Está en modo pasota. Habla con las palabras justas, como quien se arrastra al caminar o quien cuenta hasta el último céntimo que le resta en el bolsillo. No tiene nada que añadir a sus críticas, feroces, contra el poder. “Casi todo está corrompido, desde los medios de comunicación hasta la educación, que no promueve el conocimiento libre”, dispara a modo de justificación. Ai Weiwei, el artista y activista de derechos humanos que ha hecho de la irreverencia y la resistencia frente a los regímenes totalitarios su modo de vivir, observa la sociedad con un denso escepticismo.

“Es que nunca he sido optimista. Estamos en la vida por casualidad. Es mejor ser curioso, cuestionarse las cosas o disfrutar que sostener sensaciones sentimentales”, alega. El Museo Kunshtal de Róterdam (Países Bajos) le dedica desde esta semana y hasta finales de febrero una exposición que condensa cuatro décadas de trabajo. Un periplo a través de 120 obras que constituye la mayor retrospectiva hasta la fecha de un artista único, que inició su singladura desafiando al régimen comunista chino y hoy agita la conciencia del mundo, allá donde haya una causa por la que merezca alzar la voz.

Dropping a Han Dynasty Urn (1995)
Dropping a Han Dynasty Urn (1995)

Hijo de los campos de reeducación

“Mi arte está basado en mi memoria como ser humano. Tenemos que entender el pasado y la vida dolorosa de otros”, desliza Weiwei, quien -a pesar de sus recelos hacia la prensa- se mantiene atento a lo que sucede. La exposición abre sus puertas en una ciudad conmocionada por un tiroteo que la víspera paralizó el centro y se cobró tres vidas. “Es un tiroteo que pasa en paralelo a una guerra como la de Ucrania, donde diariamente mueren soldados pero también civiles. Y todos estamos apoyando y proporcionando dinero a alguna de las dos partes en liza. Que nadie diga que no tenemos responsabilidad en lo que pasa y que nadie se sorprenda ahora cuando la violencia llega hasta aquí. Todas las vidas son humanas y nadie quiere que le destruyan su hogar”.

Que nadie se sorprenda ahora cuando la violencia llega hasta nosotros. Todas las vidas son humanas

Weiwei reivindica la humanidad extraviada -la retrospectiva, titulada In Search of Humanity, tiene su búsqueda como hilo- a partir de su propia biografía, la del hijo de Ai Qing, un artista proscrito por la China comunista que penó por campos de reeducación abierto la Revolución Cultural de Mao Zedong en el norte del país.

“Soy vástago de un poeta que estudió en París y fue arrestado al regresar a China. Se unió a la causa comunista pero muy pronto fue censurado y perseguido. Nací en 1957, poco después de que mi padre iniciase su destierro. Fueron 20 años de vida muy difícil. Mi obra está relacionada con mi experiencia. No sé lo que es la belleza. Mi producción aborda la humanidad a través de un lenguaje artístico y una narrativa”.

Durante sus dos primeras décadas de vida, Weiwei vive en un campo de trabajo junto a su progenitor, obligado a limpiar diariamente los retretes comunitarios. Una infancia terrible que Weiwei desempolva cuando en 2015 la guerra civil en Siria llama a las puertas de Europa y la crisis de refugiados cruza el viejo continente, desnudando a todos. “En 2015 recuperé mi pasaporte y pude ir a Lesbos, Turquía, el Líbano, Jordania o Israel. Estuve en 40 campos y me encontré con cientos de refugiados. Pude ver cómo son y por qué quieren llegar a Europa. Tenía que estar allí y escuchar sus historias. Me siguen preguntando por qué me interesa tanto. Yo nací en una situación similar y mi familia fue considerada enemiga del sistema. Me interesa la gente que se vio forzada a abandonar su lugar de origen. Encuentro emociones comunes con esa gente”.

Ai Weiwei, Feet (Buddha) (2003)

AI WEIWEI

Pies de Buda

Weiwei colecciona metódicamente y pasa mucho tiempo en los mercados de antigüedades de Pekín.

Fue allí, entre todos los escombros, fragmentos y cualquier otra cosa (el conjunto se parece más a un mercadillo que a una tienda de antigüedades de lujo), donde encontró pedestales con pies. Se trata de pequeños pies de piedra caliza bien formados de estatuas de Buda de la dinastía Qi del Norte, del siglo VI, que habían permanecido bajo tierra durante bastante tiempo. Muchos salieron a la luz de forma accidental, como hallazgos arqueológicos fortuitos de un gran proyecto de construcción, como una presa o una línea de ferrocarril. Los pedestales con pies fascinaron al artista. Pero, ¿qué hacer con una serie de fragmentos como éstos, con piezas tan parecidas y a la vez tan diferentes?
Incapaz de devolver los pies a su Buda perdido, Weiwei les concedió un lugar propio, en forma de pedestal de madera. Este pedestal subrayaba la unidad pétrea de la base y el pie. Más que eso, fundía pedestal y pie en un todo escultórico, una forma autónoma. Ambos dejaron de ser vestigios que remitían al Buda ausente. Buda había sido olvidado, y lo que quedaba de él se bastaba a sí mismo como obra de arte.

Marble sofa (2011)

AI WEIWEI

Sofá de mármol

El mármol que Weiwei utiliza procede de las montañas Taihang, cerca del distrito Fangshan de Pekín.

Allí esta piedra blanca y pura se ha extraído durante más de mil años para construir palacios, templos y monumentos. En China, como en Europa, el mármol se considera un símbolo de poder, grandeza, permanencia y eternidad, razón suficiente para que se siga utilizando incluso bajo el liderazgo comunista, como demuestra el mausoleo de Mao Zedong. Al utilizar mármol, Weiwei juega con estas atribuciones, así como con nuestra percepción.
A primera vista, el Sofá de mármol parece un sillón de cuero arrugado y ligeramente desgastado; sin embargo, una inspección más detenida revela que se trata de una escultura de piedra fría, dura y, por tanto, bastante incómoda. Esta obra hace referencia a un modelo específico de sillón que se podía ver en millones de salones en la década de 1970, y que se convirtió en un signo de comodidad doméstica y estatus social para la clase media china. Al mismo tiempo, también recuerda al sillón de mármol en el que el presidente Mao, también esculpido en piedra, está entronizado en la antesala de su mausoleo.

Crystal Ball (2017)
Crystal Ball (2017)

Entre los refugiados sirios: "Emociones comunes"

Entre su infancia y la crisis migratoria se desarrollan cuatro décadas de arte que ejercita la provocación como medio para obligar a quien observa a dejar atrás las zonas de confort. “Para muchos la vida es muy cómoda. Para mí las dificultades que he afrontado me han dejado una manera propia de entender la vida”, arguye. Durante su formación artística en Nueva York, en la década de 1980, Weiwei descubre el arte occidental pero también la contestación callejera. Las fotografías que toma entonces inauguran la exposición.

Las dificultades que he afrontado me han dejado una manera propia de entender la vida

De regreso a China en 1993 para cuidar a su padre, Weiwei lanza el primer desafío al poder: con la masacre aún fresca de la plaza de Tiananmen, se fotografía con su dedo corazón extendido en el escenario del baño de sangre. Una peineta que repite frente a otros centros de poder y dominación del planeta, convirtiéndola en una seña de identidad. El artista jamás levanta el dedo contra un ser humano porque considera que cualquier individuo es capaz de cambiar, no así las instituciones y sistemas a los que declara enemigos. En 2000 lleva su dedo hasta un rótulo luminoso -“Fuck”- que expone en la pared de su estudio en las afueras del noreste de Pekín.

"Todo es arte. Todo es política"

“Todo es arte, todo es política”, proclama quien une ambas para denunciar la veloz destrucción del patrimonio chino que emprende el régimen mientras las grúas y el capitalismo van conquistando su país. En 1995 firma una serie de autorretratos en las que deja caer deliberadamente una urna de la dinastía Han hasta hacerse pedazos en el suelo. En una instalación posterior, reduce a polvo varias cerámicas del neolítico y las conserva en recipientes de vidrio. En otra de sus obras, agrega el logotipo de Coca-Cola a las urnas de la dinastía Han en un grito contra la sociedad de consumo capaz de devorarlo todo.

Illumination (2019)

HyperFocal: 0AI WEIWEI

Illumination

En agosto de 2009, Ai Weiwei fue detenido por la policía por primera vez.

Había viajado a Chengdu para testificar en una vista judicial en favor del activista y escritor Tan Zuoren. Este último había estado investigando los defectos de construcción de las escuelas que se habían derrumbado durante el gran terremoto de Sichuan en 2008, tras lo cual fue acusado de «incitar a la subversión del poder del Estado». Tan fue condenado finalmente a cinco años de cárcel. Sus compañeros activistas fueron igualmente detenidos y, por tanto, se les impidió asistir al juicio como testigos, y Ai y su equipo fueron seguidos y filmados desde el momento en que llegaron a Chengdu. Entoncesla policía aporreó la puerta de la habitación de hotel de Ai. Registraron la habitación y le golpearon, causándole una grave herida en la cabeza. Weiwei fue detenido. Mientras bajaba en el ascensor, consiguió hacer una foto la escena con su teléfono móvil y la publicó inmediatamente sin que nadie se diera cuenta. El selfie, que se hizo viral en las redes sociales, muestra a los dos policías detrás de él, así como a un amigo, el músico y artista Zuoxiao Zuzhou, que le había acompañado a Chengdu. La mirada de Ai se dirige a su mano derecha levantada, el flash se refleja en las paredes espejadas e ilumina la escena. La foto, que más tarde Ai realizó también como obra de LEGO, pone de relieve la creciente importancia que los teléfonos inteligentes y las redes sociales desempeñan en el activismo, y marca lo que para Weiwei fue literalmente un momento iluminador en el que el artista se convirtió en un disidente perseguido.

Detalle of S.A.C.R.E.D. (Supper), 2013

AI WEIWEI

La cena en el cautiverio

El 3 de abril de 2011, Ai Weiwei fue detenido en el aeropuerto internacional de Pekín por la policía secreta china y puesto bajo custodia.

Durante ochenta y un días no supo dónde estaba, por qué lo retenían, cuánto duraría su detención ni si volvería a ver a su familia. Varias veces al día lo esposaban a una silla y lo interrogaban. Dos guardias uniformados permanecían junto a él continuamente a una distancia de ochenta centímetros y lo vigilaban las veinticuatro horas del día, sin hablar y sin ningún movimiento facial. En la celda, escasamente amueblada, elementos como la mesa, la silla, el lavabo y el inodoro estaban envueltos en espuma de polietileno, incluso las paredes estaban cubiertas con ella. La luz de la habitación no se apagaba nunca. Tras serle denegada repetidamente la petición de ponerse en contacto con su abogado, Weiwei respondió finalmente a la pregunta habitual de si necesitaba algo pidiendo una percha para colgar la ropa mojada y lavada a mano. La percha de plástico que se le concedió fue un pequeño logro, una especie de victoria parcial. Tras su detención, Ai transformó perchas y también esposas en obras de arte utilizando diversos materiales.
Durante esos ochenta y un días, Ai memorizó las características de la celda hasta el más mínimo detalle y más tarde reconstruyó la habitación a escala como una instalación. Las cámaras del interior de la celda transmiten los acontecimientos a pantallas montadas en el exterior. La obra S.A.C.R.E.D. también aborda la situación de su detención. Cada uno de los seis dioramas presenta una escena de su vida cotidiana que se repite una y otra vez. Las letras del título se asignan a las escenas respectivas y forman un acrónimo cuando se encadenan: S significa «cena» y muestra a Weiwei comiendo sentado a la mesa. A de «acusadores» se refiere a los repetidos interrogatorios. C de «limpieza» lo presenta duchándose, mientras que R representa el «ritual» de subir y bajar de la celda. E de «entropía» hace referencia a un estado de sueño, y D de «duda» representa al artista sentado en siempre bajo la atenta mirada de sus dos guardias. En el sentido tanto de «santificado» como de «maldito», S.A.C.R.E.D. es una referencia al homo sacer, una persona que, en el derecho penal romano, se consideraba fuera de la ley y, por tanto, podía ser detenida arbitrariamente o asesinada con impunidad.

Neolithic Vase with Coca-Cola Logo (1994)
Neolithic Vase with Coca-Cola Logo (1994)

“Aspiro a que la gente llegue a su propio entendimiento. Que, al menos, no esté en el lado criminal”, dice. Una lección de humanismo en la que se va acentuando su defensa de la libertad de expresión. “Es que es un concepto esencial en la vida. No puede haber creatividad artística sin libertad de expresión”, comenta.

Él mismo explora los límites en los confines de su país natal, donde va adoptando múltiples facetas, incluida la propia de un periodista que tras el terremoto de Sichuan en 2008 busca sin desfallecer los nombres de los más de 5.000 niños que perecieron por la deficiente construcción de las escuelas en las que se hallan.

Weiwei, que publica el listado de nombres como una obra de arte frente al silencio oficial, comienza a vérselas con los torquemadas del régimen. En 2009 es arrestado por primera vez. Su estudio es demolido. La policía secreta le detiene y le mantiene en paradero desconocido durante 81 días. La presión internacional obra su liberación pero se le prohíbe abandonar el país y el Gran Hermano chino le somete a una estricta vigilancia.

El artista, cuyo blog ya había sido censurado en 2009 junto a cualquier referencia a su nombre en el internet local, ventila los detalles de su cautiverio a través de su arte. Reproduce con bloques de Lego el selfie que firma en el ascensor junto a agentes de policía o reconstruye a escala real la celda en la que estuvo confinado. Años después lleva hasta la Bienal de Venecia seis escenas carcelarias cotidianas dispuestas en contenedores de acero.

Se necesita una vida entera para llegar a conocerse. Buscar la humanidad es básicamente buscarse a sí mismo

Un viaje por sus infiernos, desde su infancia en una campo de reeducación hasta su calvario carcelario, que Weiwei concibe como un periplo inacabado. “El viaje dura toda la vida. Y se necesita una vida entera para llegar a conocerse. Buscar la humanidad es básicamente buscarse a sí mismo. El encuentro sólo se produce cuando uno convierte la búsqueda en un lenguaje”, esgrime quien ha tenido la dicha de hallarlo.

La mayoría de los coleccionistas no entienden de arte. Y eso es bueno para los artistas

El suyo denuncia la vigilancia extrema que los regímenes aplican con sus propios ciudadanos en Oriente y Occidente o el sadismo -como el asesinato y descuartizamiento de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul- que el poder firma para acallar la disidencia.

A Weiwei le interesa poco todo lo demás. “No hablo de los coleccionistas privados que compran mi arte. A la mayoría ni les conozco. La mayoría de ellos no sabe de arte y eso es bueno para mi y para otros artistas”, esboza con retranca. Afincado en el Alentejo portugués tras su salida de China y su primera residencia en Berlín, el artista más político tampoco habla de sus próximas obras. “Estoy aquí en Róterdam. Lo más importante es hoy. No estoy en el mañana. Estoy feliz de estar aquí hoy”.