En 2009, Haruki Murakami visitó España por primera vez. No acudió a una llamada promocional de su editorial, ni para protagonizar un gran evento cultural. Vino a recoger el premio San Clemente que anualmente organizan los alumnos del Instituto Rosalía de Castro de Santiago de Compostela. Aquellos jóvenes y entusiastas lectores consiguieron lo que ningún editor o gestor cultural había logrado antes: que el autor japonés contemporáneo más leído en todo el mundo pisara nuestro país.

En Santiago, además de recibir el galardón por Kafka en la orilla, comió pulpo, corrió por las empedradas calles compostelanas y no dudó en sincerarse cuando llegó el turno de hablar ante sus anfitriones en la cena celebrada en el Hostal de los Reyes Católicos. Explicó que descubrir la escritura a los treinta y tantos años después de echar el cierre a su bar de jazz en Tokio fue como una epifanía. Que los libros le salen largos porque es un corredor de fondo. Que admira a Vargas Llosa y a García Márquez. Y que estaría dispuesto a quedarse a vivir en Galicia. Una cortesía que, por sincera que fuera, evidentemente no cumplió.

Aprovechando aquel viaje que hizo realidad el sueño de un puñado de jóvenes gallegos, Murakami hizo irremediable escala en Barcelona, donde fue agasajado por el equipo de Tusquets.

Un éxito tardío

"La editorial organizó una cena e invitó a los traductores. Me senté a su lado y estuvimos charlando. También estaba su esposa, una mujer encantadora. Murakami es una persona muy normal", recuerda Lourdes Porta, responsable de las primeras adaptaciones del autor japonés al castellano, y "doblemente contenta" por lo que representa el premio para Murakami y para ella como traductora.

Antes, en 1992, Anagrama había publicado con más pena que gloria su tercera novela, La caza del carnero salvaje. Eso fue antes de que Tokio Blues se convirtiera en un bestseller mundial. Fue entonces cuando Tusquets encargó a Porta la traducción de un primer título, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Y después hasta una decena más, incluido Tokio Blues (caprichosa adaptación del título original, inspirado por la canción de The Beatles Norwegian Wood), que se publicó en nuestro país en 2005. Fue un éxito inmediato.

Atemporal y universal

"Lo había leído y releído en los 90, cuando estaba estudiando japonés, y me gustaba muchísimo", cuenta Porta, que comenzó a aprender el idioma mientras estudiaba Historia, con la intención de especializarse en historia social contemporánea de Japón. Después de enamorarse de la lengua se pasó a la traducción. "La historia la tengo aparcada para cuando me jubile", confiesa.

Hasta los 90 se tenía la idea de Japón como un mundo lejano e incomprensible. Murakami tuvo éxito porque representa todo lo contrario

Por entonces, la cultura y la literatura japonesas casi no se conocían en España. Apenas la trágica y estrepitosa figura de Yukio Mishima, y poco más. "La gente tenía la idea de un mundo lejano e incomprensible, y, a través del cine, de historias lentas y con poca acción. Murakami gustó mucho justo porque no tiene nada de eso. Sus diálogos son brillantes, y su mundo puede extrapolarse a cualquier momento y lugar. Esa atemporalidad de temas universales interesa a cualquiera y hace que tenga mucho éxito".

En los 90 Japón se puso de moda, y desde entonces el interés por su cultura ha sido creciente, con fenómenos masivos y con gran implantación en nuestro país como el manga y el anime. Según Porta, Murakami ha tenido mucho que ver con ello. "Ha sido un auténtico embajador de la cultura japonesa", asegura Porta.

Profundidad bajo una superficie amable

En 2003, cuando Murakami todavía no era una estrella literaria en nuestro país, el hoy traductor Juan Francisco González vivía en Milán y entró en contacto con algunos miembros de la comunidad japonesa de la ciudad. Quedó prendado de la cultura nipona. "Por circunstancias rocambolescas (me quedé encerrado en el piso que acababa de alquilar y, afortunadamente, no tenía conexión a internet para distraerme), empecé a estudiar japonés", recuerda para El Independiente. A continuación, buscando literatura japonesa descubrió en primer lugar a Banana Yoshimoto, pero dos años después acabó atrapado por Murakami.

"Cuenta con una cantidad enorme de registros que, como un prestidigitador, maneja sin que apenas se note"

JUAN FRANCISCO GONZÁLEZ

Entre las virtudes del flamante Princesa de Asturias de las Letras, González destaca "la humildad con que aborda temas considerablemente complejos y la accesibilidad con que maneja enfoques artísticos tremendamente ambiciosos en los que combina thriller al uso, surrealismo enrevesado, romanticismo desaforado y cotidianidad simple y llana, todo condimentado con atmósferas y reflexiones entreveradas de existencialismo". Hay incluso sentido del humor. "Cuando lo lees, parece fácil. Él lo hace fácil y accesible. Por eso satisface al lector. Pero también satisface porque, por debajo de la superficie amable, le muestra territorios ocultos a los que el lector podrá decidir asomarse a mayor o menor profundidad, a conveniencia".

Según González, traductor del último libro de Murakami publicado en España hasta la fecha, Primera persona del singular, el autor japonés cuenta con "una cantidad enorme de registros que, como un prestidigitador, maneja sin que apenas se note: en ocasiones recuerda a la literatura de Albert Camus, a veces el cine de David Lynch, y, al instante, puede ponerse romántico y sesudo a lo Éric Rohmer; y lo interesante es que te arrastra de un ámbito a otro sin que te des cuenta".

El reto de traducir a Murakami

"Conseguir un lenguaje sencillo y un ritmo fluido, que el lector pueda sumergirse en mundos oníricos sin tropezar con las palabras" es, según Lourdes Porta, el gran desafío a la hora de traducir a Murakami. "Esto es complicado viniendo de una lengua como el japonés. Cualquier lengua tiene sus peculiaridades, pero en una tan distinta los problemas se acentúan y las decisiones se multiplican". El objetivo, como siempre, es que "el lector perciba lo mismo" que en el original.

Para González, la principal dificultad estriba en "reconstruir las atmósferas que Murakami elabora tan magistralmente. Es un trabajo sutil que conlleva leer y releer, y escribir y reescribir", asegura, antes de poner un singular y gráfico ejemplo: "Como el Templo de Debod en Madrid, traído piedra a piedra desde Egipto y levantado de nuevo frente a la Plaza de España. Con la diferencia, en mi caso, de que debo salvar la paradoja de volver a edificar el mismo edificio utilizando una arquitectura diferente: la arquitectura del español, herencia del Siglo de Oro".

Finalmente, para entrar en la bibliografía del nuevo Princesa de Asturias, González recomienda cualquiera de sus libros, pero especialmente la que a su juicio es su obra maestra, Kafka en la orilla. Porta, por su parte, añade El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, un libro que "contiene todo el mundo de Murakami" y que representa su capacidad para construir atmósferas. Tantos años después de traducirlo todavía recuerdo aquella ciudad nevada y sus unicornios".