Todo comenzó en mayo del 2014. El PSOE que había dado al país estabilidad, con largas etapas de gobiernos sólidos y audaces y, cuando así lo dispusieron los españoles, de oposición hegemónica y responsable, tocó suelo en las elecciones europeas, obteniendo apenas el 23% de los votos en un escenario de fragmentación política. Las múltiples crisis que asolaban la España de ese momento -económica, institucional, social, territorial e incluso de identidad- no habían encontrado respuesta suficiente entre los partidos y los ciudadanos buscaron otras opciones. Obsérvese que hasta llegar a ese 23% de los votos a la candidatura al parlamento comunitario liderada por Elena Valenciano, la sangría de votos fue constante: 44% de los electores en las Legislativas de 2008, 38,8% en las Europeas de 2009, 28% en las generales de 2011…

Tras tocar suelo, Alfredo Pérez Rubalcaba dio un paso atrás y abrió nuestro partido hacia un proceso participativo ejemplar, que condujo a la elección de Pedro Sánchez como primer líder del PSOE elegido directamente en unas primarias por la militancia y no por los compromisarios en un Congreso. Con Sánchez, el partido retomó el pulso y la relación con la sociedad, y en clave interna antepuso la reconstrucción del partido, yo diría casi su reanimación, a cualquier otro objetivo personal. Formó una ejecutiva equilibrada, con diferentes sensibilidades, paritaria y eminentemente útil. En solo un año, y pese al poder de seducción que seguía obteniendo Podemos sobre votantes que un día fueron socialistas y a la irrupción de un cuarto partido, Ciudadanos, conseguimos parar esa sangría electoral.

En mayo del 2015 recuperamos para el PSOE gobiernos autonómicos, como el de mi tierra, Aragón, gracias a alianzas y pactos que paradójicamente serían motivo de escarnio por sus propios usufructuarios si Pedro Sánchez hubiese intentado aplicarlos en Madrid. Con todos los pronunciamientos demoscópicos desfavorables, con el CIS, que nos colocaba como tercera fuerza, Pedro Sánchez mantuvo el suelo que se encontró y con el 22% de los votos en las elecciones de diciembre de 2015 intentó formar gobierno, toda vez que la primera fuerza, el PP de Mariano Rajoy, se autoexcluyó tras la ronda de contactos del Rey con todos los representantes de los partidos electos.

La historia desde entonces es de todos conocida: imposibilidad de acuerdos, repetición de los comicios en junio de 2016, y el PSOE de Sánchez asaltado por una autoconstituida gestora que usurpó las funciones de la ejecutiva despojada. No solo no convocó nada más formarse los procesos de renovación del partido, que para eso y no para otra cosa está la gestora, sino que marcó el devenir político del partido y las decisiones institucionales y políticas, algunas tan trascendentes como facilitar la investidura de un presidente de la derecha.

Quienes nos opusimos al golpe de mano y mantuvimos nuestra negativa a Rajoy fuimos depurados, despojados de responsabilidades, marginados

Quienes nos opusimos al golpe de mano, y mantuvimos nuestra negativa a votar a Rajoy fuimos depurados, despojados de responsabilidades, marginados… Ahora simplemente somos consecuentes y pedimos a la militancia socialista que vea el proceso vivido como un plano secuencia. Que igual que unos cuantos no tuvimos miedo a votar “no” a un mal presidente para España, ellos puedan votar libremente ahora cualquiera de los tres candidatos en liza. Yo lo haré por Pedro Sánchez porque he trabajado con él, codo a codo, y doy fe de todo lo escrito antes: el suyo no es un proyecto personal, sino un proyecto de partido, de todos. Un proyecto inclusivo que antepone la esencia del socialismo a la componenda de unos cuadros que a veces parece que tienen tentaciones por servirse de la organización, más que por servirla a ella.

El PSOE tiene que votar libremente para elegir a su secretario general, y por eso espero que la gestora no imponga a los territorios una política del miedo empobrecedora, mutiladora de sensibilidades… Me he preguntado mucho estos días quién gana realmente haciendo exhibiciones de poderío orgánico de los que han representado algo en el PSOE. Esta campaña de las primarias aprobadas el sábado por el comité federal no es una competición personal. Se trata de una contraposición de proyectos para elegir a un líder, pero también para ilusionar al país, para conseguir que cuando vuelva a haber elecciones la gente nos vote. Nos tenemos que fijar en eso los militantes, no en las indicaciones que nos puedan dar los que están por encima de nosotros.

La lealtad ha sido siempre un valor inalienable en el PSOE, pero desde 2014 algunos se han empeñado en diluirlo

La lealtad ha sido siempre un valor inalienable en el Partido Socialista, pero desde el 2014 algunos se han empeñado en diluirlo, cuestionando todo a conveniencia. Pedro Sánchez ha dicho claramente que si gana será leal. Esa es la única lectura generosa que cabe a partir de este momento, para no reducir el proceso a una lucha de poder, para reforzar el PSOE y para no debilitarlo, para recuperar a los decepcionados, con unas votaciones libres, en un ambiente enriquecedor, sin que los militantes tengan miedo a dar los avales, donde no haya hueco para sectarismo alguno.

Yo misma lo he sufrido por mantener mi coherencia con el voto negativo en el Congreso, y sé por esa experiencia propia que si no nos alejamos de ese camino dará igual quién gane las primarias. Las perderá el Partido Socialista. Yo votaré a Pedro Sánchez, porque sé que es el líder legítimo de la militancia, el dirigente adecuado para que nuestro partido retome el pulso, la dignidad y la normalidad. Convencida de que en mayo de 2017 continuaremos el trabajo y recuperaremos la credibilidad y la capacidad de ilusionar.


Susana Sumelzo es diputada del PSOE en el Congreso de los Diputados.