La malversación española sin duda era otro tipismo español, una malversación como del destape, castiza y salvaje pero tierna, con la que no podíamos ir por Europa, que parecíamos Alfredo Landa con una boina con rabillo de sandía. Sánchez no podía permitir esto, que él fuera por Europa, con su traje berenjena y su sonrisa encoloniada que ya le venía, muy españolamente, del calzoncillo Abanderado, y que la gente lo confundiera todavía con un torero, con un civilón, con un alcalde de tranca, con un malversador premoderno de descabello o garrote vil. Menos, todavía, pensando él que pronto tendría que ser el príncipe de Europa (Sánchez no se está preparando para una presidencia de turno en la UE, sino para ser su príncipe de vals, con cojincito para el zapato de cristal y el culito de cristal). Todo esto quería arreglar Sánchez, así que rebajó las penas, cambió tipos y no sé si sustituyó nuestro pan carcelario, como del Algarrobo, por baguettes. Pero ahora resulta que Europa le exige volver a aumentar las penas y hasta volver al pan de miga gorda. Y yo estoy descolocado, no sé si hemos dejado de ser Europa o es que Europa se ha rendido por fin a nuestro suave salvajismo pecholobo.
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