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Las 10 mejores películas españolas de 2022, el año en el que aprendimos a valorar nuestro cine

Fotograma de ’Alcarràs’, de Carla Simón

Fotograma de ’Alcarràs’, de Carla Simón

Se dice que el 2022 ha sido un año dorado para el cine español con una de las mejores cosechas para un país donde caló hondo el complejo de que, en nuestras fronteras, este arte sólo vive de comedias simplonas, tedioso costumbrismo endémico y nostálgicas revanchas cainitas de una guerra fratricida. Sin embargo, en 2022 algo parece haber cambiado. Ahora sí que vale la pena gastar esos cerca de 8 euros que cuesta una entrada (sin contar día del espectador) para ver una película con créditos en español.

Las recientes nominaciones a los Goya, con una selección de películas que no sólo han triunfado dentro de puertas para adentro, son ejemplo y consecuencia de que el séptimo arte made in Spain ha tenido el valor suficiente para trascender por encima de antiguos complejos. Y es que igual el cine español no era tan malo como pensábamos.

Es curioso que la película más internacional de este año dorado, Alcarràs, sea la historia de una familia de agricultores en un pueblo de Lleida. Costumbrismo gourmet que triunfó en Berlín y ahora tiene un billete para Hollywood, donde luchará por conseguir el galardón por excelencia de este arte. Tampoco es casualidad que el film con más nominaciones a los premios de nuestro cine, As bestas, se estrenara en Cannes y tocara la gloria en Tokio, con un relato sobre la violencia arraigada en la España profunda.

Y si los temas y vicios de nuestro cine no han cambiado tanto, ¿por qué se hablan tantas maravillas de la producción de este año? A lo mejor es que no lo hacemos tan mal. Igual es que hasta que no llega el reconocimiento de fuera, no nos damos cuenta de que España es un país que tiene mucho que aportar en esto del séptimo arte. Es cierto que en el 2022 hay grandes películas con firma española y, aunque en esto del arte siempre es difícil juzgar si ha habido años mejores o peores, aquí va un decálogo confeccionado con parte de ese orgullo que hemos sentido todos en el año en el que aprendimos a valorar nuestro cine.

Alcarràs (Carla Simón)

Alcarràs es un último verano antes del cambio, un respiro agonizante antes de sumergirse en la incertidumbre, donde el avance del progreso se olvida de aquella reivindicación de que la tierra es de quien la trabaja, precisamente porque ya no hace falta trabajarla.

Carla Simón volverá a representar al cine español en los Oscar con esta sencilla pero refinada historia coral que abarca un inmenso abanico emocional, que va desde la melancolía de la vejez a la inocencia de la infancia, pasando por la resignación de la madurez y el choque generacional producto de la adolescencia.

Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa)

Cinco lobitos, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, es la demostración de que las mujeres están tomando la alternativa en un panorama históricamente dominado por referentes masculinos. Biznaga de oro en Málaga y preseleccionada para ir a los Oscar junto con Alcarràs y As Bestas, esta emotiva historia sobre la maternidad ni idealiza ni desmitifica un momento tan crucial como es el nacimiento de un primer hijo. El miedo a enfrentarse a una nueva vida funciona como un intenso y punzante recordatorio de lo importantes que son, para bien o para mal, las personas que nos dan la vida.

As bestas (Rodrigo Sorogoyen)

Sorogoyen se ha lucido pintando en As bestas un retrato con sutil, crudo y paciente de la violencia en la Galicia profunda. Un thriller cargado de tensión ambiental en un paraíso en el que su propia naturaleza silvestre y asalvajada entran en conflicto con la búsqueda de un estilo de vida en armonía con el entorno. El ritmo sobrecogedor de la historia, la brutalidad implícita de su desarrollo y la brillante aportación de sus interpretaciones, bien han valido 17 nominaciones en unos Goya a los que As bestas ha puesto nombre propio.

Un año, una noche (Isaki Lacuesta)

Con las heridas aún cicatrizando, Isaki Lacuesta decide regresar a los atentados de Bataclan con una historia que se interesa por el impacto emocional de una de las experiencias más traumáticas de los últimos años, las diferentes actitudes que puede tomar el ser humano cuando toca regresar a a vida después del horror. Un año, una noche no busca el relato fácil de superación, la película explora la capacidad del trauma como elemento de unificación, pero también de separación, entre los que se resienten con su odio, los que prefieren olvidar lo ocurrido y los que se recrean en la tragedia, buscando un sentido aún por descubrir. Adaptación cinematográfica basada en el libro Paz, amor y Death metal, el guion está inspirado en la historia de Ramón González, superviviente de aquel atentado terrorista que marcó el 13 de noviembre de 2015 como uno de los días más negros de la historia reciente.

Cerdita (Carlota Pereda)

Otra ópera prima, esta vez de Carlota Pereda, para desafiar convenciones y demostrar que las mujeres en este país también saben hacer terror. Este slasher rural está ambientado en esa España vaciada que se llena en verano, donde la belleza de su entorno y la tranquilidad de su sencillez esconden algo brutal e inquietante. Cerdita ha sido comparada con clásicos del género como Carrie La matanza de Texas, pero conserva ese toque costumbrista con el que su directora dota al film de realismo gracias a la autenticidad de su entorno.

Mantícora (Carlos Vermut)

Este drama de terror de Carlos Vermut ha sido uno de los últimos estrenos de este año, pero no por ello menos relevante. Jugando a ir en contra de lo heterodoxo, la historia de Mantícora es tan oscura y sórdidamente abyecta como brillante en su ejecución. A través de los placeres ocultos de un diseñador de monstruos de videojuegos (Nacho Sánchez), la imaginación explora los límites de lo inmoral con un hombre atormentado por un secreto inconfesable y extremadamente sucio, la pedofilia. La incomodidad de esta película asusta hasta el punto de cuestionar si es lícito hablar de amor cuando te adentras en la mente de un monstruo.

Modelo 77 (Alberto Rodríguez Librero)

Modelo 77 es una de esas películas sobre asuntos de nuestra historia reciente a los que no es tan fácil llegar de forma natural. Ambientada en el final de la dictadura, muestra las condiciones en las que vivían aquellos que vivieron el papel más duro de la represión. La lucha por la libertad, los derechos de los presos, la realidad de una España que empezaba a abrirse también en los estamentos más cerrados, contada a través de la cámara de Alberto Rodríguez Librero y dos actores de talla como Miguel Herrán y Javier Gutiérrez.

La maternal (Pilar Palomero)

Pilar Palomero (Las niñas) vuelve a sumergirse en la adolescencia femenina para contar la historia de aquellas que se han dado de bruces con la maternidad, sin la madurez, los recursos y la responsabilidad suficientes para encarar la gestión de su vida y la que está por llegar. La fraternidad de unas chicas que tienen que enfrentarse juntas a un mundo nuevo construye una película que aborda con una delicada emoción y sensibilidad asuntos tan profundos, reales y dolorosos como bellos y luminosos.

Los renglones torcidos de Dios (Oriol Paulo)

En Los renglones torcidos de Dios, Oriol Paulo juega constantemente con la mente del espectador introduciéndose en la cabeza de Alice Gould (Bárbara Lennie), investigadora privada o maniática patológica, ingresa en un hospital psiquiátrico para investigar un asesinato o tratar su paranoia. Esta adaptación de la novela homónima de Torcuato Luca de Tena es paradójicamente la cinta menos castiza de toda la selección. Con producción de Warner, la estética y el ritmo hacen parecer más un thriller hollywoodiense, extenso y lleno de giros de guion que enredan, confunden y entretienen a partes iguales.

El agua (Elena López Riera)

Otra ópera prima dirigida por una mujer que representa el presente y el futuro del cine español. Entre el costumbrismo y el realismo mágico, flota esta historia ubicada en un pequeño pueblo del sureste de España. Elena López Riera explora las viejas creencias de los pueblos periféricos, su relación con el agua y la herencia generacional entre hijas, madres y abuelas. Un relato realista que pone el foco en la realidad de la adolescencia rural, con un toque sobrenatural que se fundamenta en la fantasía de la tradición popular.

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