Era la frontera entre dos mundos. Desde Irún, donde residían, apenas un puñado de kilómetros separaba la dictadura española en la que vivían de la república francesa. A un lado, aún reinaba la ausencia de libertades en un régimen que agonizaba. Lo hacía en un clima de tensión extrema disparada por la violencia terrorista disfrazada de lucha antifranquista que había comenzarlo a extenderse. Aquel fin de semana de marzo de 1973 José Humberto, Jorge Juan y Fernando se habían propuesto disfrutar de la libertad… y de lo prohibido. La censura franquista había vetado la proyección de la película de la que todos hablaban, ‘El último tango en París’, y que en la vecina San Juan de Luz muchos conocidos ya habían visto.

Aquellos tres jóvenes gallegos se conocían desde hacía muchos años. Sus vidas discurrían de modo paralelo. Aún no lo sabían pero también lo haría su dramático final. José Humberto Fouz, de 29 años, fue el primero en abandonar su Galicia natal. Decidió viajar a Euskadi, a Irún, donde su hermana y su cuñado, que ya se habían instalado tiempo atrás. Eran otros más de los muchos inmigrantes que habían comenzado a probar fortuna en el País Vasco.

En la empresa de transportes internacionales en la que había encontrado trabajo le fue bien. No tardó en animar a sus amigos a dar el paso. Fernando Quiroga también se instalaría en Irún, en su caso como agente de aduanas. Poco después lo haría Jorge. Los tres vivían de modo provisional en casa de la hermana de Humberto, hasta que su situación mejorara.

La convulsa vida política y social de Gipuzkoa en aquellos años no era fácil de sobrellevar. Una ‘escapada’ a San juan de Luz para ver la película de Bernardo Bertolucci parecía un buen plan para respirar fuera de aquella atmósfera. En aquel tiempo, la violencia de ETA había comenzado a crecer. La actividad de sus distintos comandos y la fuerte división interna dentro de las corrientes de la banda crecía. También la presión de la Policía, que llevó a muchos de los etarras a refugiarse en el vecino País Vasco francés. San Juan de Luz, donde los tres jóvenes gallegos habían planificado el fin de semana, era sólo uno de los muchos lugares de Francia donde se acogía a los militantes de la banda sin preguntar.

Un mar de incógnitas y silencios

Tras el cine, la historia que ha llegado hasta nuestros días comienza a difuminarse. La versión más extendida en las investigaciones llevadas a cabo en la época sitúa a los tres jóvenes en un local tomando copas. Según la misma, es ahí donde otros clientes –presuntamente miembros de ETA- se percatan de su acento gallego, de su procedencia. Ante la sospecha de que pudieran ser policías españoles, comienza un enfrentamiento, dialéctico primero y físico después, que terminó con su secuestro y tortura. Los hechos habrían ocurrido en una granja de Saint Palaise. Allí, Humberto, Jorge y Fernando morirían asesinados a pesar de negar una y otra vez que fueran policías. Es al menos la versión que cincuenta años después más visos de credibilidad tiene de un caso lleno de incógnitas y sin resolver.

Mientras, en Irún, la preocupación y alarma no se activó de verdad hasta el lunes, cuando faltaron al trabajo. ¿Dónde estaban? Tras buscarlos infructuosamente por los municipios del País Vasco francés, la familia denunció los hechos. Después llegaría la segunda muerte, la social. Nadie había visto nada, nadie sabía nada y parecía que nadie quería investigar nada. Silencio y miedo. El régimen de Franco se descomponía y ETA controlaba ya el miedo de la sociedad vasca.

En el entorno de los jóvenes la sospecha sobre la autoría de ETA era evidente, pero en la Policía, en la Justicia y en el entorno social de Irún se procuraba evitarla. En muchos ámbitos la banda terrorista aún poseía la falsa pátina de ser una organización de lucha antifranquista y ‘defensora’ de la Justicia Social que el Franquismo pisoteaba: ¿Cómo iba a asesinar y hacer desparecer a tres jóvenes gallegos, simples trabajadores?

El manto de oscuridad sobre el caso había empezado a extenderse. Se agrandó un año después, cuando amigos y familiares no encontraron parroquia en la que se les quisiera celebrar una misa de recuerdo: “Están callados los nacionalistas, los comunistas y los curas”, denunció en un escrito su entorno.

Localizar los cuerpos... 50 años después

La situación se complicó aún más meses más tarde, con la aprobación de la Ley de Amnistía de 1977 que dejó en libertad a decenas de presos de ETA. Aquel punto y aparte, cierre del pasado reciente en pos de un futuro en paz, forzaba a no remover más y darlo por olvidado. Un ’daño colateral’ más de la Transición. Si hubiera trascendido que fue ETA quien los asesinó pese a saber que no eran policías, el crimen no sería político sino mera delincuencia criminal y por tanto sus autores no estarían amparados por la amnistía recién aprobada.

La instrucción de la Justicia, breve e insuficiente, como la mayor parte de los casos en aquellos agitados 70, no aclaró ni autoría ni lugar donde podrían estar sepultados los cuerpos. Los intentos posteriores tampoco han dado resultado. Uno de los más relevantes fue el que hizo la sobrina de uno de los jóvenes, Coral Rodríguez Fouz, quien fue senadora por el PSE y parlamentaria en la Cámara vasca. En 2005, en el seno de la Comisión de Derechos Humanos, de la que poco antes había formado parte ‘Josu Ternera’, pidió a la izquierda abertzale que le solicitara colaboración para encontrar los cuerpos y juzgar a los autores.  

Han pasado cinco décadas de aquellos hechos y la incógnita sigue siendo la misma. Al menos, la presión familiar sí logró que fueran reconocidos como víctimas del terrorismo.

Ahora el Gobierno central y el Ejecutivo vasco se han propuesto no dejarlo caer en el olvido. Coincidiendo con el 50 aniversario, el próximo 24 de marzo el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo y el Instituto de la Memoria ‘Gogora’ han organizado un acto de recuerdo en el que participarán las familias de Humberto, Jorge y Fernando. Será un evento sencillo en el que un representante de las mismas les recordará y pedirá justicia para ellos, al menos en forma de consuelo. Impulsores del acto confían en que así se pueda avanzar en el esclarecimiento de este caso, ya prescrito, “en el que tuvo que haber más de una persona implicada y seguro que aún hay quien sabe dónde pueden estar enterrados”.