio, son en realidad muchas lunas diferentes. La que nos ha hecho reír, la que nos ha hecho sospechar, la que nos ha enseñado cómo somos, qué pensamos, cuánto sabemos o cuánto ignoramos todavía. Y hasta cuánto odiamos. Bien traída ha estado, y pedagógica ha sido esta luna con tantas lunas. Si es publicidad (ustedes ya lo sabrán, seguro), ha sido un exitazo. Detrás de lo que venden, el producto o la lágrima, han arrastrado desde luego un poco de poesía, de humor, de dura verdad y de sentido crítico. Y si no, si me he equivocado y era todo en serio (#Yotambiénfallo), pues tiren a la basura la idea de una luna de figurantes y chinchetas, el cerebro de pelota de trapo de los conspiranoicos y los futbolistas, y los artículos de verano escritos bajo demasiado sol.