Fue antes de probarlo todo. Aquí hay ganas, imaginación. Fue antes de sus decenas de amantes, de sus dos maridos, uno en cada costa de Estados Unidos. Aún hay ingenuidad, miedo a descubrirse. Fue antes de que sus diarios viesen la luz, fue antes incluso de su affaire de 10 años con Henry Miller, antes de la prosa erótica a encargo, antes de acostarse con su padre. Antes de tocar y pensar con fuerza.

La intemporalidad perdida es un conjunto de 16 relatos de una Anaïs Nin (París, 1903- Los Ángeles, 1977) de 25 años; más joven, menos hecha y más tierna de lo que estamos acostumbrados. Es el principio de su pensamiento fuerte y revolucionario; de su escritura feroz. También de su feminismo desbocado; del deseo, la belleza, el adulterio. Aquí narra con una voz que aún se está haciendo y con un pensamiento que todavía no se ha cimentado lo suficiente, aunque más de lo habitual para su edad.

La obra se publica ahora en España gracias a la editorial Lumen y a la traducción de Raquel Marqués. Aunque la parisina comenzó a escribir tras el abandonó de su padre, cuando ella tenía 11 años, estos son sus relatos más tempranos, que creó entre 1929 y 1930. Durante esta época escribió en sus diarios, los que posteriormente le dieron fama y escándalo: "Quiero encontrar un mundo que concuerde conmigo y mi filosofía, estoy cansada de buscar una filosofía que concuerde conmigo y con mi mundo".

Una idea que parece que fue confeccionando a la vez que creaba estas historias en las que las protagonistas son alter ego de Nin o distintos artistas. En este volumen la solvencia y la filosofía revolucionaria de la escritora solo se intuyen, es quizás el principio de todo y nos enseña cómo quiere ser y sus inmensos anhelos.

Como escribe Allison Pease en el prólogo, aún le faltaba la experiencia. Ya obsesiona con D. H. Lawrence, del que descubrió el tripartito intelecto, imaginación y cuerpo, Pease explica que "en estas historias no está la vida sexual que luego llenará sus obras, aquí son relaciones no consumadas, coqueteos". Le faltaba el cuerpo.

También su visión de la mujer está en construcción y del primer al último relato de este libro se puede apreciar como se dispara en su cabeza su concepto del feminismo. Empieza con el "yo oculto", el estar escondida como la Linotte de sus diarios, a el "yo revelado". Se ilumina poco a poco la reivindicación de la que un siglo más tarde se considera como la pionera de la liberación sexual de la mujer.

Ninguna de estas historias se llegó a publicar en aquel momento y en España eran inéditas hasta hoy. Como cuenta el editor Gunther Stuhlmann, que escribe el prefacio del libro, la autora envió algunos de estos relatos a re­vistas y editores de Nueva York, pero en aquel momento no llegaron a ver la luz. Quizá por falta de contactos, dice, quizá porque no era todavía el momento.

Poco antes de que Anaïs Nin muriera, en enero de 1977, un amigo le propuso publicarlos en una edición limitada privada"

Pero cuando Nin ya era mayor, cuando la primera parte de sus diarios le daba ya fama y dinero y supusieron un escándalo mayúsculo sus relaciones sexuales con su padre, decidió publicarlas para sus más íntimos, para dar a conocer cómo empezó y cómo había sido su evolución. Tal y como descubre Stuhlmann, “poco antes de que Anaïs Nin muriera, en enero de 1977, un amigo le propuso publicarlos en una edición limitada privada. Al principio, ella se mos­tró reticente, pero al final aceptó, aunque insistió en redactar un prefacio con un tono ligeramente defensivo”. 

Porque las consideró, tras releerlas en aquel momento, algo malas e ingenuas. No pensó que estuviesen a la altura pero le pareció interesante que un pequeño grupo de lectores (cariñosos) se adentrase en el principio de su escritura, conociese el germen de lo que entonces ya había explotado, y así lo explicó para no darlas del todo por buenas.

Henry Miller, París y 'Delta de Venus'

Fue después de escribir estas historias cuando conoció a Henry Miller en París y lo convirtió en su amante durante diez años, llevaba casada desde los veinte años con el banquero-poeta Hugh Guiler. Fue Miller el que al leerla, en aquella época, le dijo: «Cuando tra­to de imaginar de quién es deudor tu estilo, me siento frustrado, no recuerdo a nadie con el que tengas el más ligero parecido. Me recuerdas úni­camente a ti misma».

Cuando escribió Delta de Venus, la obra erótica que le encargó un coleccionista de libros que insistía en pedirle constantemente «menos poesía»

También cuando no le paró el rechazó editorial y empezó a publicar y cuando sus relaciones personales se hicieron cada vez más libres y las contó sin pudor ni sumisión en un diario que pidió no publicar completo hasta la muerte de su marido. Cuando escribió Delta de Venus, la obra erótica que le encargó un coleccionista de libros que insistía en pedirle constantemente «menos poesía» y más carne. Cuando explotó como escritora aunque el reconocimiento le llegaría, quizá, demasiado tarde.

«Tengo la ambición -anotó en su diario en octu­bre de 1929-, y sé que lo conseguiré, de escribir de forma clara acerca de cosas impenetrables, sin nombre y habitualmente indescriptibles; de dar forma a pensamientos evanescentes, sutiles y cambiantes; de dar fuerza a valores espirituales que suelen mencionarse de manera vaga y gene­ral, una luz que mucha gente sigue pero no pue­de comprender de verdad. Miraré dentro de ese mundo con ojos claros y palabras transparentes». Y lo consiguió.