Hoy en día, Elvis Presley es más un estereotipo que un icono, una imagen con mono blanco ajustado y patillas imposibles que sirve de disfraz oportuno para bodas locas en Las Vegas. Pero hubo un momento en que Presley fue más que un recuerdo: en su día, fue "The King", el rey, el tipo que revolucionó la música, el baile e hizo que más de uno se escandalizara por sus suntuosos movimientos de cadera. Hoy nos puede sorprender, pero en vida, Elvis Prestley fue un fenómeno, el tipo que lo cambió todo y cuyos ecos aún resuenan en la música actual.

Muchos de sus más acérrimos seguidores siempre aseguran que "Elvis lives", Elvis sigue vivo, y aunque no es cierto en un sentido corporal del término, sí que es verdad en un plano cultural. También cinematográfico, gracias a la reciente película dirigida por Baz Luhrmann, un biopic que devuelve al rey del rock a la vida y recuerda a las nuevas generaciones, esas que no deben saber lo que es Graceland, por qué Elvis siempre será uno de los mejores.

Brillantina, tupés y confeti

Luhrmann, a quien ya vimos en la adaptación de El gran Gatsby, la película que protagonizó Leonardo di Caprio, y Moulin Rouge, es un experto en revivir caracteres atormentados en medio de escenarios de ensueño, repletos de brillos y supuestos lujos. Lo suyo es la brillantina y el confeti en medio de números musicales y en Elvis nos ofrece todos estos elementos a raudales.

Pero también es capaz de entrar como nadie dentro de la psique de los personajes y aquí nos relata al vida del rey del rock desde todas sus aristas. Nos deja claro que Elvis fue un genio, pero también un tipo con muchos fantasmas propios y más de un chupóptero a su alrededor que le hizo la vida imposible y lo acabó destrozando vivo.

Elvis sale retratado como un hombre atormentado desde sus inicios. Sufrió de pequeño la muerte de su hermano gemelo (Jesse) y, aunque se llevó bien con su madre, con su padre, Vernon, las cosas fueron más complicadas. La familia era pobre y vivía en Memphis con lo justo para sobrevivir.

A pesar de los obstáculos, Elvis tenía una fuerza de voluntad hercúlea y un talento a raudales y a los diecinueve años ya había firmado un acuerdo con Sun Records. Su carrera fue meteórica y, al principio, su vida personal fue estable (se casó con Priscilla y tuvo una hija). También le abrieron las puertas de Hollywood y tuvo varios éxitos en la gran pantalla. Pero llegó un momento en que las cosas se torcieron tanto que se divorció de su mujer y acabó protagonizando espectáculos de poco nivel en Las Vegas. En sus últimos años, acabó convertido en una caricatura de sí mismo.

Influencia que todavía hoy se siente

La película logra transmitir todos estos detalles. El film es una delicia desde el principio por muchos motivos. Primero por la propia música, la gran protagonista sin duda del largometraje. No sólo están los grandes éxitos de Presley, sino también hay cameos de techno y hip hop, ritmos contemporáneos que el director musical, Elliott Wheeler, introdujo para demostrar que, efectivamente, Elvis sigue vivo o, al menos, sus contribuciones a la música siguen intactas. Aunque ya no nos acordemos, Elvis fue un provocador e hizo lo que no había hecho nadie: mezclar blues, pop y ritmos country con notas de gospel. Se adelantó a todos y demostró que en la fusión de estilos estaba el futuro.

El segundo motivo es la interpretación en sí del protagonista. El actor Austin Butler encarna magníficamente esa mezcla de ingenuidad y erotismo a raudales, de pasión y ganas de triunfar y llegar a lo más alto. Sobre todo, es capaz de brillar ante la audiencia y tornear el cuerpo con esa suerte de convulsiones eléctricas que en su momento se consideraron impúdicas y no aptas para jovencitas. Butler triunfa precisamente donde Elvis más brillaba: cuando está en el escenario enfrente de los focos. Hay una relación casi hipnótica entre ellos y el público.

Un auténtico villano

También está muy bien perfilada la relación entre Elvis y Tom Parker, el manager --y supuestamente su amigo-- que lo explotó sin piedad en beneficio propio. Parker era un tipo con pocos escrúpulos y Tom Hanks, quien le da vida en la película --con mucha película y prótesis, eso sí--, lo retrata muy bien como un egoísta siniestro que salió de la nada --nadie sabía de dónde venía exactamente-- y sólo quería trepar y conseguir mucho dinero. Y lo hizo, aunque por el camino destrozó emocionalmente a Elvis. "Yo no maté a Elvis", dice en la película. "Yo creé a Elvis". Es una frase demasiado arriesgada y, como se ve en la película, altamente injusta. Pero Tom Hanks es capaz de darle tanto relieve al personaje y dotarlo de tantas aristas que hay momentos en el film en que quieres creerlo.

La relación entre ambos personajes, Elvis y Tom, define toda la película y nos ofrece un recital interpretativo. Hay ocasiones en que realmente se meten tanto en sus personajes que realmente te crees que Elvis sigue vivo. Al menos en la pantalla.