La economía española está acostumbrada a convivir con burbujas, que se inflan y desinflan de forma cíclica, generando riqueza y ruina por el camino. Debería estudiarse la predisposición de empresarios y ahorradores a invertir como si apostaran en el casino. También la tendencia a cometer los mismos errores, a tropezar dos, o incluso más veces, con la misma piedra. O la misma burbuja.

La última que se asoma en el horizonte envuelve a las energías renovables. Aún no tiene categoría de burbuja pero el tiempo dirá. De momento, hay dos alertas sobre la mesa, de la patronal del sector y del ministro de Energía. Álvaro Nadal advirtió hace poco de que algunos promotores de instalaciones renovables están comercializando participaciones en proyectos, cuyos contratos ofrecen una letra demasiado pequeña y un riesgo demasiado grande.

Debería estudiarse la predisposición de empresarios y ahorradores a invertir como si apostaran en el casino

Estos productos financieros, que recuerdan sobremanera a las acciones preferentes de la banca, nacen al calor de las nuevas subastas de potencia renovable que está realizando el Estado. Después de varios años de ley seca, sin permisos para inaugurar nuevas instalaciones, el Ministerio de Industria decidió el pasado año convocar una tímida puja para tantear el terreno (se subastaron 700 megavatios de potencia). Pero el pasado mes de mayo, la Administración sorprendió con una megasubasta de 3.000 megavatios. Se cubrió con creces porque hay apetito inversor. Tanto que el Ministerio ya está articulando una más, que ejecutará en julio y rondará los mismos megavatios.

¿Por qué dos subatas tan megas y por qué precisamente ahora? Europa impone unos objetivos de energía verde que hay que cumplir. El Gobierno ha visto una ventana de oportunidad, ahora que la recuperación económica está más que afianzada y, a consecuencia de ello, hay más alegría inversora. Un ejemplo: en la subasta de mayo, la demanda de megavatios para construir nuevas instalaciones triplicó la oferta.

¿La decisión obedece a las prisas? Claramente sí, a juicio de la Asociación de Empresas de Energías Renovavables (APPA). La patronal habla de “precipitación y falta de planificación en el sector energético”. Sus asociados están convencidos de que 6.000 nuevos megavatios “suponen una carga excesiva para un sector que ha estado cinco años paralizado por decreto”. Que un puñado de energías con enorme futuro haya estado sometido a una moratoria tan larga tiene una explicación. Porque la última oleada de inversión, durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, devino en una burbuja monumental, que enriqueció a unos cuantos empresarios y arruinó a otros tantos. Y se llevó por delante los ahorros de miles de familias, que se dejaron llevar por la tentación de un beneficio fácil y rápido, sin evaluar los riesgos.

¿La decisión de hacer otra 'megasubasta' obedece a las prisas? Claramente sí, a juicio de la patronal

La legislatura de Zapatero arrancó con un impulso tremendo a las energías verdes. En cuestión de meses, los 400 megavatios renovables instalados se convirtieron en 4.000, gracias a concesiones aceleradas para levantar parques eólicos y, sobre todo, huertos solares. El Gobierno socialista no sólo quería cumplir con las exigencias comunitarias, sino también -o sobre todo- sacar pecho y destacar como uno de los países más avanzados en la lucha contra el cambio climático. Que la decisión fuera producto de la convicción o de la búsqueda de votos sólo lo sabe el ex presidente. El balance de lo ocurrido sí es una evidencia: la avalancha de megavatios ofertados, con rentabilidad elevada y garantizada por el BOE, acabó contaminando la planificación energética. Lo que debían ser proyectos industriales se convirtieron, en gran parte de los casos, en inversiones puramente financieras, en partidas de póker con ahorros y activos de verdad.

Las nuevas renovables costaban demasiado al erario público, a un Estado al que casi siempre le ha costado embridar el déficit. Por eso, el Gobierno tuvo que frenar las nuevas inversiones y reducir drásticamente la retribución de las instalaciones. Lo que prometía ser una inversión muy rentable a largo plazo acabó reduciéndose a pérdidas inesperadas a corto, sin perspectivas de mejora.

La burbuja había reventado, dejando escrita una historia que no suena a nueva en este país. Porque lo ocurrido con las renovables es, con matices, similar a otros pinchazos que tanto daño han hecho a la economía nacional. Puede considerarse una modalidad de burbuja pública la construcción de autopistas de pago radiales, basadas en proyecciones tan infladas de tráfico que acabaron en liquidación. También algunas obras de la red ferroviaria de alta velocidad, comprometidas en mítines políticos, paradas por falta de presupuesto y en peligro de quedar obsoletas antes de inaugurarse.

Lo ocurrido con las renovables es, con matices, similar a otros pinchazos que tanto daño han hecho a la economía nacional

Pero la burbuja más auténtica a todas luces es la del sector inmobiliario. ¿Acaso los pisos no se convirtieron para empresarios, presidentes de cajas de ahorros y ciudadanos de a pie en una inversión puramente especulativa? Los españoles aún están purgando los pecados del ladrillo. Quienes se la jugaron invirtiendo, perdieron buena parte de su valor con el desplome de los precios. Y quienes no tenían dinero para invertir, acabaron pagándolo indirectamente, con los duros recortes que impuso el Gobierno de Rajoy para cumplir con el Eurogrupo tras el rescate de la banca.

Con la población haciendo aún penitencia, con la cartera de muchos bancos cargada de inmuebles y terrenos sin apenas –o nulo- valor, la inversión vuelve a arremolinarse en torno al ladrillo. Y esta vez, la burbuja asoma tras el tremendo auge de los pisos de alquiler turístico. El tirón de plataformas como Airbnb se está convirtiendo en un nuevo reclamo para quienes consideran que la vivienda vuelve a erigirse como el valor más seguro de inversión. Hasta que deja de serlo, cuando se transforma en una burbuja imparable.