Siete días después de que la viéramos en Londres, en la abadía de Westminster, en el servicio memorial que se ofició para honrar al duque de Edimburgo, fallecido en abril, la reina Letizia ha vuelto a viajar a Inglaterra, al condado de Durkham esta vez, en el noroeste del país. Letizia se ha desplazado hoy hasta una pequeña localidad llamada Bishop Auckland, que acoge el denominado castillo de Auckland, una preciosa construcción medieval cuyos orígenes se remontan al siglo XII y que, durante largos años, sirvió como palacio arzobispal.

A las puertas del palacio la esperaba el príncipe Carlos de Inglaterra, que, muy cortésmente, le ha besado la mano para saludarla. La reina de España llevaba un traje granate de talle recto y un abrigo ancho de Carolina Herrera que ya le habíamos visto en el viaje que hizo hace poco a Viena. El príncipe de Gales, por su parte, iba con uno de esos magníficos trajes en gris perla que le hacen en Savile Row (la calle de Londres donde se concentran los mejores sastres de Inglaterra) y que él luce como un auténtico gentleman.

Después de saludar a algunas autoridades locales y sonreír a unos cuantos niños que la esperaban con banderitas (los ingleses siempre colocan a niños de escuelas cercanas para dar ambiente a las visitar reales), ha comenzado el plato fuerte del viaje: la visita a la exposición "Zurbarán. Las doce tribus de Israel: Jacob y sus hijos" y la inauguración de la Spanish Gallery, la Galería Española. El tema merece una explicación detallada, porque tiene una historia detrás muy interesante.

Unos cuadros con mucha historia y mucha política

Francisco de Zurbarán (1598-1664), un pintor extraordinario formado en Sevilla a quien, desgraciadamente, no se le da la importancia que merece, ni tiene el prestigio internacional que le correspondería, pintó entre 1641 y 1658 una colección de trece retratos titulada "Jacob y sus doce hijos", sobre los famosos fundadores de las doce tribus de Israel. Los retratos, a tamaño natural, son de una belleza majestuosa.

Aunque Zurbarán los pintó en Sevilla y se supone que su destino era algún lugar en las Américas, finalmente los cuadros acabaron en Inglaterra, no se sabe muy bien cómo (hay quien dice que piratas ingleses apresaron el barco que los portaba). Sea como fuere, los trece cuadros acabaron en manos de un banquero de Londres llamado James Mendez. A su muerte, sus herederos decidieron venderlos y así fue como doce de los cuadros (faltaba el de Benjamín) acabaron siendo propiedad en 1757 de Richard Trevor, obispo de Durham, un tipo muy interesante, muy liberal y tolerante con el resto de religiones. En un momento de antisemitismo furibundo, sectarismos enfermizos y odios lacerantes entre religiones, él defendía una postura mucho más respetuosa y avanzada. De hecho, expuso durante muchos años su colección de Zurbaranes en su castillo de Auckland como símbolo de su apoyo explícito a los judíos. Es más: rediseñó todo un ala de palacio, la llamada Long Dining Room, para que se exhibieran con la magnificencia adecuada.

A punto de perderse para siempre

Desgraciadamente, tanto el magnífico palacio de Auckland como los cuadros de Zurbarán estuvieron a punto de perderse por culpa de las estrecheces económicas. Seguramente hubiesen sido vendidos de no ser por la intervención de un tal Jonathan Ruffer, economista británico de unos 70 años, propietario de una empresa de inversiones, multimillonario y apasionado del arte que creció cerca de allí. No se sabe a cuánto asciende su fortuna exactamente, pero se calcula que podría ser superior a los cuatrocientos millones. El Sunday Times llegó a publicar que, en un solo año, puede ganar la friolera de ocho millones de libras esterlinas.

Entre otros muchos proyectos, Ruffer comenzó a interesarse por la zona del condado de Durham, un área muy pobre y acechada por numerosos problemas sociales. La mayoría de la población se dedicaba a la minería, pero desde que cerraron las minas en los años ochenta, la localidad ha sufrido importantes estragos. Ruffer decidió reflotar la zona a base de grandes obras filantrópicas que atrajesen turismo internacional y se calcula que se ha dejado un tercio de su fortuna para mejorar Durham.

Entre otras grandes donaciones, en el 2013, dio quince millones de libras para preservar el castillo de Auckland y conseguir que no se vendiesen los cuadros de Zurbarán. Poco después dono 18 millones más para restaurar el castillo y transformarlo en un museo. También decidió abrir una galería de arte con su colección particular, basada casi íntegramente en pintura española, con obras de El Greco y Murillo entre otras. La colección es tan importante que ya se habla de "El Prado en Inglaterra".

De hecho, Letizia hoy inaugurará precisamente esta Spanish Gallery, la galería española, y podrá disfrutar también de los cuadros de Zurbarán que se enseñan en el castillo de Auckland.

La reina Letizia y el arte

No es la primera vez que la reina Letizia se desplaza de viaje oficial para promocionar el arte español. De hecho, poco después de que Felipe VI subiera al trono, parecía que Letizia se iba a centrar en internacionalizar la pintura española, lo que estaba muy bien. Viajó a Viena para inaugurar una exposición sobre Velázquez (fue cuando la oímos dar aquel famoso discurso en alemán e inglés) y se desplazó a Düsseldorf para abrir una muestra sobre Zurbarán. El 13 de marzo del 2019 la vimos en Londres, también junto a Carlos de Inglaterra, para inaugurar una retrospectiva sobre Sorolla en la National Gallery.

Desgraciadamente, estos viajes "artísticos" de Letizia últimamente escaseaban y no tan solo por la pandemia. Es una lástima. Es una ocupación fabulosa para ella: viajes breves, de un día, centrados en la promoción de la alta cultura española. Ojalá haga unos cuantos más en el futuro. Y si volviera a dar discursos en el extranjero sobre arte, como hizo en su día en Viena, ya sería para nota.