Unas 150.000 personas se han recuperado del COVID-19 en nuestro país, según los datos oficiales de Sanidad. La mayoría de ellas ha requerido hospitalización y, en un porcentaje menor, han tenido que ingresar en cuidados intensivos. Teniendo en cuenta que los casos que España ha podido contabilizar (alrededor del 10%, según han revelado los datos del estudio de seroprevalencia) son los que han pasado la enfermedad con un proceso agudo, son muchos de ellos los que conviven con secuelas durante más o menos tiempo o experimentan alguna complicación incluso tras el alta.

Una de las más comunes es la persistencia del cansancio o astenia una vez superada la enfermedad. "Es habitual que una enfermedad que produce disnea (dificultad para respirar) provoque fatiga o cansancio y éste persista un tiempo. Además, el cansancio es también consecuencia de cualquier proceso infeccioso", explica José Polo, vicepresidente de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), los principales encargados del seguimiento de los pacientes que han superado el COVID-19 una vez se marchan a su casa.

Sin embargo, éste a veces no remite en el tiempo esperado. "Lo normal es que tanto el cansancio como otros síntomas propios de la enfermedad, como el dolor de cabeza o la pérdida de peso, se vayan recuperando en dos semanas o máximo un mes, aunque es cierto que estamos viendo casos que no se recuperan en el tiempo esperable, hay personas que un mes después de la enfermedad siguen mostrando un gran cansancio", indica José Manuel Ramos Rincón, internista y portavoz de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI).

Otro de los síntomas asociados al COVID-19 y que persiste semanas más tarde de superar la enfermedad son "las molestias digestivas, sobre todo para quienes ingresaron con diarrea", añade Ramos, que incide en que "el COVID-19 afecta al metabolismo y tarda en recuperarse la situación basal, no consiguen recuperar la bajada de peso".

Fibrosis pulmonar

Cuando la enfermedad ha producido una neumonía aguda (el proceso grave más común de la infección que se produce cuando el virus ataca a los pulmones a través de las células de los alveolos e induce la respuesta del sistema inmune en forma de inflamación), el COVID-19 puede dejar la secuela grave más extendida.

"Lo que estamos viendo, aunque aún es pronto pues apenas llevamos tres meses de experiencia clínica, son sobre todo fibrosis pulmonares", explica Polo. "Esta fibrosis, cuyas consecuencias dependen del grado de afectación pulmonar, produce consecuencias similares a las del EPOC [enfermedad pulmonar obstructiva crónica] o las coniosis, que se veían en los trabajadores de las canteras o minería, especialmente los que trabajaban con el llamado chorro de arena, un polvillo que se asienta en el alveolo", indica el portavoz de Semergen.

La afectación en el pulmón puede dejar síntomas similares al EPOC o los que sufrían los trabajadores de la mina

La fibrosis pulmonar queda cuando se daña el tejido pulmonar. "El pulmón, que es como una esponja, muy elástico, se altera y queda fibrótico, cicatricial, más sólido. Eso provoca una alteración en el intercambio de oxígeno, hay dificultad para respirar y fatiga. Si es muy grave, el paciente puede quedar con una limitación crónica que exija tratamiento o incluso con la necesidad de un aporte artificial de oxígeno para poder respirar", explica el médico de familia.

Ramos añade igualmente la particularidad de la persistencia de ese "daño pulmonar residual" en los enfermos graves de COVID-19: "No sabemos si en tres meses terminarán de recuperarse, aún es difícil de valorar por el tiempo transcurrido, aún no han pasado dos meses desde la recuperación de los pacientes graves".

Trombos o embolias

Hace una semana era noticia el político de Vox Javier Ortega Smith era ingresado de urgencia por varios trombos consecuencia de la infección por coronavirus que había padecido semanas antes. Casos como el suyo, aunque no son lo más habitual, sí fueron los que más desconcertaron a los médicos al inicio de la epidemia. "Este tipo de complicación no suele verse en la primera semana de ingreso, sino más bien a partir de los 15 días desde la hospitalización, muchas veces cuando ya está en su casa", indica el internista, que explica que "el mecanismo inmunológico del virus causa hipercoagulabilidad, una mayor posibilidad de hacer coágulos y émbolos, trombos en piernas, pulmón o cualquier otra parte del cuerpo".

Lo que al principio de la epidemia supuso un número importante de las complicaciones consiguió reducirse cuando los médicos empezaron a recetar medicación anticoagulante al alta. "Empezamos a recetar heparina al finalizar el tratamiento para evitar estas complicaciones", afirma el internista, que asegura que "no son necesariamente personas con patologías previas o que hayan pasado la enfermedad de forma más grave, pero aún no hay evidencia suficiente sobre las causas por las que unas personas la desarrollan y otras no".

La enfermedad también ha producido esos trombos a nivel cerebral en algunos pacientes. "De repente no pueden mover un brazo, se produce un ictus. Aquí hay factores de riesgo más importantes, como el colesterol elevado o la hipertensión", explica el internista, que incide en que la enfermedad "se caracteriza por un coagulación intravascular diseminada que puede afectar a cualquier parte del cuerpo".

Inflamación de otros órganos

Aunque insiste en la poca evidencia científica disponible hasta la fecha, Polo subraya que en el COVID-19 "se produce un proceso inflamatorio muy importante, que se piensa además que cuando se descontrola es el responsable de la muerte en la mayoría de los pacientes".

Así, se han descrito hasta la fecha, por ejemplo, inflamación del miocardio - corazón - "que puede provocar insuficiencia cardíaca o incluso la muerte, al ser muy grave", según Polo, que también ha atendido a un paciente que sufrió una pancreatitis como complicación del COVID-19. "Es una consecuencia posible de la infección aunque podría relacionarse también con la medicación prescrita".

Como recoge un documento elaborado por la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC), los estudios a fallecidos revelan tanto afectación grave en los pulmones y el corazón (miocarditis, vasculitis y necrosis de células miocárdicas), como en el hígado y la vesícula biliar o incluso los riñones y el cerebro.

El mismo documento, que plantea el seguimiento que debe realizarse a los pacientes (desde radiografías a la prescripción de anticoagulantes), señala la importancia para los pacientes más graves que estuvieron en cuidados intensivos de vigilar si persisten con "síndrome de inmovilidad post-UCI, deterioro cognitivo o trastorno anímico".

También se detallan las consecuencias de los largos ingresos en UCI - en España se ha reportado un caso de hasta 57 días en cuidados intensivos - en distintos ámbitos. Desde los síntomas propios de la enfermedad (fatiga, astenia o pérdida de peso) al dolor por la intubación o enfermedades musculares derivadas de la inmovilidad. "Es el factor que más afecta la calidad de vida de estos pacientes, y el que tarda más en recuperarse. La función pulmonar se suele recuperar en el primer año después del ingreso, pero la debilidad muscular y la polineuropatía puede durar hasta 5 años", detalla el documento, que también asegura que según estudios de casos en SARS de los in ingresos de UCI se encontraron "un 70-100% de déficits cognitivos al alta hospitalaria, un 46-80% al año y un 20% a los cinco años".

El portavoz de Sanidad para el coronavirus, Fernando Simón, también subrayaba hace algunos días la falta de bibliografía sobre las secuelas de la enfermedad aunque destacaba, especialmente en las personas mayores, la aparición de problemas respiratorios, renales o incluso "modificaciones de carácter".

Investigando otras secuelas

Con la escasez de casos disponibles, expertos en todo el mundo están investigando las secuelas o complicaciones derivadas del coronavirus. En Andalucía (a través de la red Neuro-Reca) más de 80 expertos están analizando la afección neurológica y psiquiátrica de un centenar de pacientes que han estado ingresados por COVID-19.

No obstante, en una enfermedad con meses de vida, las secuelas a medio y largo plazo son aún una incógnita y forman parte del "trabajo clínico que ahora prácticamente comienza. Se realiza un seguimiento a los pacientes para observar su evolución, sus síntomas físicos y también psicológico. En unos meses podremos saber mucho más", concluye el portavoz de la SEMI.