Ángel Stanich tuvo un día épico, pero esta vez no acabó en Getafe, sino a orillas del Manzanares. La Riviera se convirtió en una especie de iglesia evangelista de esas que anuncian con luces de neón la buena nueva del Señor. "Habéis venido aquí casi a ciegas, haciendo oídos sordos a la amplísima oferta cultural madrileña de una forma poética y espontánea, sin pistas ni spoilers, para presenciar el sueño de un loco", anunció con su peculiar solemnidad Stanich durante uno de los intermedios.

El lema "comunal y turgente" convocó tanto a los contingentes como a los necesarios, presentándose como un concierto "generoso en tiempos, sorpresas y compañías". A la llamada acudieron más de 1.500 personas expectantes por ver el show que tenía preparado este extraño predicador de aires proféticos llamado Ángel Stanich.

Para cumplir su sueño, el profeta no estuvo sólo, 12 apóstoles lo acompañaron. El primero de ellos fue Quique González, con quien abrió el concierto mientras aún quedaba gente por entrar. Cantaron a dúo Volver, una canción que encaja perfectamente con la esencia del compositor de Salitre. Frases cortas y punzantes, una sucesión aleatoria de imágenes a modo de collage donde nostalgia y esperanza se entremezclan merced al fraseo replicante de las guitarras en contraposición con la monotonía goteante de la batería.

Ángel Stanich y Quique González en el concierto "comunal y turgente" de La Riviera

Y después de un sólido pero emotivo inicio, llegó la electricidad. Una temporada en el infierno desentumeció cualquier rastro del frío mesetario que arreciaba ahí fuera. El primer acto de este delirio lisérgico siguió con Javier Vielba (Corizonas) y Lichis, Un día épico con el primero y Dos boy scouts de mierda con el segundo, entre medias un poco de Polvo de Battiato con Nazario y, tras la ansiedad exhausta de Le tour '95, un breve descanso para recargar cervezas y vaciar depósitos.

En la oscuridad, el murmullo, y en los altavoces un preludio referenciando el leitmotiv amanecista de la noche con las voces de los dos raúles, Cimas y Pérez. Al inicio del segundo acto, Stanich había cambiado la chaqueta marrón por la verde y la atmosfera se había vuelto algo más sutil y voluble gracias al sugerente teclado de Jave Ryjlen, envuelto en un aterciopelado rojo carmín. El profeta ya tenía lo que quería, la atención incondicional de la multitud y sus cinco sentidos enfocados el escenario.

La procesión de invitados continuó con la aparición de Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro, cantante y batería de Rufus T. Firefly. Con ellos trajo a su Rey idiota y todos nos imaginamos cómo sería dormir en las tetas de Sabrina. El espectáculo llegaba al ecuador y la intimidad quejumbrosa de Miss Trueno 89 (con Ricky Falkner de Egon Soda) y Qué será de mi, invitaba a cierta calma introspectiva que se volatilizó con la versión electrónica de Hula hula de Joe Crepúsculo y Aaron Rux. El trote continuó con La historia es fácil y otra vez fuimos al descanso.

La banda conectaba a las mil maravillas y estaba disfrutándolo. Mención especial merece Víctor Pescador y su forma de sublimar el arte de la guitarra eléctrica. Por su parte, Stanich no se reservó nada, el escenario era su altar y ahí se revolvía, saltaba y galopaba de un lado para otro, completamente extasiado y empapado en sudor. La electricidad del espectáculo circulaba en una corriente de ida y vuelta que recorría los límites de la sala y regresaba al centro del altar.

En el tercer acto todo acabó por desbordarse. La pausa se interrumpió con el vertiginoso in crescendo de Galicia calidade y Rafa Val (Viva Suecia). Se acercaba el final del concierto y en el escenario no querían dejar ningún cartucho sin quemar. En ese momento llegó Carbura con Mikel Erentxun y, tras presentar a la banda, Motel consuelo con Anni B Sweet.

Después de aquello, el profeta ermitaño dispuso todo lo necesario para proceder a una comunión total con el invitado más especial e imprescindible, el público. Para ese momento reservó una de sus mejores canciones, Escupe fuego, el símil casi perfecto capaz de conectar con todo aquel al que alguna vez no supieron amar.

"Señores y señoras, niños y niñas, monstruos y engendros, no se alarmen, sobre el escenario no hay un loco, hay dos", advirtió Jorge Ilegal. Después de que el personal desgarrase sus gargantas con esta colaboración única, llegó el momento del éxtasis final y, para ello, otro psycho-killer subió al escenario. Metralleta Joe desató los saltos y empujones reprimidos durante algunas de las anteriores canciones, contagiando con su locura a los asistentes. Un pogo abrió la pista en dos y la metralleta de Joe no dejó a nadie en pie cuando el hueco se cerró.

Entre los restos de lo que quedó, los supervivientes se abrazaron hombro sobre hombro. Quizá ese final no hubiera necesitado otro distinto para alcanzar la épica, pero Stanich fulminó a los pocos cuerdos que quedaron bajando a pista para cantar Matáme camión flotando sobre el calor de sus fieles. El sueño del profeta había quedado culminado.

Al final, uno a uno fueron saliendo todos los invitados de la noche, ese equipo de All-Stars que habían participado en uno de los conciertos más inolvidables del ermitaño del pop. Centro di gravità permanente empezó a sonar de fondo y Stanich, ataviado con americana rosa y la sonrisa que refleja la exhausta felicidad del trabajo bien hecho, terminó la ronda de agradecimientos con un solemne y ceremonioso: "La paz esté con vosotros". Y en paz acabó aquella religiosa experiencia en la que el profeta abandonó su colina para legar la buena nueva de su música a los feligreses que allí nos congregamos.

El All-Stars del concierto comunal y turgente

  • Quique González
  • Javier Vielba (Corizonas)
  • Lichis
  • Víctor Cabezuelo (Rufus T. Firefly)
  • Julia Martín-Maestro (Rufus T. Firefly)
  • Ricky Falkner (Egon Soda)
  • Joe Crepúsculo
  • Aaron Rux
  • Rafa Val (Viva Suecia)
  • Mikel Erentxun
  • Anni B Sweet
  • Jorge Ilegal