Quería cambiar la percepción precondicionada de la realidad y forzar al espectador a hacerse hipersensitivo a su entorno. La manzana, el sombrero, la pareja que se besa con sus cabezas envueltas en un velo o una pipa. Daba igual. Sumergido en el surrealismo revolucionario y "enemigo irreductible de todos los valores burgueses que retienen al mundo", René François Ghislain Magritte (Bélgica, 1898-1967) se consagró como uno de los pintores más influyentes del siglo XX junto junto a Salvador Dalí, André Breton o Joan Miró, aún sin saber muy bien qué era eso de la superficie plana de un cuadro.

Magritte nació en Lessines (Hainaut), en 1898, y fue el mayor de los hijos de Léopold Magritte, sastre y comerciante de telas, y Regina (nacida Bertinchamps), a quien perdió cuando tenía catorce años, después de que ésta se suicidara ahogándose en el río Sambre. Influido por la figura de Giorgio de Chirico, muy pronto comenzó a dibujar. Sus primeros cursos de pintura los cursó en Châtelet y más tarde, en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, que le abrió las puertas para exponer sus primeras obras en la línea del Impresionismo, orfismo o purismo junto al artista Pierre-Louis Flouquet, con quien compartía estudio.

Al acabar el servicio militar, el belga trabajó como diseñador en una fábrica de papel y en 1923, participó en una exposición en el Círculo Real Artístico de la mano de artistas como Lissitzky, László Moholy-Nagy, Lyonel Feininger o Paul Joostens, entre otros. Por entonces el pintor ya había aparcado sus influencias anteriores y empezaba a basar su estilo surrealista en la metafísica del artista griego y en lo que más tarde se daría a conocer como 'surrealismo mágico' con obras como El jockey perdido o El asesino amenazado. En sus propias palabras: "Para mí la idea de un cuadro es la concepción de una o varias cosas que pueden hacerse visibles mediante mi pintura. La idea no es visible en el cuadro: una idea no puede verse con los ojos".

El autor de El hijo del hombre se convirtió de la noche a la mañana en uno de los artistas más reconocidos de Bélgica. Sin embargo, su primera exposición individual en la Galería del Centauro en 1927 fue un fracaso, por lo que el pintor decidió dejar su país natal y trasladarse a Francia, donde alcanzó el éxito. Allí la carrera de Magritte se consolidó, y comenzó a participar en exposiciones en Nueva York o Londres hasta que los estragos de la invasión nazi lo obligaron a interrumpir sus proyectos artísticos. Después el belga volvería a la carga, con obras como La llave de los campos (1936), Los compañeros del miedo (1942), El hijo del hombre (1964) o La perfidia de las imágenes (1928), con los que mediante sus pinceladas expresó sus dudas y diferentes modos de percibir el mundo real, siempre atento a la relación entre el lenguaje y sus objetos. Así, con sombreros de jugador de bolos, tubos y hasta rocas Magritte evocó el misterio y la locura para desafiar la percepción. Y creó un estilo propio.

Tras una larga lucha contra el cáncer, el 15 de agosto de 1967, René Magritte, murió a los 68 años. Su trabajo se convertiría en una gran influencia para los artistas pop como Andy Warhol.

Las cinco obras más famosas de René Magritte

A lo largo de su trayectoria, Magritte no se alejó de la corriente del realismo mágico que desdibujaba la línea entre la realidad y la fantasía, e invitaba al espectador a cuestionar lo que creía saber. De ahí que en la mayoría de sus obras se muestren objetos y elementos de la vida corriente en situaciones irónicas y surrealistas, influencia de la pintura del artista alemán Max Ernst.

Para el pintor el arte no estaba sujeto al psicoanálisis, "que es siempre un misterio", y lo oculto siempre era más importante que lo abierto a la vista. "Lo pintoresco tradicional, lo único autorizado por la crítica, tenía buenas razones para no encontrarse en mis cuadros: abandonado a mí mismo, lo pintoresco es inoperante y se niega cada vez que reaparece idéntico a sí mismo. Ya que lo producía su encanto, mientras no se hubiera convertido aún en tradicional, era lo inesperado, la novedad de una disposición y lo extraño", decía.

Estas son algunas de sus obras más conocidas:

1. 'Los amantes', 1928

Realizada en París, en el año 1928, se trata de la primera obra de una serie de cuatro variaciones del pintor belga. En ella se puede observar a dos personas besándose con los rostros cubiertos por unas telas que ocultan sus identidades. Actualmente la obra se encuentra en el MoMA de Nueva York, en la colección de Richard S. Zeisler.

2. 'La traición de las imágenes', 1929

Conocido como Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa) y pintado en 1929, se trata de uno de sus óleos más conocidos del pintor, precisamente por el juego que hace para poner de manifiesto el abismo que separa el objeto de la realidad visible. Y es que sí, Magritte tenía razón: no es una pipa, sino una imagen de una pipa. "La famosa pipa. ¡Cómo la gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría rellenar? No, sólo es una representación, ¿no lo es? ¡Así que si hubiera escrito en el cuadro "Esto es una pipa", habría estado mintiendo!", señaló el pintor.

Convertido en una serie de cuadros, la obra están actualmente en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA) en Los Ángeles, California, y en la Colección Menil en Houston (Texas).

3. 'Golconda', 1953

El retrato de hombres vestidos con abrigos negros y bombines, que caen como gotas de lluvia afuera, más allá de la ventana, o simplemente quietos en el aire, es otra de las obras más representativas de Magritte para la que el autor trata de señalar la línea entre la individualidad y la asociación en grupo, y cómo ésta se difumina. Y es que la colocación de los hombres nos hace susceptibles a observarlos como un grupo. Sin embargo, si observamos a cada persona por separado, podemos imaginar que se tratan de personas diferentes entre sí.

Actualmente el cuadro se encuentra expuesto en la colección privada del mecenas y empresario estadounidense John de Menil, también en Houston.

4. 'El hijo del hombre', 1964

Pintado en 1964, El hijo del hombre es probablemente la obra más conocida de Magritte por ser uno de sus pocos autorretratos. En el óleo, de 116 cm × 89 cm, el artista se muestra a si mismo vestido con un abrigo y un sombrero de bombín con el rostro prácticamente cubierto por una manzana verde flotante que, si se mira lo suficientemente cerca, deja ver sus ojos.

Sobre este cuadro Magritte dijo: "Al menos esconde la cara en parte. Así que tienes la cara aparente, la manzana, escondiendo lo visible pero escondida, la cara de la persona. Es algo que ocurre constantemente. Todo lo que vemos esconde otra cosa, siempre queremos ver lo que está oculto detrás de lo que vemos. Hay un interés en lo que está oculto y lo que lo visible no nos muestra. Este interés puede tomar la forma de un sentimiento bastante intenso, una especie de conflicto, se podría decir, entre lo visible que está oculto y lo visible que está presente".

El cuadro forma parte de una serie privada que a menudo se agrupa con otras dos obras del pintor producidas en el mismo año: Hombre con bombín y La gran guerra, que muestra a una mujer vestida con flores que también bloquean su rostro.

5. 'El falso espejo', 1928

Obra dual de Magritte, El falso espejo es una metáfora del funcionamiento del ojo, que representa sin pestañas, donde el mundo se refleja como en un espejo en la retina para ser interpretado por nuestro cerebro. El espectador mira a través de él, como en una ventana, a la vez que es mirado por ese ojo. El surrealista estadounidense Man Ray fue dueño de esta pintura entre 1933 y 1936, reconoció la pintura como "una pintura que ve tanto como ella misma es vista".

Magritte pintó dos versiones de El espejo falso. Una se encuentra en el MoMa, mientras que la segunda versión, que pintó en 1935, forma parte de una colección privada.