Subirse a un avión es sinónimo de aventura, negocios o reencuentros, pero para nuestra piel, a menudo significa un desafío. Los entornos de la cabina de un avión, con su aire recirculado y presurizado, no son precisamente un paraíso para la salud cutánea. De hecho, los efectos negativos pueden ir desde una simple sequedad hasta brotes inesperados o irritación. Entender qué le sucede a tu piel a miles de metros de altura es el primer paso para protegerla y asegurarte de que tu cutis llegue a salvo a tu destino.
La deshidratación: el enemigo invisible en el aire
El principal culpable de los problemas cutáneos durante un vuelo es la baja humedad en la cabina. El aire que respiramos en un avión es extremadamente seco, con niveles de humedad que pueden caer por debajo del 20%, significativamente inferiores a los que estamos acostumbrados en tierra (que suelen rondar el 40-60%).
¿El resultado? La barrera cutánea se debilita, perdiendo su capacidad para retener agua. La piel se siente tirante, áspera y puede adquirir un aspecto apagado. Para aquellos con piel ya de por sí seca o sensible, esta situación se exacerba, pudiendo provocar picor, enrojecimiento e incluso descamación. Las personas con debilidades o afecciones en la piel como la rosácea, el eczema o la psoriasis pueden experimentar un empeoramiento de sus síntomas debido a esta deshidratación extrema.
Oleosidad y brotes: La paradoja de la piel seca
Paradójicamente, la piel deshidratada puede reaccionar produciendo más sebo. Ante la falta de humedad, las glándulas sebáceas entran en un modo de "compensación", generando un exceso de grasa para intentar proteger la piel. Esto puede llevar a un aumento del brillo, la obstrucción de los poros y la aparición de brotes de acné, incluso en personas que no suelen sufrirlos. Es una reacción de defensa que, además, empeora la situación.
Inflamación y sensibilidad: El estrés aéreo
Más allá de la deshidratación y la oleosidad, el entorno del avión puede inducir una respuesta inflamatoria en el cuidado de la piel. Los cambios de presión, la fatiga del viaje y el estrés general al que se somete el cuerpo durante el vuelo pueden afectar la microcirculación y la función de la barrera cutánea. Esto se traduce en una mayor sensibilidad, con la piel reaccionando más fácilmente a los productos, al roce o a cambios mínimos en su entorno. Es común sentir la piel más irritada o con rojeces después de un vuelo largo.
Radiación UV y otros factores agravantes
Aunque volar en cabina te protege de gran parte de la radiación UV, las ventanas de los aviones no bloquean completamente los rayos UVA, que son los responsables del envejecimiento prematuro de la piel y pueden penetrar profundamente. A mayor altitud, la intensidad de esta radiación es mayor. Por ello, si viajas de día y especialmente si tienes un asiento de ventanilla, tu piel está más expuesta de lo que crees.
A esto se suman otros factores como el estrés del viaje, las alteraciones en el ciclo de sueño (jet lag) y, en ocasiones, la dieta desequilibrada durante el desplazamiento. Todo ello contribuye a un estado general de fatiga que se refleja directamente en la vitalidad y el aspecto de la piel, haciendo que se vea más cansada, con ojeras o con un tono más opaco.
Preparando tu piel para el vuelo
Afortunadamente, puedes mitigar estos efectos negativos. La clave está en la preparación y el cuidado durante el vuelo. Mantenerse bien hidratado bebiendo mucha agua, aplicar protección solar si viajas de día en un asiento de ventanilla, y evitar el maquillaje pesado o los productos irritantes, son pasos esenciales. Al aterrizar, una limpieza profunda y una mascarilla hidratante pueden ayudar a tu piel a recuperarse rápidamente del "jet lag" cutáneo. Tu piel te lo agradecerá.
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