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Ching Shih, la reina pirata que puso en jaque al imperio de China

Grabado que representa las luchas de piratas chinas

Grabado que representa las luchas de piratas chinas

Su belleza destacaba por encima del resto y su altura provocaba un tsunami de miradas a su alrededor. Pero no fue ninguna de las dos las que hicieron que Ching Shih se convirtiera en una de las mujeres más poderosas de la época. Aunque a todo ello, le acompañaba un tremendo misterio que envolvía hasta su fecha de nacimiento, de la que, casi junto a su nombre, no existen datos.

Nacida en algún momento del año 1775 en la provincia de Cantón, China -un país bajo el dominio manchú de la dinastía Qing-, Ching Shih vivió sus primeros años del robo y el engaño haciéndose llamar Shih Yang o Cheng I Sao, hasta que entró a formar parte de elenco de prostitutas de un burdel flotante. Su hermosura obnubiló al capitán pirata Zheng Yi , que había secuestrado a varias prostitutas de aquel prostíbulo en el que se refugiaba. Allí, Zheng la eligió a ella para convertirla en su esposa, y una vez a bordo del barco del temido pirata, Ching Shih le puso condiciones: sólo se casaría con él si compartían al cincuenta por ciento el botín y el mandato de las tropas con la misma autoridad que él. Algo remoto para una mujer e impensable para una mujer prostituía.

Zheng Yi era un famoso señor pirata. Dirigía, junto con su hijo adoptivo Chang Pao Tsai, la Armada de la bandera roja y tenía a sus órdenes unos doscientos barcos y una cantidad nada despreciable de efectivos. Mientras que Ching Shih acabó prostituyéndose no por su propia elección, sino porque fue vendida al burdel, donde tuvo que trabajar para comprar su libertad. Pero sus diferencias no fueron impedimento.

El acuerdo entre ambos creció hasta convertirse en un monstruo cuyas garras abarcaban Corea hasta la costa de Malasia y no se movía un solo barco sin que la armada de Madame Ching, como era conocida, lo supiese y controlase. En el apogeo de su poder, Ching Shih llegó a disponer de más de 70.000 hombres y unos 2.000 barcos que estaban divididos en seis flotas distribuidas por colores: roja, verde, amarilla, violeta y la negra, que tenía como estandarte una serpiente.

Todo el equipo humano estaba regida por leyes muy estrictas que debían ser cumplidas a rajatabla o, de lo contrario, el culpable se enfrentaría a durísimas sanciones que, en su mayoría, conllevaban la muerte.

Ching Shih ejerció el poder durante años e impuso su voluntad cuando y donde consideró necesario. Entonces pasó a llamarse Cheng I Sao, que significa "esposa del hermano mayor Cheng", quizá para dejar claro a todo el mundo el estatus que ostentaba. Las leyes que implementó prohibían violar a las mujeres apresadas en las ciudades o en el campo; al violador se le cortaba la cabeza. Si un hombre bajaba a tierra firme por su cuenta o si se cometía el acto llamado "franquear las barreras", se le perforaban las orejas en presencia de toda la flota. En el caso de ser reincidente, se le daba muerte. También se prohibió coger cualquier cosa del botín procedente del robo o pillaje, pues todo era registrado, y el pirata recibía dos de las diez partes, quedando las ocho restantes guardadas en el almacén comunitario; las infidelidades, y se pasó a la subasta de mujeres bellas únicamente. Si un pirata compraba a una prisionera debía tratarla a partir de entonces como su esposa, con absoluto respeto y sin violencia. Quien desobedeciese una orden o molestara a los campesinos que pagaban tributo era asimismo condenado a muerte. Los castigos eran inmediatos y no había segundas oportunidades.

El mundo pirata en China era muy diferente a la idea que tenemos de la piratería en el Caribe. No existían los tabúes sobre las mujeres a bordo. Incluso, muchos piratas llevaban consigo a sus esposas e hijos, lo cual daba tranquilidad a los hombres tenerlos cerca en tiempos de bonanza y les hacía luchar con más fiereza en las batallas. Sin embargo, al emperador Jiaqing le ponía furioso que una mujer estuviera poniendo en jaque a todo su Imperio, y  envió a su armada comandada por el almirante imperial Kuo Lang para que atacara y acabara con la flota pirata. Un hecho que, por supuesto, no achantó a Ching, quien con sus naves, fueron directos a su encuentro. Tras la contienda, la armada imperial perdió sesenta y tres barcos con sus respectivas tripulaciones, que se unieron a la bandera roja bajo amenaza de muerte, lo que desencadenó la petición de ayuda por parte de Jiaqing a las  armadas inglesas y portuguesas afincados en Macao para que se unieran a ellos en la lucha contra aquel ejército invencible, que no dejó de humillar a la coalición batalla tras batalla. Finalmente, el Imperio se vio obligado a ofrecer una amnistía a Ching Shih para que dejase la piratería.

En un primer momento Ching Shih rechazó la oferta, hasta que un día de 1810 se presentó sin avisar en la sede del gobierno general de Cantón para discutir los términos del indulto. Así, la pirata que nunca fue derrotada, se salvó a sí misma y a todos los que lucharon junto a ella, firmando el indulto de la armad al completo. Tras su retirada, se instaló en Cantón, montó un burdel y una casa de apuestas y murió plácidamente a los 69 años, viuda por segunda vez, rica, respetada y admirada, con una historia que supera con creces la de Barbarroja.

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