Leo en alguna columna musical esta expresión: “preferimos otras propuestas para representar al pop español”, refiriéndose a la actuación de la barcelonesa Rosalía en el show más carismático y longevo de la televisión internacional: nada menos que en el “Saturday Night Live” neoyorkino.

Ahora me entero de que ese programa es una suerte de Eurovisión en el que se representan países. Ella en sí es un país. Con sus leyes, sus mayorías y sus decisiones, tan enormes como el controvertido abrigo-edredón nórdico con el que obsequió al público norteamericano, y por ende, mundial.

El fenómeno escandaliza a los puristas que se tienen por amantes de la “buena música”

En cuanto al espacio televisivo, es su sitio. Sketches sobre la actualidad, ironía pura y actuaciones musicales con un eterno punto de originalidad, son la receta perfecta para los sábados por la noche. Yo, que tuve oportunidad una vez de presenciar en vivo este show, mal traído a la televisión patria en un intento olvidado de 2009, he sido espectador casual del incidente. He de decir que ha servido para comprender mejor la obra artística de esta muchacha (ya muy mujer) que ha decidido romper en todo lo que hace, porque puede. Digo obra artística porque detenerse en la música sería perdernos más de la mitad de lo que ofrece. Y digo comprender porque el fenómeno escandaliza a los puristas que se tienen por amantes de la “buena música”, cuando el gran Serrat siempre cantó aquello de “sobre gustos no hay disputas”.

Ser capaz de vibrar con el arte es algo subjetivo. Y los grandes éxitos se construyen a base de personas capaces de unir muchas subjetividades. Yo también pienso que lo del pollo teriyaki no hay por dónde cogerlo, pero si lo cantara cualquiera. Ella ha demostrado que un plato chino puede ser una inspiración que llene de ritmo una realidad harta de bombas y heridos.

Me alineo con el resto de personas que hemos tenido la oportunidad de producir discos, en sorprendernos ante la falta de pistas (instrumentación) en la mayoría de sus temas recientes, pero justo eso es parte de la grandeza, cuando hay artista de verdad. No se necesita más que una base machacona para llenarla de espectáculo multicolor. Porque de eso, la propuesta de Rosalía, está llena. Hemos podido ver una escenografía absolutamente estudiada hasta la excelencia, unos bailarines andróginos moviéndose con precisión cibernética, y colores que hacen grande la escena, cuando en realidad se trata de uno de los escenarios musicales más pequeños de los que he tenido la suerte de visitar.

Lo de las pintas de la catalana es para que Lady Gaga se muera de envidia. No le llega. Rosalía no necesita vestirse con filetes para llamar la atención. Una chaqueta sin una manga puesta, si la llevas con arte, puede crear tendencia. Pero hay que saberla llevar.

También he leído a quien se queja de que haya “renunciado” a sus raíces por cuestiones comerciales con tanto reguetón. Como si un artista tuviera que permanecer atado a lo que le dió de comer en un principio para no traicionar a sus orígenes. Que no. Lo que hace grande a alguien que quiere transmitir al público sus emociones y sentimientos, es tener la capacidad de escuchar y empaparse de lo que el mundo cuenta desde las listas de éxitos. Y, sobre todo, la valentía de atreverse a adoptarlo como propio, si es realmente lo que le gusta. Ella mentiría si no lo incorporase a su arsenal de recursos. Déjala que cante con J Balvin o con The Weeknd si le da la gana, se lo cree, y puede. No le hizo falta que le acompañase este último en su segunda actuación, aunque en el disco cantan juntos. Ahí va el “momento edredón”.

A los más críticos no les sorprende en absoluto que la hija de Lenny Kravitz presente ese programa, por estar de promoción con la última película de Batman. Y parece que hasta cuesta encontrar personas orgullosas de que Rosalía Vila Tobella, nacida en Sant Cugat del Vallès, está conquistando el mundo. Por mi parte solo puedo decir, que, sinceramente, nunca fui fan de esta mujer. Sí aprecié su talento y su arte, que es de lo que va esto. Sin embargo me conquistó su arte y esa parada total en el segundo 69 de su primera actuación para decir su mejor estrofa.

Un momentito, un momentito…

¡Y qué nos gusta Nueva York!

Se nota que ella sí siente orgullo real de estar conquistando el centro de la civilización occidental actual, de momento. Menos rollos, que cualquiera de nosotros lo estaría pensando. Ese contraste entre las pequeñas miserias diarias y la grandeza de viajar en un jet privado, las explota como nadie.

Que sí, que hay artista. Podemos juzgar si nos gusta o no, pero es innegable que estamos ante un revulsivo potente a nivel mundial que nos saca de lo que esperamos. Ojalá en todos los ámbitos de la cultura hubiera más personas capaces de romper sin sordidez el “más de lo mismo”. Y ahora, volvamos a los misiles. La vida tiene otras sorpresas mucho peores últimamente.