A David Lema (Cee, 1990) la Costa da Morte le tira como un imán. Allí nació y vivió hasta que el periodismo le llevó a Madrid, donde el acento le subió un par de tonos y la escritura dejó de ser un hobby para pasar a ser una profesión. Sus columnas en el diario El Mundo, como sus entrevistas a otros columnistas, son su marca de identidad y hace unos meses decidió combinar las páginas de los periódicos con las de los libros.
Los muertos también gritan (Espasa) es su debut literario, aunque ya hizo de editor y prologuista de El penúltimo negroni (Debate), donde recogía lo mejor de David Gistau. En su primera novela, sus raíces, su infancia, su adolescencia y una imaginación desbordante se fusionan y crean un thriller que viene apadrinado por grandes escritores. Drogas, un suicidio, una sargento... todo entra dentro del caso sin resolver de Santiago Insúa, que ocurre en esta zona de Galicia donde el don de la escritura parece llevarse en la sangre.
En El Independiente le entrevistamos dentro de la serie Noveles, donde queremos saber cómo se construye esa primera novela y cómo se consigue publicarla.
Pregunta.- Muchos se pasan años mandando manuscritos y nadie les contesta. ¿Cómo se consigue que te hagan caso cuando es tu primera novela?
Respuesta.- Creo que esto nunca se lo he contado ni a Rosa, que es quien más me ha aguantado durante dos años, la editora. Me envió un mensaje en febrero de 2021 presentándose y preguntándome si quería escribir una novela. Pensé, a ver quién es el bromista, porque en Galicia somos todos muy hijos de puta, que increíblemente es un apelativo que en mi zona usamos con matiz cariñoso. No me lo creía, así que le pedí a la supuesta Rosa que me escribiese por mail, a saber qué excusa le esgrimí; lo que yo quería saber es la dirección desde la que me mandaría ese mail. Mientras tanto, me puse a buscar por ella en Google y dije: "Joder, sí que se han currado bien la broma los capullos", porque la supuesta Rosa hasta tenía un perfil de Linkedin.
Cuando me llegó el mail y vi el dominio de Espasa ya no tenía más excusas para negarme a escribir la novela que quería escribir. Me dijo que le gustaban las columnas que escribía en la sección de Madrid del periódico y que le había encantando un reportaje reciente sobre David Gistau. Así que sí, ser periodista ha sido una suerte, desde siempre y para siempre. ¡Ya decía Umbral que hagas lo que hagas siempre hay que tener un periódico detrás!
P.- Algunos hacen esquemas, otros crean primero los personajes, otros lo hacen del tirón... ¿Cómo lo has hecho tu?
R.- Mira, recuerdo la anécdota anterior y me parece graciosísima, pero también da muestras de una inseguridad terrorífica para quien quiere escribir. O sana, vete tú a saber, porque al final, cuando dudo, es decir, a todas horas, pregunto. Soy muy obsesivo, no sé hacer las cosas si no las compruebo mil veces. Esta misma semana escribí una columna sobre el accidente de Angrois, un tema delicadísimo, y se la envié a personas que son mucho más listas que yo para que la leyeran, algo que hago siempre porque (casi) todos son más inteligentes que yo, por otra parte.
Con la novela ha pasado igual: durante los dos años de escritura, hubo capítulos que envié una y otra vez a un círculo determinado de personas. Yo no quería hacer esquemas ni una creación previa de personajes porque Javier Marías me había contado que desde el principio había escrito sobre la marcha. ¡Hay que ser estúpido para tratar de imitar a Marías! Así que me convencieron en cinco minutos de lo contrario y todas las notas iniciales, aunque no marcaron el devenir de la novela, han sido un oasis al que acudir para avanzar.
P.- Los muertos también gritan es un thriller, últimamente hay muchas óperas primas que se enmarcan en este género y también es el género que mejor funciona en ventas.
R.- Me encanta como lector, lo que me hizo pensar que así podría escribir la novela que me habría gustado leer. ¡Si lo he conseguido es otra historia! Yo creo que sí. Además, tras 30 años escuchando, viendo y protagonizando delitos para no dormir en la Costa da Morte, me parecía que jugar en casa y utilizar como referencia ese imaginario podría hacer que la ficción fuera más creíble, que tuviera más anclajes en la realidad, darle verosimilitud, importantísimo para mí. Y este tipo de géneros, como la novela negra, para mí son superiores al resto porque aunque te constriñen un poco, en el sentido de que, por ejemplo, tiene que haber una operación policial con un inicio, nudo y desenlace en el que todo se resuelva, a lo largo de la narración te permite recorrer caminos mucho más humanos: ver la evolución de los personajes, conflictos morales, sus heridas, sus tristezas –la tristeza, para mí, es un motor– y, sobre todo, las pequeñas banalidades que los acompañan. Porque disfrutar de las banalidades, al final, es lo que más emociona en la vida.
P.- Entonces, ¿hay un parte biográfica, aunque sea de contexto, en la novela?
"Hay una cuestión que lo explica muy bien: el papel protagonista que tienen las mujeres. Galicia es una sociedad muy matriarcal y yo desde enano me crie entre mujeres"
R.- Esta es una pregunta trampa, porque desde el principio tenía claro que no escribiría una novela de exorcismos ni intimidad. Ni lo pedía el género ni yo. Sin embargo, cuando acabé de escribirla, me di cuenta de que había sido inevitable salpicarla. No me refiero a los personajes, sino a la novela en sí. Hay una cuestión que lo explica muy bien: el papel protagonista que tienen las mujeres. Galicia es una sociedad muy matriarcal –otro día podríamos discutir si esto hace años se podría decir que era positivo, porque también era muy machista– y yo desde enano me crié entre mujeres. Me gusta pensar que mucho de lo que me transmitieron está ahí.
P.- ¿Hay un lobby gallego en la literatura?
R.- (Ríe) Si hay una especie de Canteros como en los Simpson no me han llamado. Si lo hacen, entraré encantadísimo, pero ¡espero que la cuota sea gratuita! No sé si hay un lobby, lo que existe es una serie de generaciones que tanto en gallego como en castellano hace siglos que están entre los mejores escritores españoles, en la literatura y en los periódicos. Es un orgullo. Me da igual que parezca chovinista.
P.- ¿Cómo afecta la publicación de entrevistas o reseñas a la venta de libros? ¿Los periodistas culturales nos creemos más importantes de lo que somos?
R.- Bueno, tenemos que pensar que somos importantes, si ni nosotros hablamos de nosotros mismos estamos muertos. No me acuerdo quién decía algo así como que nuestro trabajo consiste en explicarle a fulanito la importancia de fulanita cuando ni si quiera se conocen. Hay que mantener esa magia.
P.- En España leen más las mujeres que los hombres y más los jóvenes que los de mediana edad, ¿sabes qué tipo de público te lee a ti?
R.- No lo sé, la verdad. Pero, una vez escrito el libro, ha sido bonitísimo recibir mensajes y mensajes de gente que no conoces y que han leído la novela como tú no la habías leído nunca, descubriéndote ellos a ti sentimientos que quizá no habías encontrado. Y en un repaso mental rápido han sido, sobre todo, mujeres de todas las edades y hombres jóvenes.
P.- ¿Qué lees y qué leías mientras escribías este libro?
R.- Ayer acabé de leer Stoner, de John Williams, que me ha producido una maravillosa ansiedad. ¿Cómo puede ser tan perfecta la historia de un hombre pobre de campo de EEUU que se convierte en un pobre hombre de la Universidad de EEUU? Por entonces recuerdo que revisité muchas lecturas. De géneros relacionados, como Camilleri, Domingo Villar, Louise Penny…; pero también muchos clásicos que son los que siempre me han ayudado a no perder de vista la estructura, la gramática y el secreto que encierra la técnica.
P.- Se oye algo de una nueva novela.
R.- ¡Cuando estaba escribiendo esta, no hacía más que pensar en nuevas ideas! Ahora hay que dejarlas reposar, darles forma y alma, que es lo importante. Tengo algo costumbrista en la cabeza que requiere paciencia, memoria y bastante determinación.
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