Cuando ya creíamos que ninguna serie podría sorprendernos o llegar a niveles óptimos de calidad, va y aparece The Dropout, considerada por la crítica especializada como una de las mejores, sino la mejor, producciones de los últimos tiempos. Y es que lo tiene todo: un elenco de personajes de lujo, un guion sólido y una historia que sorprende, aborrece, atrae y repugna a partes iguales.

The Dropout narra la vida de Elizabeth Holmes, la ambiciosa y codiciosa emprendedora que intentó superar a Steve Jobs en cuanto a innovación y creó Theranos, una empresa que prometió revolucionar el mundo. Supuestamente, mientras estudiaba su segundo curso en Stanford, Holmes, entonces de 19 años, ideó una máquina prodigiosa capaz de obtener todos los datos de salud de una persona con tan sólo una gota de su sangre. Aquello, pensó ella, era sin duda revolucionario, capaz de alterar el sistema sanitario para siempre. Holmes se imaginó enseguida haciendo chequeos integrales a pacientes de todo el mundo sin análisis ni laboratorios. Tan sólo con una minúscula gota de sangre depositada en una tarjeta que podría ser codificada al instante en un ordenador. Bueno, bonito, barato y, encima, disruptivo.

Una de sus profesoras, Phillys Gardner, le dijo que aquello no podría funcionar nunca, pero Holmes no se rindió. Al fin y al cabo, a los grandes visionarios de la historia siempre se les ha dicho que lo que proponían era imposible. Pero Holmes sabía, porque se lo habían repetido mil veces, en vídeos de motivación y libros de autoayuda, en documentales y publicaciones de Instagram, que "Impossible is Nothing", nada es imposible. O, como se dice en la serie, usando una frase del maestro Yoda en El imperio contraataca, "Do or do not, there is no try", algo así como "Hazlo o no, no hay término medio". Aquello es la base de la emprendeduría, ¿no? Lo que pensaron genios como Bill Gates o Steve Jobs.

La famosa máquina prodigiosa nunca funcionó (tan sólo una vez y de pura chiripa), pero ese pequeño detalle no fue un obstáculo para que Holmes no vendiera su idea -perdón, su "visión de negocio", como se dice en el mundo emprendedor- con toda la pasión del mundo. Varios profesores cayeron rendidos y unos cuantos científicos se unieron a su causa, atraídos más por el carisma de la joven y su innegable ambición que por las posibilidades reales de éxito. En el fondo, todos querían participar de algo único: ser los nuevos Google, Apple o Facebook. Comenzar en un garaje y acabar montados en el dólar. Vivir el sueño americano. Triunfar y ser famosos, respetados y admirados por jóvenes emprendedores de todo el mundo.

Al principio, parecía que iba a funcionar, aunque solo fuera porque Holmes consiguió engañar y manipular a unos cuantos inversores para que le cedieran cantidades ingentes de dinero. De una mentira que se fue haciendo cada vez más grande consiguió crear una empresa que llegó a ser valorada en diez mil millones de dólares. Holmes llegó a dar entrevistas de televisión donde prometía la panacea y protagonizó portadas de Fortune. En el 2015, Forbes la eligió la "mujer multimillonaria hecha a sí misma más joven de Estados Unidos". Pero todo era un fraude y, al final, cayó como un castillo de naipes: se desvaneció tan rápido como se creó. Holmes acabó en la cárcel acusada de unos cuantos crímenes.

Nacimiento y eclipse de una estrella que nunca lo había sido

La serie The Dropout narra magistralmente cómo se fraguó este fraude histórico. Pero también -y aquí viene lo más destacable- explica cómo el ecosistema emprendedor, más que por genios visionarios con mentes superlativas, está ahora poblado por jóvenes narcisistas, autoritarios y tóxicos que tan sólo quieren triunfar. Triunfar a toda costa, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Ya no se trata de crear productos o de servicios; ahora hay que crear iconos, encumbrar a nuevos dioses. Es la tiranía de la imagen, el narcisismo de Instagram en grado superlativo. Pero este método, perverso y trágico, solo engendra monstruos.

'The Dropout' explica cómo el mundo emprendedor, más que por genios visionarios con mentes superlativas, ahora está poblado por jóvenes narcisistas.

The Dropout explica, precisamente, cómo una adolescente normal y corriente, aunque con más de un trauma y fantasma en la recámara, se convierte en un ser grotesco. En la serie viajamos a su infancia: madre fría, exigente y distante; padre que ostenta un alto cargo en Enron (compañía de energía y servicios que cometía fraude contable y acabó quebrando en medio de un inmenso escándalo). Su madre odiaba las agujas (ahí empezó todo); Elizabeth es educada desde pequeña para nunca rendirse y para dejar atrás mentalmente cualquier obstáculo y tragedia en su vida.

Hasta aquí podríamos empatizar con el personaje y hasta sentir lástima por ella. Pero la serie no te deja caer en la lagrimita fácil: Elizabeth Holmes nunca es vista como una heroína trágica víctima de sus circunstancias, sino como una narcisista en ciernes criada entre algodones.

El personaje realmente funciona -de hecho, resulta hipnótico- porque la actuación de Amanda Seyfried es de vértigo y expone todas las capas de un personaje poliédrico y, en muchos aspectos, contradictorio. Holmes es, al fin y al cabo, tan inteligente como errática; tan trabajadora como caótica; tan carismática como insegura e inconsciente al principio de sus habilidades. Puede ser seductora y tóxica, agradable y destructora. Su obsesión por demostrar su valía y talento la llevará a usar todas las tretas a su alcance para barrer a sus enemigos y seguir mintiendo a sus socios. Cualquier cosa para mantenerse en la cúspide.

La otra cara del feminismo corporativo

La serie, creada por Elizabeth Meriwether (New Girl) y dirigida en parte por Michael Showalter (The Eyes of Tammy Faye), además de por las brillantes interpretaciones, destaca también por las reflexiones de fondo sobre la discriminación y el feminismo. No son temas fáciles de abordar en medio de una era de una corrección política asfixiante, pero The Dropout tiene la valentía de enfocarlas de manera directa, sin titubeos ni tonterías. "Hay mujeres que me sabotean porque tienen envidia de lo que he logrado", dicen en uno de los capítulos. Aquí no hay hermandad o sorority: aquí hay mujeres que emplean la discriminación en beneficio propio, como reclamo publicitario. Mujeres que ponen en marcha un liderazgo tanto o más tóxico que el de los hombres y que tratan como basura a sus empleados. Mujeres que ponen zancadillas a otras mujeres, que pisotean y hacen mobbing sin piedad. Los hombres, en realidad, aquí son las víctimas.

Es sorprendentemente refrescante que una serie se atreva a llegar tan lejos. Pero es uno de los grandes motivos para no perdersela.