El avance de las tropas soviéticas por Alemania se convirtió en lo que en su momento llegó a calificarse como epidemia de suicidios de alemanes.  Es un capítulo ignorado de la Segunda Guerra Mundial en el que los civiles que no querían verse cara a cara con el Ejército Rojo o que habiéndose rendido ya ante su avance optaron por quitarse de en medio.

La primera incursión de los soviéticos contra los alemanes tuvo lugar en Nemmersdorf, una localidad situada en Prusia Oriental, en octubre de 1944. El Ejército alemán pudo retomar la localidad y documentar la brutalidad y saña que emplearon los soviéticos contra los habitantes. Este acontecimiento fue utilizado por la maquinaria de propaganda nazi de Goebbels para alentar coraje y resistencia frente al avance soviético. Pero el efecto no dio coraje a los alemanes, sino que les metió miedo en el cuerpo ante la llegada del Ejército Rojo. 

“Verdadero pavor, quizás fuera la única cosa en la que Goebbels no mintió al pueblo alemán”, explica el historiador y periodista Gregorio Casanova autor de Lo que no te contaron de la Segunda Guerra Mundial (Esfera de los Libros). “La propaganda nazi hablaba de hordas que arrasarían Alemania, y la realidad es que los soviéticos entraron a sangre y fuego en el Tercer Reich. Asesinaron, violaron y saquearon a su paso por cada ciudad de forma sistemática. Tenemos una infinidad de testimonios de comunistas locales, desde Yugoslavia a Alemania, que se quejan de las barbaridades que el Ejército Rojo está cometiendo sobre su pueblo. Quizás el más famoso sea el de Milovan Djilas, mano derecha de Tito, que recordaba cómo Stalin justificó las violaciones y saqueos de sus hombres: "¿No puede comprender que un soldado que ha pasado por la sangre, el fuego y la muerte, pase un buen rato con una mujer o se lleve alguna cosilla?", fueron las palabras de Stalin según Djilas”, añade Casanova.

cualquier enfoque que presente a los alemanes como víctimas ha sido tradicionalmente visto con reticencia y ha tenido mucho menos eco mediático

Este episodio y otros menos conocidos del conflicto aborda el historiador en su libro. ¿Por qué crees que este capítulo es tan poco conocido?, le preguntamos. 

“La historia de la Segunda Guerra Mundial se ha estructurado tradicionalmente en torno a una distinción clara entre víctimas y perpetradores, en la que, con toda justicia, los alemanes encarnan la segunda opción. Alemania es quien inicia la guerra y Alemania es la que pone en marcha políticas genocidas que llevaron al asesinato masivo de millones de personas. Por estos motivos, cualquier enfoque que presente a los alemanes como víctimas ha sido tradicionalmente visto con reticencia y ha tenido mucho menos eco mediático e incluso interés historiográfico hasta hace unas pocas décadas. Sucede con las mujeres víctimas de violencia sexual, sucede con las víctimas de los bombardeos angloamericanos que destrozaron las principales ciudades alemanas y se cobraron cientos de miles de muertos, y sucede con los suicidios. Por ejemplo, los homenajes a las víctimas civiles alemanas de los bombardeos en Dresde o Hamburgo, siempre han sido conmemoraciones complicadas ante la amenaza de que pudieran ser vistos como una forma de relativizar los crímenes nazis. Además, en los últimos años, desde el auge de la extrema derecha, vemos claros intentos de estos grupos por distorsionar, manipular e instrumentalizar estos homenajes con una visión revisionista de la historia”.

Cuerpos de alemanes asesinados en la masacre de Nemmersdorf.
Cuerpos de alemanes asesinados en la masacre de Nemmersdorf. | Bundesarchiv

La violencia de los soviéticos estaba alimentada con la venganza por la no menos sangrienta ocupación alemana de Rusia. “El Tercer Reich puso en marcha una violencia indiscriminada nunca vista en Europa, arrasando pueblos y ciudades enteras, matando a miles de ciudadanos, tiro a tiro, en un solo día. En concreto el Ejército Rojo fue una de las grandes víctimas de los alemanes en la retaguardia. Con los soviéticos no se respetó ningún tipo de ley de la guerra sobre el trato de prisioneros. En su marco ideológico y racial, se trataba de "subhumanos", cuya vida no merecía ninguna consideración. De los 5,5 millones de soldados del Ejército Rojo capturados por Alemania entre 1941 y 1945, alrededor de 3,3 millones murieron, lo que equivale a una tasa de mortalidad superior al 50%, la más alta con diferencia del conflicto. Es decir, más de la mitad de los soldados soviéticos capturados por los alemanes terminaron muriendo. Recordemos que son soldados soviéticos y polacos los primeros en sufrir el Zyklon B en Auschwitz. La propaganda soviética también deshumanizó y alentó esta sed de sangre, que no cabe duda que se materializó al pisar Alemania”, explica el autor.

Himmler, el líder de las SS, primero trata de huir y solo cuando es descubierto decide masticar la cápsula de cianuro

Los alemanes huyeron de los soviéticos con pavor. El monstruo alimentado por Goebbels y por los hechos se tradujo en una oleada de suicidios. “Lo más probable es que estemos hablando de decenas de miles, aunque no hay cifras oficiales. Las estimaciones generales de otros historiadores —como Richard Bessel o Ian Kershaw— sitúan el total en decenas de miles, posiblemente entre 40.000 y 100.000 en toda Alemania en 1945. Christian Goeschel en Suicide in Nazi Germany, apunta a que solo en Berlín en el mes de abril, se suicidaron más de 3.800 personas y más de 7.000 en todo el año. En esa primavera que se sustancia la derrota del Tercer Reich hay un pico de suicidios por toda Alemania y en algunas localidades llegan a varios centenares o miles, llegando a hablarse de ‘epidemia de suicidios’. La más llamativa es Demmin, una localidad que registró en torno a un millar de muertes entre el 30 de abril y el 2 de mayo. La ciudad tenía una población de unos 15.000 habitantes a los que había que sumar otros tantos miles de refugiados, que habían huido de los territorios del este del Reich y que duplicaron la población de este enclave”.

Según Gregorio Casanova los testimonios de los supervivientes, diarios o notas de suicidio señalan el miedo del Ejército Rojo y las posibles represalias tras la derrota como la principal causa de los suicidios. “Las madres ahogándose en un lago junto a sus hijos a los que habían llenado la mochila de piedras o padres ahorcando y disparando a toda su familia antes de suicidarse, son algunas de las escenas más impactantes del final de la guerra, que, por cierto, también encontramos en Japón”.  Según el historiador también hubo casos de plena identificación con el régimen, “aunque incluso en los más notables de ellos, si rascamos, encontramos el miedo a las represalias como en los suicidios de los altos jerarcas nazis. Himmler, el líder de las SS, primero trata de huir y solo cuando es descubierto decide masticar la cápsula de cianuro”. 

Soldados soviéticos observan los cadáveres de la familia Goebbels.
Soldados soviéticos observan los cadáveres de la familia Goebbels.

El suicidio que representa la plena identificación con el proyecto nazi fue el de la familia Goebbels. “En su caso estamos hablando de un fanatismo cuasi religioso de ambos por la figura del dictador. En el caso de ella, que quizás es menos conocido, Magda Goebbels era una nazi convencida que sentía verdadera devoción por Hitler, de quien además era amiga personal. Era una fanática que hasta en sus últimos escritos muestra que no entiende un mundo tras la caída del Tercer Reich y la muerte del Führer. Ella manda una carta a su único hijo adulto, que había tenido en su primer matrimonio y el único que no se encontraba en el búnker en la última semana de abril de 1945, y en esta misiva justifica el asesinato de sus seis hijos menores: 

Nuestra gloriosa idea está arruinada y con ella todo lo hermoso y maravilloso que he conocido en mi vida. El mundo que viene después del Führer y el nacionalsocialismo ya no vale la pena vivirlo y por lo tanto me llevo a los niños conmigo, porque son demasiado buenos para la vida que seguiría, y un Dios misericordioso me entenderá cuando les dé la salvación... 

Como advirtió en la carta, la pareja asesinó a sus hijos, con edades entre los cinco y los 13 años, antes de suicidarse juntos en el jardín de la cancillería, donde habían sido calcinados los cadáveres de Hitler y Eva Braun unas horas antes”.