Estúpido, da (del latín stupidus), adjetivo: necio, falto de inteligencia. Todos conocemos a alguno: el cuñado que presume de experto en la cena de Navidad (cuanto menos sabe de un tema, más habla), el que culpa al cajero del súper de la inflación o el mentecato que, nadie sabe cómo, acaba dirigiendo un país. El vocabulario de la estupidez es inagotable porque, si uno se detiene a observar, está por todas partes. También en nosotros mismos. En un mundo donde la necedad se propaga como los tuits, ¿es posible librarse de ella? ¿Podemos combatirla?
Jean-François Marmion (Francia, 1970) intenta responder a estas preguntas en La psicología de la estupidez (Península, 2025), un libro que reúne textos de psicólogos, filósofos, sociólogos y escritores como Daniel Kahneman, Dan Ariely, Boris Cyrulnik o Ryan Holiday. El término francés del título original, connerie, se aproxima más a gilipollez que a estupidez, y ahí radica parte de su tesis: no se trata solo de una falta de inteligencia, sino de una actitud.
"En Francia utilizamos la palabra con para muchas cosas: podemos usarla para referirnos a alguien que es sencillamente estúpido, pero también para hablar de alguien que es inteligente y, al mismo tiempo, profundamente malvado. Alguien que juzga, que se niega a mejorar y aprender. Estos son los verdaderos gilipollas", explica Marmion en videollamada con El Independiente.
50 sombras de 'con'
Según él, el gilipollas se cree el único tuerto en un mundo de ciegos y, convencido de su superioridad, nos condena al desastre. Puede adoptar múltiples formas, pero siempre tiene algo en común: desprecia la idea de ser mejor persona. "Son 50 sombras de con", bromea Marmion, en alusión a la novela de E. L. James. Y añade: "Un connard, un gilipollas, es el malvado. No le importan los demás, sólo piensa en sí mismo y no tiene problema en decir: ¡que te jodan! Cree que siempre lleva la razón y que no puede equivocarse. Esa es una definición de con: aquel que yo juzgo. Siempre hay un gilipollas en los ojos del que lo mira. En ese caso, tú eres gilipollas, pero yo también lo soy".
Redactor jefe de la revista Le Cercle psy y editor asociado de Sciences Humaines, Marmion publicó este libro en Francia en 2018, donde pronto se convirtió en un best seller. Pese al éxito, insiste en que "su opinión no es la que cuenta", sino la de los autores reunidos: "El punto del libro no es haceros saber que nosotros somos los inteligentes y vosotros los estúpidos. Aceptamos que todos estamos en el mismo barco. Que nosotros también tenemos nuestra parte de estupidez".
La estupidez, insiste, no es lo opuesto a la inteligencia, "sino a la sabiduría". A su juicio, hay personas muy inteligentes que, sin embargo, "votan por un partido radical". "Presidentes, dictadores, incluso asesinos en serie. Ellos han entendido cómo hacerse con el poder y, a la vez, son gilipollas. En cambio, los sabios no hacen daño a nadie, sólo tratan de ser buenas personas".
En ese contexto, el verdadero enemigo del siglo XXI no es la ignorancia, sino la desinformación digital. Internet, dice Marmion, lo contiene todo: lo peor y lo mejor del mundo. "Un imbécil escribe Mein Kampf. ¿Por ello debemos quemar todos los libros? ¿Prohibir a la gente escribir? No. Pasa lo mismo con internet: ahí está todo lo malo del mundo, pero también todo lo bueno. Y, sin embargo, siempre nos centramos en lo peor".
No es la abundancia de información sino la velocidad
Más que la abundancia de información, lo que le preocupa es la rapidez con la que esta genera opiniones, y cómo esas opiniones se confunden con formas de inteligencia. "¿Realmente necesitamos ser tan inteligentes?", se pregunta, alertando contra una idea limitada del conocimiento basada exclusivamente en el coeficiente intelectual.
En su diagnóstico del presente, Marmion destaca tres elementos clave: internet, la velocidad y la estupidez. "Antes, si eras un imbécil lo sabía tu pareja y, como mucho, tres o cuatro compañeros de trabajo; pero ahora los estúpidos quieren que todo el mundo sepa que son gilipollas. Es vanidad en estado puro".
Cualquiera puede serlo, pero algunos lo son más que otros. Sobre Elon Musk, afirma que es "un genio" que ha dedicado su vida a "mandar a las personas que él considera inteligentes a Marte, convencido de que la Tierra está absolutamente condenada (debió de leer mucha ciencia ficción en su adolescencia)". En cuanto a Donald Trump, su diagnóstico es más tajante: "Absolutamente estúpido. Juega a los negocios: sabe cómo mentir y cómo hacer que el mundo se crea sus mentiras, no tiene moral, por tener, no tiene ni educación. Pero él busca captar la atención, como la publicidad. Podemos decir que es un estúpido y, sin embargo, ha sido elegido presidente de los Estados Unidos por segunda vez".
Entonces, ¿quién es el estúpido? ¿El que dice estupideces o el que las toma como un mantra y vota al que las pronuncia? "Esto es algo que se preguntaba Obi-Wan Kenobi. ¿Es Donald Trump estúpido? Desde luego, pero también lo son las personas que le han votado en hasta dos ocasiones y los medios de comunicación, que no dejamos de hablar de él. Es un payaso, no tenemos por qué verlo y, sin embargo, no dejamos de hacerlo. Es un imbécil en un sistema de imbéciles".
También desconfía de quienes se amparan en la "corrección política" para lanzar discursos excluyentes. "No importa cuál sea la causa que sigas, o la opinión política que tengas, si piensas que hay que eliminar a todo un subgrupo, estás siguiendo una falsa libertad. Una libertad violenta", sostiene.
No somos cada vez más estúpidos (aunque lo parezca)
A su juicio, el cambio de mentalidades no puede ser impuesto desde arriba, sino que sólo puede darse en lo horizontal. "Señalando los comportamientos, por ejemplo, racistas de tu amigo es la única manera de lograr que estos cambien. No se trata de superioridad moral, ojo, sino de que te vean como un igual. Sólo así se replantearán sus realidades".
Marmion concluye que todos somos estúpidos en algún grado, pero que la clave está en reconocerlo. "En el momento en que señalamos nuestras estupideces dejamos de serlo". Admitir los errores, añade, "supone un esfuerzo por el que muchos no están dispuestos a pasar". Pero es precisamente esa autoconciencia la que abre la puerta al cambio. "La puerta estará siempre abierta, pero cruzarla jamás será sencillo. Por eso la sorteamos".
Aun así, no cree que estemos condenados. "No hace tanto que veíamos normal que las mujeres no pudieran votar o abrirse una cuenta en el banco, que los homosexuales merecieran estar en la silla eléctrica o que la violencia sexual fuera un tabú. Ahora, en cambio, nos preocupamos por aquellos que son diferentes a nosotros, aunque vivan en la otra punta del mundo. Es la primera vez en la historia de la humanidad en que estamos preocupados por la tierra, los animales o la libertad. No creo que ahora seamos más estúpidos de lo que lo hemos sido nunca. No lo creo en absoluto".
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