El profesor de escuela de negocios y divulgador Pablo Foncillas aborda en su último libro Fact Energy, la sostenibilidad que viene, la convulsa transformación que vive el sector energético. Editado por Deusto y la Fundación Naturgy, este libro plantea conceptos transversales, como la necesidad de contar siempre con una energía disponible, algo que hoy por hoy no es posible solo con fuentes renovables.

Para realizar estas afirmaciones, este trabajo de divulgación de Foncillas aporta cifras oficiales y públicas al alcance de cualquier usuario, a través de las cuales va desmontando mitos creados a partir de ideas sesgadas. ¿El objetivo? Desgranar ideas y poner sobre la mesa los retos a los que se enfrenta el sector.

Pregunta: ¿Estamos en la senda correcta con el impulso de las renovables que se hace desde todos los ámbitos (Gobiernos, empresas privadas…)?

Respuesta: Si bien en los últimos años estamos construyendo capacidad energética productiva en el campo de las renovables eólica y solar, con la ambición de ir reduciendo, por cuestiones medioambientales, la dependencia de otras fuentes de energía más contaminantes, también es cierto que estas fuentes de energía, con un presente formidable y un futuro indiscutible, requieren de viento y sol para funcionar. También la energía hidráulica, generada gracias a los recursos hídricos (el agua), es muy útil (además de almacenable) por sus bondades medioambientales, si bien no hay grandes proyectos en construcción en este campo.

Al conectar la idea de necesitar energía segura y estable con las energías renovables eólica, solar e hidráulica, principalmente debemos tener muy presente la siguiente cuestión: ¿qué pasa si no hay viento y sol suficientes para poder mantener el sistema en marcha?, ¿podría asumir esta situación la población de un país? En definitiva, ¿qué consecuencias tiene vivir con la incertidumbre de si habrá electricidad o no? Porque todos sabemos que la intermitencia es inherente a la naturaleza de las fuentes renovables.

Resulta evidente que se necesitan tecnologías que puedan responder rápidamente a las variaciones de la producción y/o de la demanda. Sin éstas, el sistema eléctrico sería inestable y dejaría de funcionar de forma adecuada. Y, para que esto no ocurra, debemos contar con lo que en el argot energético se conoce como «sistemas de respaldo», es decir, sistemas que aseguren la continuidad del suministro energético incluso aunque no haya renovables.

P.- ¿No le parece que este problema en la continuidad del suministro con renovables queda resuelto con el desarrollo del almacenamiento de energía?

R.- Efectivamente en los últimos años se ha producido un avance considerable en el desarrollo tecnológico de las baterías para paliar el escollo que presentan estas fuentes de energía renovable. La evolución de las baterías está siendo extraordinariamente rápida.

Según el banco de inversión Lazard, que goza de una excelente reputación en el sector de la energía dada la cantidad de operaciones que realiza cada año en esta industria, existe un considerable desafío de costes en el campo de las baterías. Según esta fuente, el coste de las baterías como sistema de almacenamiento, en términos de la electricidad que se puede obtener de ellas durante su vida útil, es en promedio hasta seis veces el coste de la energía proveniente por ejemplo de ciclos combinados.

Por tanto, en la actualidad todavía no resulta económicamente interesante utilizar baterías para almacenar energía proveniente de fuentes solares o eólicas, si lo comparamos con la tecnología de ciclo combinado de gas natural. Es decir, a igualdad de energía producida (kWh), en estos momentos sale más caro utilizar baterías. Y el coste nos importa, porque determina el precio que pagamos por la energía.

No obstante, es una opción a futuro porque es cierto que la evolución tecnológica prevista por los expertos sugiere que el coste de las baterías será cada vez más bajo, con lo que cada vez dispondremos de energía almacenada más barata. En los próximos años, las baterías se van a convertir en una tecnología importante a medida que caminemos hacia fuentes de energía de origen renovable, debido a su intermitencia.

P.- Al hilo de su apunte sobre el precio de la energía, su libro llega en un momento especialmente complejo para el sector con motivo del precio de la luz o de la necesidad de medidas que protejan el medio ambiente. No obstante, para hablar de estas cuestiones hay que entender de dónde viene y cómo se transforma la energía. ¿Es todo tan complejo como parece?

R.- Realmente sí, lo es. El sector energético es un sector muy complejo, que va mucho más allá de los grandes conglomerados empresariales que todos tenemos en mente cuando hablamos de energía, ya sean de capital público o privado. Las energéticas son la punta del iceberg del sector y al mismo tiempo son la base, el andamiaje, que sostiene todo un sector que va mucho más allá de ellas mismas, y forman parte de un conjunto mucho más amplio, de un tejido empresarial mucho más extenso, con jugadores o actores grandes, medianos y también pequeños.

Podríamos hablar de una colosal complejidad, que se traslada también a las distintas tecnologías energéticas y a su funcionamiento en el mercado. Yo no trato de explicar esta complejidad, pero sí que ha sido la base para analizar cómo tratamos de entender el mundo de la energía y de interpretar la profunda transformación en la que se encuentra este sector, sobre el cual recae buena parte de la responsabilidad de la descarbonización para alcanzar una economía verde.

P.-Y ¿cuál sería, en su opinión, la tecnología de respaldo por excelencia en ausencia de condiciones meteorológicas favorables para el funcionamiento de las renovables?

R.- La cuestión es que, si no hay viento ni agua ni sol en la cantidad necesaria como para abastecernos y sabemos que las baterías no son aún competitivas, ¿cómo podemos prepararnos?

Hasta ahora, parece que la mejor opción que se nos ha ocurrido en este campo son las plantas de ciclo combinado con gas natural. Quizá en unos diez años (si el coste de fabricación de baterías sigue bajando a un 8% anual) deberemos desmontar esta tecnología y cerrar esas instalaciones. Mientras llega ese día, todo parece indicar que, al menos en España, necesitamos esa tecnología, la cual nos permitirá transitar el presente hasta que el desarrollo tecnológico haga aconsejable utilizar otros sistemas más orientados hacia las energías renovables.

De hecho, el propio PNIEC no proyecta el cierre de ninguna planta de ciclo combinado para 2030, y sí se plantea esta tecnología como respaldo, junto con una mejora en la gestión de la demanda, en las interconexiones y en el almacenamiento.

P.- Está claro que uno de los grandes retos a los que se enfrenta el sector energético es el de las emisiones. ¿Cree que es posible llegar a un sistema de emisiones 0?

R.- El concepto “emisión cero”, aun siendo maravilloso, en la actualidad es utópico. Construir un panel solar, un coche eléctrico o un aerogenerador también produce CO2, y no poco. Para construir un aerogenerador, por ejemplo, se necesita fabricar cemento que será utilizado en su cimentación, además de fundir metales a alta temperatura. Ambas actividades exigen procesos que generan CO2 por sí mismos. Para ello hace falta disponer de combustibles fósiles que, a su vez, emiten CO2. De hecho, para medir de forma rigurosa el impacto de cualquier instalación de fuente energética (incluyendo las renovables) hay que tener en cuenta todo su ciclo de vida: la extracción de los materiales, la construcción de la planta, la gestión de los residuos producidos, etcétera.

Por ello, tal vez tenga más sentido el concepto de “compensación de carbono” o el de “neutralidad de emisiones”: el CO2 que se genera se contrapesa con el que se reduce. Porque, aunque estamos mejorando en la reducción de emisiones de CO2, todavía seguimos generando emisiones. Y, lo más importante, seguiremos haciéndolo. Por ahora, parece que de lo que se trata es de compensar. O al menos de intentarlo, porque las emisiones cero no existen.

P.- ¿Cuál es su opinión sobre el futuro del hidrógeno? ¿Moda u opción real?

R.- Parece razonable pensar que, en el futuro, como ahora, dispondremos de un modelo que combine fuentes energéticas diversas. Si las exigencias de energía son variadas, las fuentes también lo son.

En conjunto, vendrían a conformar un sistema, bien con menores emisiones (gas natural respecto a otras fuentes fósiles, en una primera etapa), o bien con emisiones neutras (el caso de los gases renovables para un período posterior si se madura su tecnología).

Se trata de entender la situación como un todo, rico y complejo, donde las redes de gas trabajan junto a las eléctricas. Creo que “Complementación” es la palabra clave.

También es importante tener en cuenta que los gases renovables se pueden almacenar durante más tiempo que otras energías renovables. Esto es crítico, porque, para llegar a una economía neutra en emisiones en el año 2050 (tal y como se propone la Unión Europea), los gases renovables son imprescindibles, especialmente el hidrógeno. Los expertos aseguran que sin él no será posible tal objetivo, especialmente porque necesitamos gas, sobre todo para la industria, así como por la necesidad de almacenamiento estacional (de invierno a verano y viceversa).

P.- ¿Es un acierto pensar en términos de electrificar nuestra economía?

R.- Basándonos en el trabajo de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), hemos visto que establecen un techo en la electrificación en el orden del 65% y un suelo en el 31%, pero no creen que la electrificación total sea posible en ningún sector. Existen ciertos procesos que, por las elevadas temperaturas necesarias, no parecen candidatos (al menos con la tecnología disponible) a ser electrificados. Así que el camino es largo, y parece que nos harán falta diversas fuentes de energía durante años.

P.- ¿Cuál es su opinión sobre el sector energético en su conjunto? ¿Está realmente dominado por unas pocas grandes empresas que determinan el precio de la energía?

R. - Es habitual considerar que el precio de la energía en España (luz y gas) es el más alto en Europa porque apenas hay competencia, y que eso permite que las empresas que operan en este sector se enriquezcan de forma abusiva a costa de todos nosotros. Esta última consideración es errónea, y sólo parece buscar un «culpable». Se trata de un mecanismo que funciona como un instinto, el de señalar la culpa, que vendría a funcionar como esos sesgos a los que me refiero en el libro. Nos encanta encontrar culpables, es algo inevitable. En cuanto tenemos un problema, lo normal consiste en buscar una razón clara y sencilla por la cual sucede algo que no nos conviene. Así funciona nuestro cerebro.

Esto es lo que pasa con la visión que se tiene de las grandes empresas energéticas. Por un lado, vemos la factura de la luz o del gas; por el otro, leemos las noticias sobre los beneficios obtenidos por tal o cual compañía en este campo…, y, obviamente, ya tenemos un culpable.

Lejos de lo que podría parecer, las apariencias engañan, y, aunque lo más cómodo sea buscar un culpable, quizá no es lo más aconsejable. Porque, de nuevo, en el mundo de la energía no hay explicaciones sencillas a problemas complejos. El sector energético es un ámbito en el que confluyen centenares de actores que deben trabajar de manera conjunta. De hecho, tiene tantos actores como intereses, y son tanto intereses públicos como privados.