No dudaron en planificar, fijar objetivos y disparar. Pusieron su patria por encima de la vida de quienes acusaban de arrebatársela. Muchos lo hicieron de modo reiterado, alargando su lista de sangre y muerte. Otros fueron detenidos antes de que la igualaran. Hubo quien con su ceguera de odio alcanzó la cima de la organización, quien lideró alguno de los comandos más activos y quien inauguró el periodo más doloroso. Incluso quien llevó hasta su muerte, como principal aportación vital, el ‘apellido’ de ‘fundador de ETA’. A unos y otros la cárcel les cambio, les hizo reflexionar, recapacitar y alejarse. El pasado no podía cambiarse, pero al menos podía reprobarse, el presente reconducirse con llamadas a reconocer el daño causado y afrontar el futuro con llamadas a la inutilidad de la violencia. Hacerlo, a la mayoría les acarreó desaparecer en el olvido de los suyos, cuando no en el reproche que se brinda a los ‘traidores’, o la expulsión de la organización a la que un día pertenecieron o crearon.

El escribió su autobiografía antes de morir. Fue su testamento en vida. La tituló ‘Egiari zor’ (En deuda con la verdad). Aseguró que lo hacía para dejarlo como legado al “pueblo vasco” y en especial a “la juventud”. El pasado martes Julen Madariaga murió a los 88 años. Había renunciado a los medios violentos que décadas atrás defendió en ETA. Los objetivos los defendió hasta el final. “No nacimos (ETA) para luchar contra el franquismo sino para liberar a nuestro pueblo, para recuperar nuestra capacidad de decisión arrebatada por el imperialismo español y francés”, aseguraba hace apenas seis años. Incluso llamaba a secundar a Cataluña y un día “declarar nuestra independencia de modo unilateral, sin pedir permiso a nadie”.  

Pero a Madariaga hacía años que la izquierda abertzale ‘oficial’, a la que un día perteneció, había dejado de escucharle. Ya no era de los suyos y para el resto, seguía simbolizando el germen del episodio más oscuro de la historia reciente de Euskadi.

Para los ortodoxos Madariaga había caído en el cesto negro. En sus últimos años aún se revolvía cuando le calificaban de "arrepentido". Aseguraba que no se arrepentía de lo que había hecho en su vida, que ETA era su "criatura" y que su vida estaba directamente ligada a ella. Incluso en los años en los que no ocultó su desacuerdo con las acciones de la organización terrorista, a Madariaga aún le tiraba su pasado. Rechazaba que la definieran como una banda: "Nunca se me ocurriría tratar a esta organización de banda. Una banda para mi tiene connotación forzosamente peyorativa e incluso despreciable", aseguró en una entrevista.

En la izquierda abertzale se había convertido en un personaje algo incómodo con demasiada simbología e historia como para reprobarlo pese a haber abandonado HB. En el nacionalismo moderado, el más institucional del PNV, Madariaga también incomodaba. En los 50 les abandonó y en los 90 representaba una trayectoria difícil de integrar. 

El olvido de los críticos

Se había quedado en el bando de los repudiados, en un mar de indiferencia, frialdad y cierto olvido. El mismo en el que conviven los integrantes de la lista de críticos con ETA tras haber militado en ella. En ella figuran jefes ‘militares’ de la organización, terroristas sanguinarios y fundadores de la organización. Junto a Madariaga aparecen nombres como los de José Luis Álvarez Santacristina, ‘Txelis’, arrepentido de su pasado violento y defensor de las vías de la reconciliación tras su conversión religiosa que marcó su desmarque de la violencia.

Iñaki Rekarte no dudó en dejar por escrito su paso y posterior abandono de ETA. Incluso lo hizo a través de la televisión. Sufrió el desprecio y vacío de sus excompañeros y del entorno radical. Otros nombres destacados de la historia de ETA, como Carmen Guisasola o José Luis Urrusolo Sistiaga también se desmarcaron tras crímenes como el asesinato de Miguel Ángel Blanco o el secuestro de José Antonio Ortega Lara. A su salida de prisión a Idoia López Riaño no le esperaban flores ni ‘aurreskus’ de bienvenida. Su desmarque de la banda le había marcado. A Valentín Lasarte ETA le expulsó por rechazar la actividad criminal en la que él también había participado. Fue condenado por el asesinato de Fernando Mugica y de Gregorio Ordóñez, el atentado que precipitó el alejamiento de Madariaga de ETA.

El fundador de ETA podría haber sido recordado como un intelectual, doctorado en Cambridge, como un amante de su país, como un luchador contra la dictadura franquista. Pero su vida estuvo marcada para siempre por ser uno de los fundadores de la banda. No fue el único, le acompañaron nombres como los de José Luis Alvarez, ‘Txillardegi’, o Benito del Valle, promotores de ‘Ekin’, el movimiento juvenil escindido del PNV y del que nacería ETA. Aquella organización creada en 1959 se dedicó primero a los sabotajes y pequeñas acciones violentas. Lo hizo durante sus primeros nueve años. Después llegaron los tiros y las bombas.

Fue Madariaga en la ponencia ‘La Insurrección de Euskadi’ que presentó en la III Asamblea de ETA, celebrada en Bayona en 1964, quien abogó por dar el salto al vacío y recurrir a la violencia armada para alcanzar sus objetivos: “Engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables sino necesarios”. Madariaga creía que no había “combate sin víctimas”. Fue el teórico de la lucha armada en ETA, defendió que era necesario seguir los pasos de Cuba, Argelia o Vietnam para hacer frente al Estado. Cuatro años después, el 7 de junio de 1968, ETA cometió su primer asesinato. Durante un control de tráfico en Tolosa, el miembro de ETA Txabi Etxebarrieta mató a tiros al guardia Civil, José Antonio Pardines. Etxebarrieta moriría horas después en un tiroteo con la policía.

Enfrentado con 'Josu Ternera'

Para entonces, aún restaban décadas y cientos de muertos para que Madariaga teorizara en sentido contrario, para que concluyera que la violencia había perdido sentido, que era inútil y que era momento de abandonarla. Incluso de reconocer el daño causado y de distanciarse de la serpiente que él había creado.

No fue de la noche a la mañana. El proceso vino de lejos. En vida aseguró que nunca fue partidario de las acciones “indiscriminadas”. Hipercor (1987, 21 muertos) fue una de ellas. Ahí comenzó la senda de la duda, del alejamiento y del rechazó. Culminó con el asesinato de Gregorio Ordóñez, el concejal del PP en San Sebastián, en enero de 1995. Poco después se dio de baja de Herri Batasuna.

En ETA a los críticos nunca los aceptaron. Unos desaparecieron de modo misterioso y otros los expulsaron. Con Julen Madariaga no se atrevieron, su larga trayectoria, su condición de fundador le sirvió de protección. Pero eso no le ahorró indiferencias ni enfrentamientos. En vida aseguró que fue precisamente el encontronazo en prisión con otro histórico miembro de la banda el que le llevó a tomar la decisión de abandonar ETA. Ocurrió en 1989 en una cárcel francesa cuando, según él mismo relató, Josu Urrutikoetxea, alias ‘Josu Ternera’, le agredió criticándole las acciones que la banda estaba llevando a cabo”. Madariaga no dudó en tildar de “arrogante” a Urrutikoetxea al que acusaba de querer imponer al resto su criterio. Incluso contó cómo, una vez en libertad, ambos volvieron a enfrentarse en una reunión convocada por el entonces dirigente de ETA, Domingo Iturbe Abasolo, ‘Txomin’.

Los atentados contra dirigentes políticos a mediados de los años 90 le llevaron a dejar ETA. Aseguró que este tipo de atentados contra dirigentes políticos “no era lo que en su día aprobó, no al menos desde la primera a la cuarta asamblea a las que yo asistí”. Madariaga olvidaba que ETA ya había asesinado a dirigentes políticos en los 70 y comienzos de los 80, políticos procedentes del franquismo o pertenecientes a formaciones herederas de la derecha española.

Alejado de la violencia y de las víctimas

Pasó varias veces por la cárcel. La primera de ellas por intentar descarrilar un tren que cubría la ruta Bilbao-San Sebastián en 1961 con combatientes procedentes de la capital vizcaína que con motivo del 18 de julio habían acudido a un desfile militar. La suya fue una vida dando forma a ETA, refugiado en Francia –obtuvo la nacionalidad francesa en 1986- y terminando por cuestionarla.

El desmarque lo materializó en 2001 como uno de los nombres más significados de la nueva marca política de la izquierda abertzale que, liderada por Patxi Zabaleta, proclamó por primera vez la reprobación de ETA. Madariaga pasó a forma parte de Aralar e incluso llegó a vincularse con Elkargi, el movimiento pacifista. Defendió la necesidad de reconocer el daño causado “a todas las víctimas”.  En 2006 el hoy ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, ordenó su detención acusado de formar parte del entramado de cobro del llamado ‘impuesto revolucionario’. Quedó en libertad.

Pese a su posición crítica, no fue uno de los exmiembros de ETA más implicado en la reparación. No al menos públicamente. Al contrario que otros exmilitantes de ETA, Madariaga no se dejó ver en muchos actos de apoyo a víctimas. Tampoco en eventos institucionales en favor de la convivencia impulsados a partir de 2011. Su posición crítica no le impidió acudir el 7 de abril de 2017 a Bayona a la escenificación del desarme de ETA promovido por el entorno de la izquierda abertzale. Aseguró que ETA tenía “algo que decir al enemigo español y francés pero también a la sociedad vasca”. Para Madariaga el debilitamiento de la banda no se debió a “la represión” sino a que la sociedad vasca “le había dado la española”.

Desde EH Bildu su líder, Arnaldo Otegi le han despedido como un “abertzale comprometido con la libertad de nuestro pueblo”.  En Sortu le han despedido afirmando que están “en deuda” con él “y su generación” por su “aportación militante”. En apenas un mensaje de unas pocas líneas le sitúan como “un referente” que fue capaz de impulsar “un nuevo renacer político y cultural para Euskal Herria y una causa por la libertad secundad por miles de personas”. Ha sido un adiós frío y breve de su mundo, el mismo que durante los últimos años lo desplazó el rincón del olvido.