Cuando él escribía los periódicos pasaban de mano en mano hasta perder la tinta, hasta acabar arrugados y rotos. Su firma era buscada con ansia por los soldados soviéticos que luchaban en la II Guerra Mundial, también por sus familiares, por su país, que con Stalin al frente convirtió a Vasili Grossman en su corresponsal de guerra de cabecera.
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