En un pequeño estudio del barrio de Hortaleza se pasa cada día cinco o seis horas Ángel de la Peña (Madrid, 1955). Lo hace entre lienzos gigantes, dibujos, pinturas y alguna roca volcánica. Lleva pintando desde que tiene memoria, aún escucha a su padre decirle que aquello era lo suyo, y no recuerda haber soltado nunca el lápiz.
Ahora tiene casi 70 años y vive en la tranquilidad de no tener que dedicar su tiempo a nada más que a imaginar y plasmar. Pero cuando aún no había cumplido cuarenta y la pintura no había conseguido serlo todo se montó con un amigo en una furgoneta para buscar un mercado más generoso que el español.
La llenaron de lienzos y esculturas y se fueron a Holanda para participar en la feria Kunstrai. Allí, sabiendo que se pagaba por metro, se hicieron con un pequeño hueco donde expusieron todo lo que habían traído. Pasaron cuatro noches durmiendo dentro del coche y los días en un stand en el que Ángel se vio sorprendido cuando una chica se mostró muy interesada en uno de sus cuadros.
La reina Beatriz de Holanda y otro príncipe europeo cuentan con un cuadro de Ángel de la Peña en su colección de arte
Se trataba de una de las damas de compañía de la reina Beatriz y había llegado hasta allí con la misión de comprarle un cuadro al español. Fue su primera venta a una casa real pero no la única, ya que uno de los grandes príncipes europeos guarda en secreto otro en su palacio. Aquel viaje fue importante para De la Peña, que quizás entendió que había que salir fuera para poder vivir dentro.
Han pasado más de treinta años y ahora puede presumir de haber expuesto en Estados Unidos, donde la galería Paloma Larroy, en Los Ángeles, se encarga de comercializar su obra. También en China, donde en 2007 se convirtió en el primer español en protagonizar una exposición individual en el Museo de la escultura de Shanghái. Fue allí donde ese mismo año se pudieron ver sus obras homenajeando a las famosas señoritas de Avignon y donde encontramos otra vez su éxito fuera con ideas de dentro. Porque a Ángel no se le ve en ARCO y aunque ha expuesto en alguna galería madrileña, no tiene marchante español ni lo espera.
Un pintor de cuclillas
Nos encontramos con él en ese estudio de Hortaleza la misma semana en la que sus cuadros cuelgan de una galería italiana. Al entrar nos tropezamos con decenas de obras terminadas y con una zona más aliviada donde pinta de cuclillas. Lo suyo es una vocación pura, de esas que te invaden la cabeza y no te dejen tomar otra dirección, aunque él confiesa que poco habría podido hacer sin la ayuda de su familia, que le proporcionó los recursos, y de su mujer, que ha sido generosa en tiempo y paciente en formas.
Aunque es madrileño podemos decir que casi nació en Canarias. Cuando tenía apenas unos meses sus padres le llevaron allí en volandas. Se mudaron a una casa de campo rodeados de animales, de mar y de tiempo. Además, su padre, un arquitecto que se desarrolló en el boom turístico de Maspalomas, aportó el entorno propicio para fomentar su creatividad. "Dicen que eres lo que aprendes y lo que ves hasta los diez años y yo tuve la suerte de vivir en un ambiente artístico. Mi padre proyectaba hoteles y hablaba con muchos artistas de la zona para luego poder decorarlos, así que teníamos contacto con Martín Chirino, Manolo Millares, al que enterró mi padre, o César Manrique", explica.
Él define aquella infancia como un paraíso y son sus cuadros los que lo corroboran y recuerdan los peces, el mar y la naturaleza de forma constante y a través de símbolos que repite obsesivamente. Quizás porque tuvo que abandonar el edén cuando tenía 14 años y aquello supuso su gran primer trauma. El primer quiebro vital.
"Me ponía a pintar en la bañera y me lo acabó prohibiendo así que tuve que buscarme un estudio fuera de casa"
ÁNGEL DE LA PEÑA
"Dejar Canarias fue un shock para mí. De vivir allí a hacerlo en Madrid... Hay mucha diferencia. De repente me vi en el barrio de Salamanca, sin animales, sin el mar; lo pasé tan mal que en el colegio llamaron a mis padres y repetí un par de cursos. Vamos, empecé la carrera de Arquitectura con 21 años por eso", confiesa y se pone a recordar. De aquella época de cielos más grises que azules le viene a la cabeza su madre entrando en el baño y suplicándole que parase. "Me ponía a pintar en la bañera y me lo acabó prohibiendo, así que tuve que buscarme un estudio fuera de casa", comenta.
Lo encontró más o menos bueno y parece que barato cerca del Tanatorio de la M-30, entre un prostíbulo y una comisaría. "Ahí en medio estaba yo y salía con los cuadros, me habían comprado uno en una exposición que habíamos hecho en la ETSAM, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, y eso fue lo peor que me pudo pasar porque ya no fui capaz de dejarlo", recuerda. También que terminó la carrera y trabajó como arquitecto pero que su cabeza siempre estaba en la pintura. "Todo me lleva aquí", nos dice.
Un meticuloso proceso previo
Y quizás por eso la asume de principio a fin. Porque Ángel de la Peña trabaja desde cero, él se encarga de dar las indicaciones para hacer los bastidores, de tratar el soporte que utiliza para sus cuadros, de mezclar las pinturas y de apuntar cada paso que da. No es un trabajo fácil ni rápido pero su cabeza no le permite hacerlo de otra manera, no le deja no participar en todas las fases de la obra.
Fotografías del proceso de trabajo del pintor Ángel de la Peña en su estudio.
Para los bastidores, para conseguir que sean cómo él quiere, ha dedicado mucho tiempo a investigar la manera de ensamblar. Por ejemplo, si los va a usar para lino "tienen una rebaba para que cuando estoy preparando la tela no se pegue al bastidor". Y el papel es otro de sus fuertes. Si se trata de uno de 250 gramos lo prepara con Gesso, "que se hace con acetato de polivinilo añadiendo blanco de España y yeso mate". Le da dos capas y luego otras dos de "Gesso Pebeo que le da luminosidad". Con las telas, suele utilizar lino, hace algo parecido aunque en vez de Pebeo pone Vallejo. "Soy un clásico, la verdad", confiesa.
Hasta ahí, porque luego se aleja de lo convencional y comienza a sentir y crear. Para pintar solo usa colores puros y los mezcla en su estudio, donde el suelo los ha asumido todos en un negro brillante. Dibuja siempre antes de pintar y lo hace en un cuaderno donde se puede ver cómo empieza la idea y cómo acaba, también todas las variantes que puede tener. Ahí aparecen sus símbolos, sus imágenes, sus fondos y sus pilares. "Soy hijo de la cultura grecolatina; el mediterráneo ejerce en mí una atracción vital. Micenas, Cnosos, Egipto, la Grecia antigua y la clásica, el Renacimiento en Italia... Son los pilares donde se apoya mi formación. No intento comprender de dónde y cómo surgen mis imágenes, sólo me dejo llevar por la intuición y mi sensibilidad, confío en ellas como un ciego confía en su bastón. Son mi punto de apoyo en esta difícil andadura de la creatividad", explica.
Una andadura complicada que ha llevado sus cuadros de la Galería Alfaman, en Madrid, a la Prinsenhoek, en Holanda, a la Art In Capitals de Shanghai. Sus obras se encuentran en colecciones como la del Banco Santander, en la del Palacio de Exposiciones y Congresos, la Biblioteca Nacional, el Museo Castillo Schloss Merode, de Alemania, en la Embajada de Mónaco en España o en la permanente del Palacio Ducal de Medinaceli en Soria. También entre las pertenencias, como hemos contado antes, de una reina y un príncipe. Además, en 1987 fue finalista de uno de los premios más prestigiosos del panorama artístico, Blanco y Negro, y tiene dos medallas de honor del Premio BMW.
Ángel de la Peña consigue el equilibrio perfecto entre la exquisita sensibilidad, el concepto y la emoción, la técnica y la sensualidad pictórica"
"No sé cuántos cuadros he vendido en mi vida pero creo que los he vendido bien, a sitios buenos y a gente que sabía lo que compraba", explica sobre su obra que ronda, según el tamaño y el formato, entre los 1.500 y los 20.000 euros. Fue el presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte, Mario Antolín Paz, el que definió en 1990 su trabajo como "el equilibrio perfecto entre la exquisita sensibilidad, el concepto y la emoción, la técnica y la sensualidad pictórica". Una opinión acorde con la de Amalia García Rubí, también especialista en arte, que consideró que había "consolidado un vocabulario con enorme lucidez y se había asentado en la depuración y en la concreción expresiva" añadiendo que lo había conseguido, paradójicamente, "a través de la utilización de elementos discordantes que mantienen en todo momento su plena autonomía".
"Lo que veo en ARCO no es arte"
Pese al juicio favorable de estos y otros críticos españoles, ha sido en España donde el trabajo de De la Peña ha recibido un trato más frío. Dice que las galerías van casi a tiro hecho y que aunque se ha presentado en varias con sus trabajos en algunas le han llegado a decir que hacía años que no cogen a ningún artista. Otras le han pedido seguir un patrón determinado, hacer siempre la misma obra porque es la que funciona, y él se ha negado porque considera que el arte es "una constante evolución" y no una producción en cadena.
"El arte en España no tiene nivel, yo voy a ARCO y lo que veo no es arte, es otra cosa. La gente dice que no tiene dinero para comprarse un cuadro, pero lo que tiene son otras prioridades, van con coches de 100.000 euros", asegura. También que el coleccionista español, además de ser casi inexistente, no es bueno. "En estos momentos que vivimos de confusión y que todo vale, el mercado es un caldo de cultivo donde prolifera la mediocridad y el oportunismo a todos los niveles, y el de la pintura no es ajeno a ello".
Porque dice no ver cimientos y alerta de la importancia de la "formación intelectual para poder desarrollarte y crecer como pintor". "Tenemos que saber de dónde venimos para saber hacia dónde queremos ir", explica. "Cualquier persona virtuosa puede pintar, pero eso no significa que sea un artista. El artista profundiza en la mente y el espíritu del hombre y trasciende al espectador para crear un mundo nuevo desconocido, desde una perspectiva concreta", sentencia. Y sigue pintando.
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