Se nos ha caído un pilar de nuestra cultura. Se nos ha borrado un poco la memoria. Ha ardido ante nosotros el cielo de la civilización europea. Aquel que vio como Enrique VI se coronaba con miedo y orgullo, como la pisada de Napoleón cogía fuerza. El que, según cuenta la leyenda, cedió a sus gárgolas para vengar el grito de Juana de Arco entre las llamas.

Casi se nos ha derrumbado la historia. Casi se nos va un trozo de todo lo que somos, porque somos los que fueron. Tardaron dos siglos en ponerla en pie y si el fuego hubiese aguantado media hora más no quedarían en Notre-Dame más que cenizas.

Se trata de la catedral que vio como Francia pasaba de una monarquía a una república. La que sufrió dos guerras mundiales. La que sintió languidecer a la religión. La que pasó de misas abarrotadas a visitantes que estaban más pendientes del flash que de la fe. También la que sonrió cuando París se levantó por sus derechos y sufrió cuando aquellos que ya no podían soportar más un poder absoluto casi la queman por pensar que ella era parte del problema.

Una novela consiguió que los parisinos la aceptasen como símbolo

Es Notre-Dame la catedral que le debe su vida a la literatura. La que debe su permanencia, en parte, a que Victor Hugo consiguió que la mirasen de nuevo. Conoció el poder de las letras, al ser ellas las que la que la sacaron del olvido. Fue la novela del escritor francés la que logró, a principios del siglo XIX, que los parisinos la quisieran como símbolo y reclamasen, por fin, su cuidado.

Por eso, no es tan grave, o si, lo que contenía. Es esencial lo que representaba. La memoria de un país, más aún, la de un continente.

Se ve la angustia en el vídeo que ayer grabó el periodista Inaki Gil. Decenas de personas rezando ante la atenta mirada de las llamas. Seguramente, más de la mitad no creían más que en la memoria. Seguramente sus súplicas eran un por si acaso, un intento de que si algo podía pararlo, lo hiciera rápido.

Un edificio religioso como símbolo de nuestras raíces.  Al final, un lugar que nos enseña el porqué y el cómo y en el que poco importa su función inicial. Se nos ha caído un trocito del techo de nuestra civilización y ojalá seamos capaces de reconstruir dignamente su memoria.